En su mayor éxito cinematográfico John Carney nos demostró que se puede hacer cine de una manera muy sencilla fascinando a público y crítica. Once (Una Vez) es ese tipo de filme que sin saber muy bien por qué recuerdas con una sonrisa cada cierto tiempo, porque con ella sólo hace falta un acorde (quizá el de Falling Down) para enamorarse de la historia de sus protagonistas. Quizá para algunos Once sólo sea un simple musical, un vano intento con apariencia de documental que en verdad ni pincha ni corta en el subgénero; pero habrá quien la considere una pequeña joya infravalorada del cine independiente que sin adornos ni complicaciones logra hacernos creer en los sueños. A los pocos minutos de metraje yo ya sabía de qué lado estaba, y todavía al recordarla conservo la cálida sensación que la mirada llena de ilusión de Glen Hansard me dejó al finalizar la película.
Once (Una Vez) cuenta la historia de Glen Hansard, un cantante y compositor que interpreta sus canciones por las calles de Dublín cuando no está trabajando en la tienda de su padre (Bill Hodnett). Su talento no pasa desapercibido para Markéta Irglová, una inmigrante checa que vende flores en la calle. Ambos comparten el amor hacia la música y un dueto en una tienda desencadenará una historia en la que descubrirán que se complementan muy bien.
Once es adoración por la música, una película hecha con delicadeza y llena de bondad que se ve sólo una vez cada cierto tiempo y que cautiva casi sin querer. Es imposible verla sin enamorarse de sus líneas llenas de poesía, sin sentir su musicalidad artesanal, ésa que no necesita ningún momento adrenalínico para calar en el espectador. En todas partes hay una pequeña historia esperando para ser contada, la de un músico callejero con aspiraciones a profesional no parece la más original de todas, pero en Once tanto Carney como la pareja protagónica lograron que dejásemos atrás esos prejuicios y construyeron por las calles dublinesas una historia de amor con la mejor banda sonora imaginable. Once (Una Vez) es una película modesta pero con encanto, llena carisma y muy inteligente, que sabe alternar la crisis personal y sentimental del dúo actoral con momentos musicales mágicos sin decaer ni desencajar. Un drama romántico auténtico cuyo visionado se convierte en una delicia desde que oímos a Markéta preguntar a Glen sobre sus letras de desamor.
Cada minuto de los 85 de Once están formados por pequeños pero valiosos detalles que combinados conforman una película llena de esperanza y pasión, por la música y por la vida. Y contemplar escenas con canciones como Leave o Lies de fondo, mientras disfrutamos de cómo la relación entre la pareja evoluciona, entre café y canción, entre sonrisa y charla, éso, no tiene precio. Once devuelve las ganas de luchar por lo que uno desea y lo hace con tanta mesura que parece que ni ella misma lo pretendiera. Un paseo por Irlanda con la mejor melodía posible.