La escena indiscreta – Bichos: Una aventura en miniatura | La Cabecita

 

“Chicos… ¡Pedid otra ronda porque nos vamos a quedar aquí!”

La gran olvidada. Ese es el calificativo perfecto para el segundo largometraje de Pixar. Una película injustamente menospreciada y que siempre acaba en el saco de las “obras pequeñas” de los genios de la animación por excelencia. Las razones por las que nadie recuerda Bichos: una aventura en miniatura son muy variadas pero la que más suele destacar en una discusión formal es que AntZ (el primero de muchísimos paralelismos Pixar/Dreamworks que vendrían después) es una película mucho mejor que dejó a la historia de Flick en un segundo plano. AntZ es una cinta extraña, con unos personajes con los que cuesta empatizar (“Uhhh, es Woody Allen, Uhhh” dirán algunos) y con una historia que tampoco sorprende en nada. Ese es el gran error: creer que AntZ es más innovadora que Bichos. En realidad las dos toman la idea de lo trabajadoras que son las hormigas, con un enemigo insectoide a combatir (Termitas en la primera, Saltamontes en la segunda), un protagonista que se queja y quiere romper con ese concepto casi esclavista de trabajar sin parar y una crítica sociopolítica hacia la sociedad de clases y los autoritarismos que tan difícil es encontrar en una cinta de animación. Las dos tienen todas las vigas en común pero la diferencia llega en todo lo que hay encima.

Bichos, siguiendo la palabra de Pixar, apuesta mucho más por el sentimiento, la aventura, el carisma y la diversión pura y dura, desde el slapstick más clásico (todos los insectos de feria) hasta la ironía más fina (cualquier diálogo de Francis, la mariquita). Y todo sin maquillar cada escena con ese filtro de “¡Eh, esta peli es también para adultos!” que tiene AntZ y que hace flaco favor a su público más infantil. La animación de Bichos puede no ser la mejor pero, desde luego, es más bonita, colorida y memorable que la estética apagada y feísta (rollo Rango, sólo que sin lograr el hipnótico efecto de ésta) de AntZ con sus hormigas hormonadas y neuróticas. Con todo esto quiero decir que los desprecios constantes que se hacen a Bichos son fruto del filtro gafapastista que está invadiendo nuestra sociedad y que hace que todo lo que no sea Up o Wall-e sea considerado algo menor y “no-tan-adulto”. Pero a lo que vamos, la escena. Esta escena es la que tenéis que enseñar si, como yo, queréis defender el honor John Lasseter y Andrew Stanton.

Hopper es un malo cojonudo. No sólo es carismático, divertido y con fundamento, sino que además es malo de narices. Es el líder de una minoría que hace gala de su poder autoritario esclavizando a las pequeñas hormigas. Tiene mala baba, no deja que nadie le achante y no tiene miedo de dar una lección a todo aquel que se le oponga. Todo ello con el mismo doblaje en español que Hades, de Hércules, el mejor villano de Disney (esa voz tiene algo, maldita sea). El miedo a los pájaros y su exquisito diseño (un ojo más apagado, las cicatrices, esa expresión de maldad constante) le convierten en, para un servidor, el mejor villano de Pixar (seguido de cerca por Randall, de Monstruos S.A.). Todavía recuerdo ese clip de la película que salía en el videojuego de la PlayStation original cuando perdías todas las vidas: “¿Habéis estado de juerga todo el verano? Pues oíd una cosa…¡Ya estoy HARTO!”. Acojonante Hopper. Esta escena, por tanto, es la mejor que tiene este maquiavélico saltamontes. Resume en apenas dos minutos todo esto que os he escrito aquí y, después de tantos años, sigue poniendo los pelos de punta. Es un discurso político y social aplicable en infinidad de casos y tiene ese plus de crueldad al acabar con esos tres saltamontes que resultan ser completamente prescindibles para alguien como Hopper. ¿Y ese cachondeo que se trae antes de dar el golpe de efecto?. Viva Bichos, maldita sea.

“Es un orador bastante convincente, ¿verdad?”