Algunos (sub)géneros cinematográficos siempre estarán ligados al nombre de un director. A veces una temática ha sido revitalizada por creadores que han sabido tomar el relevo de los grandes genios clásicos, como Martin Scorsese, que ha demostrado con películas como Goodfellas, Casino, Infiltrados o la serie Boardwalk Empire que el tema de la mafia lo domina como nadie (con permiso del Sr. De Palma), pero en otros casos el tiempo no ha encontrado sucesor y hemos visto como algunos directores hicieron suyos, a lo largo de su carrera, géneros muy diversos (Sergio Leone y el western, Hitchcock y el suspense…). Sidney Lumet fue uno de ellos, ya que desde el estreno en 1957 de 12 Angry Men hablar del drama judicial sin hacer referencia a su obra es prácticamente imposible. Lumet hizo grande este subgénero, y nadie hasta la fecha ha demostrado poseer la habilidad del director de Filadelfia cuando se trata de juzgar en la gran pantalla (con excepciones como En el nombre del padre de Jim Sheridan o Sleepers de Barry Levinson). Doce hombres sin piedad es la obra por excelencia de este tipo de dramas que, con mayor o menor fortuna, Sidney Lumet abanderó hasta el final de su vida.
Dos obras maestras coincidieron no sólo en el año de estreno, sino también en la temática. Testigo de cargo, de Billy Wilder, y Doce hombres sin piedad se estrenaron en 1957 en circunstancias totalmente diferentes, ya que 12 hombres sin piedad suponía el debut en la pantalla grande de Lumet y Wilder ya era Wilder (Perdición, Días sin huella, El crepúsculo de los dioses, El gran carnaval y La tentación vive arriba, entre otras, ya se habían estrenado). Una fue un fracaso en taquilla y la otra un éxito a nivel mundial pero independientemente de su repercusión en aquella época, en lo que nadie discrepa hoy en día es que son obras que ningún cinéfilo debería dejar de ver, ya no sólo por su evidente calidad, sino por el legado que han creado.
Las interpretaciones sólo forman parte de un engranaje perfecto que alcanza momentos cumbre imposibles de olvidar. Henry Fonda y Lee J. Cobb están, sin duda, en una de las mejores interpretaciones de sus respectivas carreras pero en 12 hombres sin piedad las mayores alabanzas debe llevárselas Sidney Lumet, capaz de hacer de su opera prima una genialidad convertida en obra de referencia para una infinidad de autores (como William Friedkin y su Doce hombres sin piedad: Veredicto final para televisión). A Twelve Angry Men no se le escapa nada, y lo mejor de todo es que tampoco deja que se le escape al espectador, el cual no dejará de sorprenderse de su genialidad en cada escena. Porque esta película es arte hecho cine.