True Detective – La obsesión del verdadero detective | La Cabecita

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Cuando toqué su piel mis dedos se llenaron de sangre. Cuando la última luz del día caliente las piedras, los pumas llegarán para robar tus huesos. Estos dos versos que he seleccionado de Far from any road de The Handsome family, al igual que toda la canción que abre True Detective sirven perfectamente para explicar la esencia de la serie. Pocas veces una canción de una serie había estado tan bien escogida. Pocas veces había significado tanto lo que ella contenía. Aunque también es cierto, pocas veces una serie había sido en realidad una película. Una película fascinante, maravillosa, que avanzaba a pasos agigantados paso a paso a cada capítulo, y casi sin darnos cuenta. Una película de ocho horas que se manejaba como un pequeño puzle, sin decirle al espectador lo que estaba viendo, mostrándole al espectador lo que no conocía. Porque al principio de todo llegamos a pensar que True Detective era una serie policial, dos policías tratando de desenmascarar un caso perturbador, extraño, poco a poco nos dimos cuenta de que el caso no era lo importante para nosotros, si no para ellos. Para nosotros sólo debían existir ellos: Marty Hart y Rust Cohle, dos de los personajes más fascinantes que jamás nos ha dado la televisión, no, perdón, el cine. Porque True Detective es cine, es una gran película.

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Y es una película porque True Detective ha abierto una baza casi inexplorada en la televisión, la completa visión autoral de la obra. Vamos a explicar un poco algo que seguro que ya conocéis muchos, que es cómo funciona el proceso de creación de una serie. Lo habitual es que haya una cabeza de mando, el «showrunner» este tipo, en ocasiones se encarga de dirigir y escribir episodios, pero por lo general es un supervisor que estipula las pautas y delega el trabajo a otros, a veces incluso ausentándose de la misma (el ejemplo más evidente de esto siempre está en Twin Peaks, cuando a mitad de la segunda David Lynch se ausentó unos cuantos capítulo para dedicarse a otro menesteres y ya sabemos el bajonazo que pegó la serie). Pero True Detective no ha funcionado así. Su creador, Nic Pizzolatto se ha encargado él mismo de escribir los ocho capítulos, se ha preocupado directamente de cada detalle, y Cary Fukunaga se ha encargado por su parte de darle vida a toda la serie. Ambos han dado forma a un compendio absoluto, a una obra diseñada para degustarse como un todo, a un apasionante filme de ocho horas.

La serie empieza con el descubrimiento de un cadáver que incita a pensar que se trata de un descubrimiento satánico. Esto ocurre en los años 90, mientras que veinte años después, los mismos protagonistas, absolutamente demacrados por el paso del tiempo, narran, en entrevistas con la policía, todo lo que sucedió. La marca que el caso ha causado sobre ellos la conocemos con inmediatez. Pero mientras se van desengranando cada uno de los detalles del caso, los protagonistas se van desnudando ante nosotros. Y son dos personajes tan fascinantes que llegar a conocerlos resulta el verdadero misterio de la serie. Marty es un verdadero hijo de puta, uno de esos hombres de familia que se cubre en su agradable fachada para descubrirse como un mentiroso mujeriego sin ningún sentido de la ética, un hombre de bien, del centro de Estados Unidos. Por su parte Rust es un hombre dañado por su duro pasado, la muerte de su hija, el divorcio con su mujer e incluso su inclusión durante años dentro de una banda criminal cuando trabaja en narcóticos han dejado a un hombre destrozado, ateo confeso en un lugar donde eso es un pecado, lobo solitario, honesto e incapaz de confiar en nadie que no sea él mismo. Desengranar a estos dos personajes acaba siendo lo más fascinante de todo, la escandalosa interpretación de Matthew McConaughey bordeando los límites de la demencia tiene un poder fascinante, mientras que Woody Harrelson realiza una actuación impecable, un tándem que pese a la divergencia de los personajes, la fácil caída en la sobreactuación o la posibilidad de eclipsar el uno al otro, se entienden a la perfección, se entienden sus actores incluso mejor que sus personajes.

True Detective es un thriller fascinante, es fácil que recuerde a obras como Zodiac o incluso Twin Peaks con la que guarda un similar halo de misticismo, pero la apuesta de Pizzolatto va un paso más allá. Relega por completo a un segundo plato esa forma de la que abre, y es que sin Twin Peaks se convirtió en un «¿Quién mató a Laura Palmer?», True Detective nunca llega a ser un «¿Quién mató a Dora Lange?». Incluso, y quizá en su apuesta más arriesgada, no llegamos a conocer con exactitud hasta donde llegaba toda la trama implicada, sí, es cierto, descubrimos al asesino y sus motivos, pero su visión, siempre desde los ojos de los detectives, nos deja un amargo sabor de derrota, el caso se ha cerrado, pero jamás se llegará a conocer toda la verdad, porque los que tienen el poder son los únicos capaces de ocultar todo lo que pasa. Lo que en realidad es True Detective es un relato sobre la verdadera locura, la pura obsesión, la forma de la que descubrir que fue lo que de verdad pasó con aquella muchacha arrastra a sus protagonistas hasta el abismo, les encierra en un infierno, poético, tirados en el fondo de un pozo. Sólo cuando el caso queda cerrado, los protagonistas, en especial Rust, pueden volver a vivir, pueden sentir que existe un motivo. Y eso es precisamente lo que pone a prueba la primera temporada de True Detective, porque para ser un «detective de verdad» tienes que ponerte a prueba a ti mismo y obsesionarte con lo que estás investigando.

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True Detective es la vuelta de la mejor televisión, justo unos meses después de habernos quedado huérfanos de Breaking Bad. Es el mayor acercamiento que jamás la televisión ha hecho al cine. Es uno de los thrillers más perturbadores que hemos visto en mucho tiempo, de atmósfera tétrica y asfixiante, haciendo de los campos de Luisiana un ingrediente indispensable en la ecuación, jugando con los miedos del espectador, arrastrándonos dentro la mente de sus protagonistas, de su pesadilla, como ese asfixiante Carcosa, de aspecto tétrico, horripilante. Una serie que además es un alarde visual, de impecable factura, permitiéndose lujos como ese tan mencionado plano secuencia del cuarto episodio que es completamente fascinante. Una joya de serie, capaz de arrastrar a sus personajes al fondo del abismo, de arrastrarnos con ellos, de llevarnos a su locura, y hacer que nos liberemos de todo eso a su final. Una obra maestra.