Amanece en Edimburgo – Un gato que no ladra | La Cabecita

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Me encuentro en el pase de prensa con una compañera de lides críticas. Comentamos, antes de comenzar la proyección de Amanece en Edimburgo (absurda traducción de título para una película que debe su nombre a una canción que NO se llama Dawn on Edinburgh sino Sunshine on Leith), las contradicciones, glorias y harturas del género que nos ocupa, a saber, el musical basado en la obra de un grupo de rock o pop más o menos popular. 

-Yo soy beatlemaníaca- me confiesa, si es que tal cosa es una confesión- y, para mi sorpresa, me gustó mucho Across the Universe.

-Pues tiene su mérito- le respondo- que siendo una gran seguidora del grupo te guste una película donde se escuchan sus canciones pero con otros arreglos e intérpretes. Ser fan significa normalmente ser purista, así que no sé si a mí me va a gustar esta.

Le digo esto a mi colega porque soy un ferviente seguidor de los hermanos Charlie y Craig Reid, más conocidos en el mundo del folk-rock escocés y parte del extranjero como The Proclaimers, a quienes poco menos que considero la cima musical más alta que ha conocido el planeta desde Mozart, y que al comienzo de la película se reservan un cameo hitchcockiano donde aparecen como los nerds entrados en años y gafapastismo que quizá siempre soñaron ser.

-No sé cómo voy a encajar el escuchar sus canciones en la voz de gente que no sean ellos mismos, pero sin duda acusaré el golpe- le explico, ya sentados en la sala.- Son tan idiosincráticos, tan personales, tan únicos en fondo y presentación, que su música es inseparable de ellos, y cualquier versión de una de su canciones pasa a ser otra canción, de algún modo.

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Al poco rato de comenzar la película, comprendo que este es el menor inconveniente de la misma, aun siendo ciertamente un problema a considerar. Tanto la adaptación que Stephen Greenhorn lleva a cabo sobre la obra teatral en que el film se basa como la propia obra contienen un exceso de edulcorante que no le hace ningún bien a la música de Proclaimers. Sus canciones, que en muchos casos son desvergonzadamente emocionales, funcionan precisamente porque son ajenas a trama alguna, máxime a una donde sobren la glucosa y las buenas intenciones, en el peor sentido de la palabra. La música de Proclaimers funciona y es gloriosa porque hasta los mensajes de amor más impúdicos o pueriles son proyectados por dos gemelos que no sonríen ni a tiros, y que se desgañitan en armonías que casi siempre parecen iracundas. Ese contraste es parte de la magia de la música de Proclaimers, y aquí no encontramos contraste, sino reiteración en el empalague.

Mientras el Jefe ponga la luz del sol sobre Leith, le agradeceré su obra, tu nacimiento y mi nacimiento”. Eso, cantado enfáticamente por Proclaimers, no solo funciona, sino que resulta indiscutible,  irresistible en su ingenuidad. Cantado por la cursilísima Jane Horrocks ante una cama de hospital donde yace alguien que está en una situación límite es demasiado. No sé si me explico. “Puedes tener un gato siempre y cuando ladre”, dicen Charlie y Craig en otra de sus canciones, y se refieren precisamente a esto: algunas cosas de este mundo necesitan de un contrapunto, de un contraste, de un elemento discordante para funcionar. La emotividad en el arte es una de esas cosas, supongo; o sea, dos señores feos y casi idénticos, que seguramente aún se dan de collejas como cuando eran pequeños, cantando a berridos sobre la belleza y el amor.

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No hay en cambio contrapunto alguno en esta película, que abunda en el sentimentalismo hasta casi ahogarnos y hasta rozar en algún momento esa sensación tan antropológicamente interesante que es la vergüenza ajena. Cuidado: no siempre.  Algún instante de humor, casi siempre a cargo del siempre espléndido Peter Mullan (que aquí incluso canta), ofrece algo de alivio, y  los muchos momentos fallidos, con frecuencia a cargo de los poco estimulantes actores jóvenes, se alternan con algunos más ajustados.

Y los hay. Aunque lamentablemente hilvanadas por una trama que cuando no es ñoña es inverosímil y  a veces también chocante, hay secuencias que capturan la esencia de la música que homenajean, y que lo hacen brillantemente. El número Let’s get married es uno de ellos, e invita a un lagrimeo legítimamente fácil que viene de la mano de un efecto cómico que cuesta desentrañar del emotivo, algo consustancial a la obra de los gemelos escoceses.  Y por supuesto está el número final, ese prodigio, esa invitación a la alegría que es I´m gonna be (500 miles), una exultante coreografía digna de esa catedral de la música pop que es la canción que ilustra. Por quedar con el magnífico sabor de boca que deja este número de cierre, vale la pena ver este Amanece en Edimburgo que yo siempre llamaré Sunshine on Leith.

Por eso y porque los no muy duchos en la obra de Charlie y Craig pueden sentirse tentados a explorar un poco, y acaso acaben escuchando discos irrepetibles como This is the story, Notes and rhymes o el recopilatorio Best of The Proclaimers.  Si la cosa va a acabar así, si gracias a esta película se extiende el culto a estos genios, daremos por buenos todos los inconvenientes anteriores. 

Ficha técnica:

Título original: Sunshine on Leith Director: Dexter Fletcher Guión: Stephen Greenhorn Música: Paul Englishby Fotografía: George Richmond Reparto: Peter Mullan, Antonia Thomas, Jason Flemyng, Freya Mavor, Jane Horrocks, Paul Brannigan, George MacKay, Kevin Guthrie, John Spence, Robert Yates Distribuidora: Filmax Fecha de estreno: 20/06/2014