X-Men – La genética del corazón | La Cabecita

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Atenazados por el miedo a lo desconocido y por qué no, a lo diferente, el ser humano ha buscado en todas las vertientes artísticas posibles una respuesta a su escasa concepción del mundo y de lo que le rodea. Es precisamente este objeto de crisis lo que ha favorecido a la aparición de todo tipo de productos, entre ellos las historias de fantasía y ciencia ficción, que nos ayudan a tomar un punto de vista objetivo y racional al alejarnos de la realidad que ya conocemos. Un buen ejemplo es X-Men, alejada del efectismo de sus remakes más contemporáneos, la primera película de Singer sobre el fenómeno mutante que tiene origen en los cómics de Marvel, es un punto de partida excepcional para todos los amantes de la saga. Fría, calculadora y de aparente producción austera (en comparación con el resto), el neoyorquino nos acerca a un mundo plagado de miedo y escepticismo en el que un grupo de mutantes lucha por encontrar su lugar en él. Una revisión atemporal de fenómenos que, por desgracia, todavía hoy forman parte de nuestro presente.

Polonia, 1944. Singer abre su primera aproximación al mundo X-Men con un campo de concentración en plena Alemania nazi. En él, un joven Magneto es separado de su familia en una escena dramática con mucha lluvia que bien nos podría recordar a otras cintas de tintes bélicos como Salvar al soldado Ryan, El Pianista o La lista de Schindler, más que a una historia sobre mutantes. Pero nada más lejos de la realidad, lo que acabamos de presenciar es el leitmotiv principal de toda la película y me atrevería a decir que de toda la saga: los mutantes y los seres humanos no somos tan diferentes. Quizá por ello Singer se decide por una entrega comedida y honesta, en cuanto a efectos especiales y despliegue de medios se refiere, que prefiere perderse en explorar la psique de los personajes más que en enfrentarlos entre si. Nuestro punto de partida tiene como origen la historia de dos perdidos y sin rumbo, Marie (Anna Paquin) y Logan (Hugh Jackman), cuyos caminos se cruzan en su particular huida a ninguna parte. Ambos representan dos mundos opuestos (constante dualidad en toda la cinta) y la incapacidad de poder encajar en él. Mientras que Marie busca acercarse a la gente pero no puede debido a su mutación, Logan es todo lo contrario. Un hombre turbio, sombrío y de pasado confuso que intenta desesperadamente saber quién es, algo que Singer sabe trabajar muy bien y dosificar la información en perfectas píldoras para que el espectador se quede con ganas de más. Jackman y Paquin son los protagonistas indiscutibles que comparten escenario con otros talentos como Patrick Stewart, que da vida a un sensacional Charles Xavier e Ian Mckellen, la versión adulta de Magneto y principal antagonista de nuestros héroes.

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X-Men es un claro ejemplo de que no todas las películas de superhéroes deben de girar alrededor de montajes trepidantes y unos efectos especiales que quiten la respiración, se trata de dosificar ambas herramientas para confluir, como en este caso, en un producto atractivo y sólido capaz de trabajar la narración con mano diestra. El guión, obra del mismo Singer y de Tom DeSanto, nos invitan a reflexionar sobre el papel de la genética, en este caso de la mutación en una sociedad marcada por el rechazo y el miedo a lo desconocido. No es casualidad que ya la tercera secuencia tenga lugar en un organismo público en donde Jean Grey, discípula de Charles Xavier, defiende la integridad de los mutantes frente a un senador Kelly rojo de ira, tajante a la hora de oponerse. Frente a este conflicto, que no es más que la constante tesis de la película, se abren dos frentes; el de Magneto, que se niega en rotundo a creer en el futuro del ser humano como tal y el de Charles Xavier, un hombre justo y tolerante que aboga por la coexistencia pacífica, por la genética del corazón. Dos caras de la misma moneda que invitan al espectador a tomar partido en la lucha.

Seguramente X-Men será, para muchos, una de las entregas más flojas de la saga. Especialmente ahora que la cartelera ofrece un sinfín de alternativas plagadas de acción trepidante, pero lo cierto es que Singer realiza un excelente trabajo de síntesis presentando a los personajes con la dosis perfecta para que el espectador logre empatizar con ellos y sus conflictos internos. La interpretación del reparto, el guión y una impecable realización hacen el resto.