Transformers: El lado oscuro de la Luna – Yo para ser feliz quiero un camión | La Cabecita

Más que cine, a los productos de Michael Bay se les podría calificar de parque de atracciones, y esta Transformers 3 que nos llega es posible la mayor de las atracciones de ese parque temático, así que prepárense para disfrutar a lo grande.

Claro que el espectáculo tarda en arrancar, y si entras a la sala cuando la película ya ha pasado los 90 minutos, no te preocupes, llegas justo para que el espectáculo empiece.

Sabemos que los productos de Michael Bay no se identifican por un gran guión, unos personajes bien trabajados, o ni siquiera una historia que pueda dar mucho de sí. Y los que pagan una entrada para ver una película de Michael Bay tampoco buscan esto, buscan entretenimiento puro y duro.

Por eso no es lógico que durante hora y media el director se dedique a preparar el terreno para esa gran orgía venidera, una hora y media tan insustancial, que salvo puntuales escenas de acción acaba resultando aburrida y realmente entran ganas de echarte una buena siesta mientras lo ves.

Pero llega un momento en el que todo cambia, que empieza un auténtico apocalipsis, y ahora sí, es el momento de entrar de lleno en la atracción de Michael Bay. El director lo sabe, sabe que para ese momento muchos de los espectadores están totalmente fuera de la historia, pero se lo pone fácil para volverse a conectar a la película, sabe que es para lo que el espectador ha pagado, y se lo sirve en bandeja de plata.

Y la única condición para disfrutar de esta atracción es olvidarse de todo, no importa el extenuante uso de la banda sonora para emocionar, no importa la sencillez de todo lo que se cuenta, o lo odiosos que resultan todos sus protagonistas humanos (y algunos robots), si no el cómo lo cuenta.

Y es que la hora final es un verdadero festín, llena de giros de cámara acrobáticos, maravillosos efectos especiales, peleas de robots, explosiones, situaciones de lo más inverosímiles capaces de provocar la sonrisa más macarra en el espectador. Y lo mejor de todo es que este espectáculo épico se prolonga durante una hora, pero una hora que realmente se hace muy corta.

Así que una vez terminada la película, realmente el espectador sale satisfecho de la sala, ya se le ha olvidado la tediosa hora y media inicial, pero lo cierto es estaba ahí. Pero ¿para qué? ¿No habría sido más cómodo haber comprimido toda esa hora y media en escasos 30 minutos? No sólo no se habría perdido nada, si no que la sensación final sería aún mejor y el divertimento aún mayor.

No es la primera vez que Bay peca en algo así, el realizador californiano debería ir planteándose reducir todo ese desarrollo de la trama que suele alargar hasta la extenuación y muchas veces cargándose el concepto general de la película, el Bay que funciona esta al final, y es un tipo de lo más divertido y entretenido, pero que no se engañe, mucho tiene que cambiar para que pueda hacer algo más que eso.

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