Fue la incontestable triunfadora en el pasado festival de Málaga alzándose con cinco premios, los de mejor película, actor principal y secundario y guión como también el premio de la crítica. Vista hoy Cinco metros cuadrados, puede poner de mala leche, pero nos los conocemos por desgracia tan bien que no nos puede sorprender. Como podría sorprendernos a estas alturas si hace ya cincuenta años que Marco Ferreri en El Pisito nos planteaba una situación que guardaba bastante en común con la película de Lemcke. En aquella ocasión una pareja que llevaban ya más de diez años de relación veían como la única opción que tenían para poder salir de casa y acabar en un piso propio era hacer que el novio se casase con una anciana para poder heredar su casa, y aunque aquí no tengamos la mala leche y el retorcido humor que destilaban los guiones de Azcona, realmente lo que plantea Max Lemcke en su nueva película acaba siendo prácticamente lo mismo.
Álex y Virginia se van a casar el próximo mayo, antes de ello compran un piso sobre plano, para cuando llegue la boda la casa ya debería estar lista para que ellos entren a vivir, los meses pasan y las obras no avanzan, los sueños van quedándose por el camino, la vida se va carcomiendo y todo por culpa de una sucia y vil estafa, los años pasan y la obsesión por llegar a tener simplemente lo que es tuyo puede ser una losa que acabe destruyendo al mismísimo ser. La cinta de Lemcke llega tarde, hace cinco o seis años se habría convertido en una película necesaria e imprescindible, vista hoy día no deja de ser un reflejo terrible y minucioso de todo lo que conlleva a esa estafa inmobiliaria, un robo perfecto, de auténtico guante blanco y que no deja de convertirse en una película de lo más interesante.
Lemcke hace un retrato perfecto tanto de sus personajes como del principal problema que encuentran, la película, que se va desarrollando durante varios años, encuentra la manera perfecta para abordar la destrucción de su protagonista, ya desde esa conversación en la cama empezamos a intuir una caída cuesta abajo y sin frenos. El patetismo cada vez es más evidente, los sueños se ven frustrados y se convierten en bonitas metáforas en forma de piso piloto. Es sin duda el punto más interesante de la película y desde luego no podría ser igual sin la sorprendente y espectacular interpretación de Fernando Tejero, un Tejero que tiene la misma garra y carisma que López Vázquez o Alexandre tenían en su época. Y Tejero no está sólo, le acompaña una Malena Alteria que poco tiene que envidiar a su compañero de reparto. Pero no sólo son sus personajes los que encuentran un fiel retrato, desde el principio todo el método de la estafa está llevado con un cuidado tremendo, se manchan las manos políticos y empresarios, es un juego al fin y al cabo para ellos, y eso consigue ponernos de muy mala hostia.
Pero todo lo minucioso y duro del retrato que por un lado consigue Lemcke, lo pierde por la otra parte. Porque sí, es inevitable cabrearse con todo lo que estamos viendo, pero aún así se siente que al relato le falta demasiada garra, un poco más de fuerza y exposición. Además el realizador se empeña en ocasiones en abusar demasiado de la denuncia, olvidándose por completo de que está rodando bajo un filtro cinematográfico, un poco más de sentido del humor habría venido bien para aligerar este aspecto y es que la trama se para en muy breves ocasiones a reírse, aunque eso sí, cuando lo hace es con brillantes momentos de humor negro. Por suerte, sobre todo al final, el realizador se acuerda de que está haciendo cine y pese a que podamos acusarle de ser quizá algo sensiblero, lo cierto es que consigue un remate espectacular y además consecuente con todo lo que había contando sabiendo sonreír también a todo ese halo de negatividad que imprimía a la película.
A Cinco metros cuadrados se le pueden achacar muchas cosas, el hecho de no haber llegado unos años antes, la falta de garra o la tendencia hacia la denuncia (defecto bien conocido entre algunos cineastas españoles), pero apoyada sobre todo por la fuerza interpretativa de sus dos protagonistas, Cinco metros cuadrados es una película igualmente interesante, un minucioso retrato no sólo sobre la especulación inmobiliaria sino también sobre la decadencia del ser humano a través de las obsesiones y los sueños rotos. Además también supone el redescubrimiento de un Tejero como actor, injustamente encasillado (ya estaba sensacional en Los Lunes al Sol) y que aquí demuestra ser capaz de derrochar un talento excepcional.