Hay veces que las estrellas se alinean. Juntar en la misma ecuación a tres nombres como los de Billy Wilder, Raymond Chandler y James M. Cain solo podía dar como resultado una obra como Perdición, una de las mayores cátedras del arte del Siglo XX. Pero conseguir que Perdición llegase a la pantalla no fue fácil, la novela de Cain, que se publicó primero como un folletín por capítulos en 1936 y que estaba basada en el asesinato real de Albert Shyder, se topó de bruces contra la censura del código Hays que ya advirtieron que sería muy complicado que pasase su filtro. Cain, que debía dinero a bastantes corredores de apuestas de Los Angeles aceptó resignado una oferta a la baja de Billy Wilder por los derechos de su novela, ambos sabían los problemas que acarrearía su adaptación, pero Wilder ya sabía cómo darle la vuelta a la tortilla. Después de que le rechazase su guionista habitual Charles Brackett por considerar que la novela era una basura, y que el propio Cain tampoco pudiese encargarse de su propia adaptación por estar trabajando con Fritz Lang en Espíritu de conquista, a Wilder le recomendaron el nombre de Chandler. Era el primer trabajo de Chandler para un Hollywood al que despreciaba, pero del que no pudo rechazar el sustancioso cheque, y aunque la convivencia en el trabajo entre Chandler y un joven Wilder, que se dedicaba el día a pasear y a charlar con las secretarias, algo que al escritor sacaba de quicio, fue un verdadero infierno, el resultado final fue magnífico y, además, el propio Chandler tiempo después confesaría que todo lo que sabía acerca de escribir guiones se lo debía a Billy Wilder.
Al igual que ocurriese en El cartero siempre llama dos veces, la más famosa de las novelas de Cain y que fue llevada al cine con éxito en varias ocasiones, la trama se centra en un triángulo amoroso entre un matrimonio y un invitado que acabará siendo conducido por la esposa a matar al marido. Pero aún así, el dibujo de ambas femme fatales es radicalmente distinto, siendo el personaje interpretado por Barbara Stanwyck en Perdición uno de los más icónicos del cine noir. Aquí nos encontramos con una mujer que desde el primer momento tiene marcado su objetivo, la llegada del personaje de Fred MacMurray a su domicilio es accidental, pero solamente sirve para que ella pueda recabar más información para realizar el asesinato y, además, encontrar un cabeza de turco. Pero la maldad está instaurada en ella, como conoceremos más adelante ya había matado con anterioridad y no tiene ningún escrúpulo a la hora de conseguir sus objetivos. Su frialdad queda marcada claramente en la escena del asesinato, en el que mientras éste se produce fuera de cámara, observamos su rostro impertérrito en primer plano.
Ya en su presentación deja patente que es una mujer que usa su cuerpo para seducir, apareciendo desde lo alto de la escalera, como si estuviera puesta en un altar, y portando únicamente una pequeña toalla blanca. Es ella quien conduce siempre el pensamiento del agente de seguros, llevándole incluso a pronunciar la idea del asesinato, haciendo que éste piense que ha venido de él mismo. Solo cuando éste está a punto de asesinarla ella confiesa que por primera vez le ama, aunque es demasiado tarde para que ni él, ni el espectador pueda creerla. Esto conecta directamente a las diferencias que comentábamos con El cartero siempre llama dos veces, en la versión dirigida por Tay Garnett, hay una escena en la que el personaje de John Garfield encuentra a Lana Turner con un cuchillo en la cocina, en el momento que ella confiesa que es para suicidarse él le pregunta que si realmente tanto le quiere. Aunque la estructura de ambas historias es similar, en la escena de El cartero siempre llama dos veces nos creemos la confesión de Turner, todos los actos han ido llegando a los personajes por casualidad y realmente está enamorada del vagabundo que llegó al bar. Aunque sigue siendo la figura que incita al caos, es una figura mucho más inocente que la del personaje de Barbara Stanwyck cuyo plan ya está creado desde el principio. Incluso su figura es mucho más atrevida y sensual, ataviada con una enorme peluca rubia y unas gafas de sol que parecen anteceder a Warhol, además de un apellido (Dietrichson) nada casual.
Al igual que hiciera años más tarde en El crepúsculo de los Dioses, Wilder desestima la intriga revelando el final al comienzo de la película. Aprovechando el uso de un magnetófono, vemos a un Fred MacMurray herido confesando la historia del crimen que vamos a presenciar y desvelando que: “Le maté por dinero y por una mujer. Perdí el dinero y a la mujer”. Una de las grandes claves de la película es la capacidad que tiene de mostrar la corrupción a la que puede llegar a verse comprometido un buen hombre por la seducción de una de estas clásicas arpías. Wilder siempre se esfuerza en enmarcar la amistad existente entre Neff y Keyes, al que da vida un pletórico Edward G. Robinson en uno de los mejores papeles de su carrera. La bondad que existe en el personaje de su amigo es la misma que encontramos en el McMurray de comienzos de mayo del 38, donde empieza la historia. Pero llevado por una mujer que incluso no duda en meterse en su domicilio y acostarse con él, algo que la película marca con un acertado fundido en negro, acaba convirtiéndose en un asesino primero por amor y avaricia y después para salvar su propio pellejo. Sólo es al final cuando volvemos a ver al Walter Neff del inicio de la película, cuando en un cambio de roles es Keyes quién le enciende la cerilla y él mientras da sus últimas caladas a un cigarro le dice al oído: “Yo también te quiero”.
Este final tan perfecto podría no haber sido tal. Y es que se rodó una costosa última escena en la que veíamos al personaje de MacMurray pasar por delante de Robinson hasta entrar dentro de la cámara de gas. Sabiamente, Wilder decidió que este final era redundante y decidió eliminarlo del metraje final.
Fue quizá la conjunción de las estrellas, o quizá el olor a Madreselva, pero la unión de tres nombres como los de Wilder, Chandler y Cain dieron como resultado una de las más grandes obras del arte de Siglo XX (y recalcamos arte en el más amplio sentido de la palabra). Era apenas la tercera película de un Wilder que con 38 años había llegado para dejar claro que era uno de los más grandes cineastas que daría la historia del cine. Curiosidades de los Oscar, aquel año ganó el Oscar a Mejor película Siguiendo mi camino, y con todos mis respetos a la amable película de Leo McCarey creo que aquí cometieron uno de los mayores errores de su historia. Poco importa, la historia es justa y hoy Perdición está considerada por méritos propios una de las obras cumbres del séptimo arte.