No sé si es una broma de mal gusto o si va demasiado en serio. Quiero decir, el esfuerzo está ahí. El mérito de haber hecho un trabajo audiovisual de algo más de tres horas de metraje, ahí queda. Pero le está tomando el pelo al espectador de una manera que a mí, personalmente, no me hace ni pizca de gracia. Sí, claro que hay momentos, sobre todo al principio, en los que vas pillando el humor de lo absurdo y se te escapa alguna carcajada incontrolada. Pero llega un punto en el que la imagen, el diálogo, el ritmo y la psicología de los personajes, se te hacen repetitivos y, por consecuencia, pesados. Muy pesados. Verdaderamente pesados, hasta la saciedad.
No hay palabras para expresar la difícil digestión que puedes tener poniéndote delante de esta miniserie e intentando buscar el interés de la historia, un porqué de lo que estás viendo, una razón de ser de ese guion carente de trama. Y es que puedes ver el inicio sin necesidad de ver el desenlace (por llamar de alguna manera a los últimos minutos del metraje), y también puedes ver el final sin necesidad de haber visto un principio. Me da una rabia tremenda que haya demasiadas cosas que no alcanzo a entender, y esto solo sucede por una pequeña pero muy importante razón: no me importa lo que está pasando. Sin duda alguna, lo mejor es el personaje de Quinquin, y la combinación de éste con los de los policías resulta original. Pero la construcción de los personajes no es más que el boceto y no deja de hacer que sea una estructura hueca, donde el silencio se hace desesperante y no es por falta de acción sino por lo absurdo de ésta. Y esto al principio lo vas dejando pasar: justo cuando piensas que lo que llevas diez minutos echando en falta es una banda sonora, ves a una vaca muerta volando y se enciende la chispa de la curiosidad; los gestos del agente de Policía Nacional te resultan muy divertidos y aprecias la ironía de que sean justo los que investigan un crimen de asesinato los que planten las bases del humor. Esta es la marca distintiva de El pequeño Quinquin.
Llega un momento en el que tu cerebro ve el símbolo de “play” en la pantalla y se acuerda de lo que era no estar en pause. Entonces reaccionas y dices hasta en voz alta “esto es aburrido de narices”. Y, claro, basta que se vea el descosido para empezar a tirar del hilo. Te das cuenta de que hay momentos que resultan asquerosos y son innecesarios, o te irritan detalles como que la que canta mal no hace gracia si canta mal dos veces, y ya te cansan los primeros planos del policía haciendo gestos extraños con los ojos porque la expresión es siempre la misma y empiezas a ponerte (muy) nervioso tú. Pero lo peor de todo es cuando te preguntas si de verdad la intención es que todos los personajes parezcan retrasados, con sus tics nerviosos, sus miradas al infinito y sus diálogos que no repercuten en el desarrollo de ningún tipo de historia. He de decir que creo que si uno de los propósitos es ser diferente, se merece un aplauso enorme. El gran problema es que creo que detrás de todo esto prevalece una intención perversa, y es que el espectador se haga preguntas a sí mismo. Conmigo, desde luego, lo ha conseguido, y mi principal pregunta es la siguiente: ¿cómo decidir cuándo acabar algo aburrido?
Ficha técnica:
Título original: P’tit Quinquin Director: Bruno Dumont Guión: Bruno Dumont Fotografía: Guillaume Deffontaines Reparto: Alane Delhaye, Lucy Caron, Bernard Pruvost, Philippe Jore, Corentin Carpentier,Julien Bodard, Baptiste anquez, Lisa Hartman Distribuidora: Good Films Fecha de estreno: 12/06/2015