Corría el año 1989 y el mundo echó a andar. Un telón de acero había dividido al mundo en dos mitades desde el final de la Guerra Mundial. Durante décadas, una guerra silenciosa fue la que más miedo dio de todas. La Unión Soviética a un lado, Estados Unidos al otro. Sabíamos que los malos eran los comunistas, Estados Unidos, meca de la cultura del siglo XX nos lo había avisado constantemente. Ellos estaban preparados para defenderse, los soviéticos para atacar. Pero nadie se atrevía a ser el primero en proclamar esa guerra, ambos tenían poder suficiente para destruir el mundo, quizá una carga demasiado fuerte. Pero la gente estaba ya harta de esa situación. Con la globalización cada vez atizando más fuerte, abriéndose paso para igualar a todo el mundo, quedaba un escollo duro que superar. Un telón de acero que se representaba por un muro que separa a las dos mitades de Berlín. La noche del 9 de noviembre de ese año, miles de berlineses de la RDA se lanzaron contra el muro. Con todo lo que tenían se disponían a tirar abajo un trozo de pared que les separó de la libertad durante casi diez años. Berlín se juntaba, el mundo se unía, la Unión Soviética empezaba a destruirse, y los americanos se preguntaban, ¿quién es el enemigo?
Ese mismo año, en 1989, empezaba la producción de la primera adaptación de una novela de Tom Clancy, La caza del Octubre Rojo (o La caza del submarino rojo, como se llamó en España a las primeras ediciones de la novela). La trama no podía ser más premonitoria. Un militar ruso, soviético a la fuerza (en realidad, nació en Lituania), estaba ya cansado del régimen establecido. Dañado por la muerte de su esposa un año antes, ya no tenía nada que perder. Quería atravesar ese muro, de la única forma que él conocía, por debajo del mar, y llegar a tierras americanas para pedir exilio político. Para Ramius, este militar soviético, al que daba vida un portentoso Sean Connery, que no ocultaba su acento escocés, no era simplemente una cuestión de libertad, sabía que las importancias debían de hacer de ello un asunto político, estaba capacitado para huir, aún avisando a su propio gobierno de sus intenciones. Tenía a sus manos la mejor arma que un gran submarinista como él podría soñar, un gran submarino ruso, increíblemente rápido y con un nuevo sistema que le permitiría pasar desapercibido ante los radares. Ramius empezará una huída peligrosa, en la que no sólo tendrá que escapar de los rusos que tratan de darle caza, si no de los americanos, que no sólo no conocen sus intenciones, si no que será informado como un traidor que quiere atacar el suelo americano por su cuenta.
John McTiernan venía de dirigir La jungla de cristal, una de las mejores películas de acción de todos los tiempos, dónde además nos descubrió una inigualable estrella de acción como Bruce Willis. Junto a su anterior película, Depredador. McTiernan había demostrado ser un realizador con estilo e inteligente, tenía un notable manejo de la acción y del suspense. Sus obras tenían un ritmo endemoniado que se ajustaba a los cánones de Hollywood, pero aún así, sabía cuando debía parar la acción para desarrollar la trama y hacer que ésta nunca se resintiera. Pocos realizadores en los años 80 hubieran sido capaces de crear un producto como La caza del Octubre Rojo, de una manera tan impoluta y perfecta. Porque La caza del Octubre Rojo es un thriller de acción, pero es una película donde apenas, y más allá del clímax final, no hay acción. Es una película que es prácticamente como la misma Guerra Fría, las continuas amenazas de que algo va a pasar en cualquier momento son más que suficientes para mantener al espectador en alerta, tenso, y tratando de entender a la perfección los movimientos de ese Ramius, del que no llegamos a conocer nunca del todo sus intenciones, porque como él mismo dice, está jugando una partida de ajedrez de la que debemos prever sus intenciones.
Y es ahí, en entender las intenciones de Ramius, dónde entra Jack Ryan. Jack Ryan es un analista de la CIA, es un hombre de familia, lejano a los espías que conocemos por las novelas de James Bond (aunque es innegable que hay algo de Bond en el personaje de Ryan, y también hay algo de Ryan en el Bond que nació con Pierce Brosnan). Ni siquiera es un hombre de acción, aunque fuera marine, es algo torpe cuando se ve obligado a desempeñarla, aunque, una vez más, sobre todo en el tramo final de la película, Jack Ryan es un hombre muy cercano a James Bond, algo para lo que ayuda el aspecto desgarbado pero aún así con gran porte para llevar el traje que tiene Alec Baldwin. Pero la importancia de Jack Ryan está en que es el único capaz de entender las jugadas de Ramius. En una maniobra inteligente de guión, porque un largometraje de dos horas no permite desarrollar en el mismo tiempo que una novela. Jack Ryan ya conoce a Ramius de antemano, le ha investigado, ha escrito un libro sobre él. Es uno de los oficiales rusos más importantes y es importante tener conocimiento sobre él. Ryan es el único de entender sus movimientos, es el único capaz de adentrarse en la mente del ruso y entender que su maniobra, al contrario de lo que hayan dicho, es una maniobra de deserción.
La caza del Octubre Rojo, el nombre del submarino no podía ser más acertado, el mayor orgullo soviético completamente herido por la actitud de uno de los suyos que jamás se ha sentido soviético. McTiernan firma una película de suspense trepidante, un thriller de esos que te atrapan y te mantienen en completa tensión, redondeado con una banda sonora impresionante firmada por Basil Poledouris, dónde el himno soviético resuena como la mejor orquesta de John Williams, capaz de emocionar y poner los pelos como escarpias. Donde incluso, aunque no se pretenda (porque al contrario que en otras películas de submarinos, aquí la trama sale continuamente al exterior), consigue resultar agobiante en el interior de esos cascos hundidos, fotografiados por Jan de Bont de manera irónica, en tonos azules el barco soviético y en rojos el americano. En la pausa de la Guerra Fría, en una película de amenazas, que no culminan, John McTiernan es capaz de realizar una cinta de acción trepidante, dónde incluso las huídas de los submarinos acaban resultando emocionantes. La caza del Octubre Rojo llegó a los cines a principios de 1990, fue un completo éxito, y no era para menos, pues no era simplemente una brillante película de acción. Era el último coletazo de ese muro que meses antes cayó.