El espíritu de la colmena – Huir del enjambre | La Cabecita

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Cuando en 1973 Víctor Erice rodó El espíritu de la colmena probablemente no se imaginaba que su ópera prima en solitario tuviese tal repercusión. La película, que se alzaría ese mismo año con la Concha de Oro en San Sebastián, es considerada de manera casi unánime como una de las mejores obras cinematográficas de la historia del cine español. Y la pregunta que muchos se harán es, ¿por qué? ¿Qué tiene de especial esta película para que esté considerada como una obra maestra? A priori, puede que El espíritu de la colmena pueda ser tachada por sus detractores como “una película aburrida que no cuenta nada”, lo cual es comprensible si miramos el film de manera convencional, en piloto automático, como el que ve una película de sobremesa en televisión. Pero la de Erice es una de esas películas que, más que verlas, hay que mirarlas. Mirarlas de forma en que lo que estamos mirando trascienda más allá de lo que se nos cuenta, más allá de ver una historia con un principio y un final. Hay que degustarla, dejarse llevar por sus imágenes y la delicadeza de su narración y abrir la mente de forma que todo lo que Erice nos quiera transmitir nos cale hondo. Puede que solo de esa forma podamos disfrutar plenamente de esta gran obra.

No deja de ser significativo que El espíritu de la colmena fuese estrenada en 1973. Cuando el franquismo agonizaba y daba sus últimos coletazos, Víctor Erice nos deleitó con este cuento cinematográfico ambientado en los años 40, los primeros años de la posguerra española. Parte de la grandeza de la obra de Erice reside en que está rodada con tal delicadeza e inteligencia que no vemos la fuerte crítica social y política que se esconde tras la simple historia de una niña que tras ver una película cree en la existencia de un espíritu que habita en los bosques. Si sólo logramos percibir esto último, es que no estamos entendiendo nada de lo que Víctor Erice quiere mostrarnos con su película, de ahí a que digamos (y volvemos a lo de antes) que ésta es una de esas películas que necesitan ser miradas de otra manera. Desgranar completamente una película tan compleja, a pesar de su sencillo envoltorio, como El espíritu de la colmena no es tarea fácil, dado que podemos encontrar diversas interpretaciones de lo que se nos quiere contar y lo que representan sus personajes principales, aunque la idea principal a seguir es bastante clara si prestamos atención y somos pacientes con la película.

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En primer lugar tenemos que tener claro que el título no hace referencia a un fantasma que habita en una colmena de abejas, evidentemente. El término colmena es usado por Erice para hablarnos de los diferentes mundos y submundos en los que se agrupan las personas, tales como una casa familiar (agudísimo Erice mostrando esos ventanales con vidrios de forma hexagonal de la casa en torno a la cual gira el film), un pueblo, un país, una sociedad… Todo es una gran colmena donde las personas son, de alguna manera, alienadas para que cumplan una función impuesta por los que mandan, a pensar y actuar de una determinada forma. La colmena que nos interesa es la formada por la familia de la que nos habla el film.

Tenemos por un lado a Fernando Fernán-Gómez como el patriarca de esta familia acomodada, seguramente la más acomodada de un pequeño pueblo castellano de los años 40. Fernando es un hombre culto, con inquietudes artísticas, pero cansado y fracasado. La guerra ha hecho mella en él y se muestra aséptico con la vida, es el fiel reflejo del intelectual derrotado por la opresión de un régimen que le asfixia intelectualmente, valga la redundancia. Su vida se limita a la apicultura, paseos por el bosque en busca de setas y la vida casera, cosas que no le inspiran para desarrollar correctamente el arte de la escritura dado que su mente se encuentra tan sumamente cansada y aburrida de la vida que no logra encontrar la inspiración ni el rumbo adecuados para ello. Su esposa, Teresa (interpretada por Teresa Gimpera), tampoco es feliz y también se muestra desencantada con la vida que lleva. No tiene comunicación con su marido, ni siquiera contacto (en toda la película no comparten ni un diálogo) y se pasa el día escribiendo cartas a alguien del pasado al que añora. Quizás un amante, un amigo, un familiar… Lo que está claro es que Teresa siente nostalgia por alguien de su pasado, alguien a quien probablemente la guerra alejó de su lado para siempre y no volverá a ver. Tanto Fernando como Teresa cohabitan en la particular colmena que es esa gran casa familiar, resignados a vivir como buenamente pueden y aceptando sus propios problemas, de manera melancólica y nostálgica.

En cambio entre las dos niñas de la familia existen diferencias mucho más apreciables que las que tienen sus padres, o mejor dicho, una de ellas tiene una personalidad completamente opuesta a la del resto de la familia. Mientras que Isabel (Isabel Tellería) es una niña que no cree en espíritus, que se muestra racional y pragmática igual que el resto de la familia y el pueblo, su hermana Ana (fantástica Ana Torrent) es la otra cara de la moneda. Isabel es consciente de la no existencia del espíritu del que le habla a su hermana, pero es ella la que de alguna manera juega con la ilusa Ana a sabiendas de que lo que le cuenta es irreal. Ella ya no es una niña, se ha convertido en un adulto iluso y racional, y como el resto, pertenece a la colmena de la que nos habla Erice metafóricamente. Ana es, por tanto, la única que aún no ha sido absorbida por esa colmena. Cuando ve junto a su hermana la mítica El doctor Frankenstein, de James Whale con el legendario Boris Karloff en el papel de Monstruo de Frankenstein, se cree lo que ve y cree firmemente que existe un espíritu igual al monstruo encarnado por Karloff vagando por los bosques y desea conocerlo más que ninguna otra cosa.

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Esa fantasía, alimentada además por las historias de Isabel, son las que empujan a la pequeña Ana a mirar más allá e indagar en su propia imaginación buscando a ese espíritu que tanto ansía conocer. Lo busca en una casa abandonada, en los bosques, en un pozo, lo llama esperando una respuesta. Incluso cuando un fugitivo aparece, ésta piensa que es el verdadero espíritu con forma humana. Sólo cuando decide aventurarse sola en los bosques es cuando se da de bruces con la realidad, su mente crea a ese Boris Karloff emulando la conocida escena con la niña a la orilla del río y es cuando parece que Ana empieza a divagar entre realidad e imaginación, cuando parece oscilar en esa delgada línea entre la inocencia de la niñez y la racionalidad adulta.

No obstante, el final del film es cuanto menos esperanzador. La esperanza de que los niños, los jóvenes, conserven la ilusión y sueñen despiertos. Puede que la película se pueda tomar como un preludio de que las cosas cambiarían en años posteriores, no hay que olvidar que dos años después de su estreno el régimen franquista llegaría a su fin. ¿Es la película un mensaje de Víctor Erice alentando a los jóvenes de entonces que conservaran la ilusión y que no dejaran de soñar jamás? ¿Es ese Monstruo de Frankenstein una metáfora sobre la ilusión perdida y que podía ser recuperada si se tenía fe en ello? Como decíamos antes, la película puede tener lecturas de muy diversa índole, pero hay un mensaje más que claro en El espíritu de la colmena: si dejamos de soñar estaremos perdidos para siempre en un enjambre humano, una gran colmena en la que todo es demasiado estructurado y racional como para que la vida sea hermosa.