Comenzar un lunes siempre suele ser una tarea complicada, pero cuando se disfruta de un festival como el de Sitges, la perspectiva cambia. Con las expectativas muy altas, más tratándose de una película dirigida por el guionista de Taxi Driver y Toro Salvaje, nos embarcamos en el pase de Dog eat Dog. Y el jarro de agua fría fue de enciclopedia. El inicio de la película apuntaba maneras: montaje en blanco y negro, puesta en escena dinámica y tres personajes ansiando convertirse en gángsters millonarios. Hasta ahí todo bien, pero cuando Paul Schrader intenta mezclar cine negro con una comedia inteligente el resultado es sencillamente nefasto. El guion es insufrible, la película no tiene en absoluto claro hacia donde se quiere conducir y cae en la inercia de dejarse arrastrar por el instinto más bajo y cutre de unos protagonistas que apenas saben muy bien qué quiere conseguir y menos como hacerlo. Una lástima, más teniendo en cuenta que quien estaba tras las cámaras era el artífice de las que están consideradas como dos de las mejores películas de Martin Scorsese.
Tras el varapalo inicial y la más absoluta caída a los abismos de la decepción, llegó uno de los platos fuertes del festival y una de las cintas más esperadas tanto por el público general como por la prensa especializada: Blair Witch. La esperada secuela de Blair Witch Project, aquella cinta que popularizó el found footage como recurso del género de terror. Permitan que remarque que es una secuela, no un remake, hecho que debería tenerse en cuenta a la hora de ir a verla, pues se trata de una continuación en base a la investigación por parte de una de las víctimas de la primera cinta en pro de averiguar qué ocurrió realmente en los bosques de Maryland. El resultado es una segunda parte aún más aterradora, concisa y adulta que la primera. La ambientación es absolutamente claustrofóbica, ya que se hace una utilización de los espacios naturales de una forma muy inteligente, en la que se el terror se insinúa, pero no se muestra de forma directa, por lo que la persecución constante de los protagonistas hacia una salida da como resultado una carrera hacia la supervivencia que ata a la butaca desde el primer fotograma hasta el último.
La tercera película del lunes creó mucha expectación, ya que la protagonizaba Jacob Tremblay, aquel niño que conquistó al público de todo el mundo en la galardonada Room. Before I Wake presenta la historia de un niño que, cuando duerme, sus sueños se transforman en realidad, pero también sus pesadillas, por lo que vive aterrorizado en base al mal que pueda causar su subconsciente a las personas que le rodean. EL principal problema de la película es que intenta realizar un ejercicio de terror dentro de un corriente melodrama sobre la pérdida de los seres queridos y se convierte en un conjunto de idas y venidas totalmente fallidas desembocando en un desenlace que busca lágrimas y puede provocar, con mucha probabilidad un absoluto desconcierto y alguna que otra carcajada. Ni siquiera el pequeño que nos conquistó en la peor situación posible consigue salvar una caída libre de una cinta que quiere emocionar y ni siquiera se ha planteado realmente como hacerlo.
En último lugar y con las expectativas realmente bajas dada la heterogeneidad de calidad en los pases, asistimos a la proyección del último proyecto de Jonás Cuarón: Desierto. Ambientada sobre al profundo drama de las fronteras y de la inmigración, el hermano del creador de Gravity sigue a un grupo de mexicanos que intenta llegar a los Estados Unidos buscando una segunda oportunidad huyendo de la miseria y de la violencia de su país natal. Si bien el escenario es uno de los más hostiles del planeta que habitamos, el principal enemigo que encuentran en su camino es un ciudadano Yankee que, rifle en mano, intenta darles caza a todos ellos para evitar que puedan corromper la tierra de la libertad y las oportunidades que, evidentemente, debe defender ante los males que puedan provocar los terribles inmigrantes que solo buscan vivir de forma decente en otro lugar diferente. Sin apenas diálogos, Jonás consigue realizar una absoluta y necesaria crítica del preocupante y extremadamente violento patriotismo estadounidense que habita algunas zonas del país. Dando una prioridad absoluta a nivel cinematográfico al desierto que deben recorrer para llegar a las ciudades más cercanas de la frontera, Cuarón nos convierte en espectadores de un drama que ocurre a diario. Apenas utiliza recursos técnicos ni diálogos para hablar de ello, y he aquí su baza más acertada, pues muestra la cruda realidad sin tapujos, lo que no solo es duro, si no absolutamente necesario. En dos palabras: imprescindible.