Todos necesitamos una meta en nuestra vida, un lugar al que llegar y poder pedir por fin un deseo, un lugar de juntarnos y sentirnos por fin completo. Para los chavales de Cuenta Conmigo aquella increíble fabula sobre cuando los niños dejan de ser niños, la meta estaba junto a las vías del tren, pero realmente no importaba el destino, el hecho de llegar a ver a ese cadáver era mínimo, la importancia recorrí durante todo ese viaje que los cuatro chavales recorrían, toda esa unión que experimentaban y el cambio que poco a poco iban sintiendo en ellos, en la mirada de ese cervatillo nada más comenzar la mañana. En Milagro, la nueva película de Kore-eda pasa algo similar, la meta además vuelve a estar junto a las vías del tren, la necesidad de ver a dos trenes cruzándose a 260 kilómetro, el destino de dos trenes que avanzan y no ser paran a saludarse, dos trenes que indican el destino y el camino de cada ser humano, avanzando a toda prisa sin tiempo a detenerse. Pero entonces se encuentran, algo que pasa tan sólo en un punto, ese es el punto de encuentro, el de inflexión ante una forzada separación, dónde el milagro no es el que se pide, si no la fuerza que tienen esos trenes para seis meses después unir a dos hermanos que nada más verse sienten como si el tiempo apenas les hubiera separado.
Kore-eda vuelve a tratar a los niños con mimo, pone la cámara a su altura, les hace adultos y nos hace ver el mundo a través de sus ojos. Tras la separación de sus padres, dos hermanos se encuentran separados en dos ciudades de Japón, el único sueño es volver a reunirse, que ellos dos y sus padres puedan volver a vivir juntos, es entonces ahí cuando aparece la idea del milagro, llegar a ese momento en el que los dos trenes se juntan a tanta velocidad que la fuerza generada al juntarse esas dos grandes velocidades es capaz de cumplir los deseos de todos aquellos que lo presencien. En una ciudad y otra, los dos hermanos, acompañados de sus amigos se las apañaran para juntarse en ese punto dónde se pueda obrar el milagro, desde volver a juntarse, hasta el sueño de ser actriz o dar vida a su perro muerto, cualquier milagro se puede obrar, pero lo importante de ese viaje será dar el paso definitivo para ser adultos, conocer que el mundo no siempre te va a dar todo lo que esperas.
Podríamos considerar a Milagro la antítesis de Nadie Sabe, película con la que guarda muchísimos puntos en común, pero si allí el tono era deprimente, desolador, carente de cualquier tipo de esperanza, capaz de meter una punzada en el estómago del espectador, aquí ocurre todo lo contrario, aquel desértico Tokio se convierte en una ciudad colorida, cuyo único punto de tristeza lo pone un volcán que llora ceniza, pero la llora por los kilómetros que separan a dos hermanos que necesitan estar unidos. Nos encontramos con un mundo lleno de adultos adorables en los que el niño puede buscar refugio, desde el abuelo, al profesor, la bibliotecaria o la enfermera. Kore-eda siempre busca un tono alegre, con una amabilidad que hace de Kiseki una película apta para disfrutar de ella con toda la familia, dónde en un increíble torbellino de emociones apenas hay lugar para que la tristeza perdure, dónde cualquier momento malo se puede tornar en una sonrisa a base de esperanza.
Es cierto que Kiseki quizá peque un poco de larga y se le podrían haber suprimido varias escenas para acortar su duración, sobre todo aquellas en las que no están implicados los dos hermanos protagonistas, pero Kore-eda se esfuerza tanto por pulir cada personaje que al final esto acaba siendo un detalle insignificante. En Kiseki la naturalidad que todo desprende se ve fusionada de lleno por un colorido estilo pop, casi proveniente de un manga que toma vida. Kiseki es una fabula sobre pedir que los sueños se hagan realidad, pero va más allá, convirtiéndose en el retrato de dos niños obligados a ser adultos, a cuidar de sus padres y a descubrir por completo el mundo por sí mismos, es inevitable no acordarse de Cuenta Conmigo, porque con algo más de inocencia que en aquella, aquí también hay un camino recorrido desde la más inocente infancia hasta una adolescencia en la que el chaval tiene que empezar a darse cuenta de todo lo que lleva sobre sus espaldas, y aguantarlo de la única forma de la que un niño es capaz de hacerlo, con una sonrisa que se contagia al espectador.