Se ha querido vender La Piel que habito como un punto y aparte en la carrera de Almodóvar, como un giro radical a lo que el realizador había construido hasta ahora, y esto no podía ser menos cierto. Es verdad que el director manchego toca géneros que no había tocado nunca hasta ahora como el terror o el thriller, pero ni mucho menos La Piel que habito es una película que se leja de los “Almodovarismos” habituales.
El sello del director está claro, y las motivaciones de la película se mueven por los mismos caminos a los que nos ha acostumbrado en su extensa filmografía, temas como la pasión, la maternidad o el erotismo que han marcado tanto su cine, están aquí de nuevo presentes. Así como la misma cinefilia a la que nos tiene acostumbrados, desde la más obvia, Los ojos sin rostro de de Franju, a otras como Vértigo, La naranja mecánica, e incluso dentro de su propia filmografía películas como Entre Tinieblas y sobretodo Átame, se sienten como parte fundamental a la hora de confeccionar la historia.
Antonio Banderas es el Doctor Robert Ledgard, una suerte de Doctor Frankenstein, un cirujano que motivado por el accidente de su mujer, la cual se quemo y perdió su rostro en un accidente de coche, ha dado con la clave a la hora de crear una nueva piel sintética, y con la que no dudará en experimentar.
Es la segunda vez que Almodóvar no parte con un material original, la anterior fue con Carne Trémula, y curiosamente son dos películas que se apoyan en la venganza, aunque si bien la anterior es su película más impersonal, en ésta como ya hemos comentado antes, sucede todo lo contrario.
El realizador construye un puzle de lo más interesante, dividiendo de la película en tres partes, y recurriendo al salto en el tiempo. Con un fantástico maravilloso sentido de la narración, Almodóvar empieza inmediatamente la película, sin pararse a presentaciones, dando una importancia tremenda a las imágenes y a cada pequeña acción, y dando pequeñas pinceladas a sus personajes durante sus fantásticos veinte primeros minutos.
A modo de flashback, Marisa Paredes nos pone rápidamente en situación, tras esto, nos vamos seis años atrás, a lo que se podría decir que es el verdadero comienzo de la película, con una divertida escena inicial que ayuda a relajar un poco la tensión ya creada antes de volver a ponernos rápidamente en posición. Pero eso llega rápido, Almodóvar es muy contundente con lo que cuenta y no se dedica a perder tiempo, y es que su relato tiene la misma rotundidad que la mostrada en Hable con ella, y posiblemente, junto al de aquella, ésta tenga el guión más redondo entre los escritos por el manchego.
Y por supuesto, el ya famoso giro, que pilla por sorpresa al espectador –al menos al día de hoy, porque apunta a correr la misma suerte que los de películas como El Sexto Sentido, El Imperio Contraataca, Los Otros o El Planeta de Los Simios– y le deja completamente atónito ante lo inesperado del mismo, un giro que sí, es fácil asociar con Almodóvar, pero no por ello pierde la intensidad del mismo.
Con su habitual firmeza, el realizador español nos ofrece escenas cuidadas a la perfección y que calan en lo más hondo al espectador, la cuenta es larga: las piezas de vestidos desparramados por la habitación, la huida de esa terrorífica habitación, la preparación del quirófano, el terrible manguerazo, y algunas otras que no desvelaré aquí por ser parte fundamental de la trama.
En lo único que realmente Almodóvar si se muestra como alguien nuevo, y mete un concepto que hasta ahora no le había sido necesario construir, es a la hora de crear una atmosfera tan terrorífica y perturbadora como la que monta aquí, y es que esa casa toledana, con esa escalera perfectamente situada a la derecha, se torna como un lugar realmente lúgubre y aterrador.
Mucha culpa de que esta atmósfera funcione tan bien, la tiene también la estupenda fotografía de José Luis Alcaine, que se vuelve a reencontrar con Pedro tras Volver. Como suele ser habitual en las películas de Almodóvar, cada película es distinta y consigue tener la tonalidad justa y necesaria –quizá por eso, suela cambiar tanto de director de fotografía-, esta no es para menos, y sí, posiblemente sea la más oscura de todas, pero sin renunciar tampoco a ser una película colorida, creando un contraste perfecto.
La elección de sus dos actores protagonistas no podía ser más acertada. Antonio Banderas vuelve tiempo después a nuestro cine para hacer uno de sus mejores papeles, un papel que irremediablemente recuerda a una versión más adulta y perfecta de su personaje en Átame, curiosamente el último que hizo con Almodóvar. Sabe despojarse de todo el perfil latino que se ha creado en estos últimos años para crear a un personaje frio, terriblemente impenetrable, e incluso terrorífico. Un personaje que el actor malagueño clava a la perfección, y se consigue abrazar a él, haciéndolo totalmente suyo.
Elena Anaya no se queda atrás, con su apariencia mórbida, pero una fuerza terrible, es imposible que deje de recordarnos a otra de las “Chicas Almodóvar”: Victoria Abril. Pero lo complicado de su papel, va mucho más allá en la última parte de la película dónde es capaz de hacer que el espectador vea a través de sus ojos, y se olvide de a quién está viendo realmente.
No quería terminar este comentario, sin resaltar la maravillosa partitura que compone Alberto Iglesias, que sigue retumbando en la cabeza del espectador mucho tiempo después, con mención sobre todo a esa fascinante “Patada en los Huevos”, un título rotundo, para un tema que desde luego está lejos de sentirse así.
Almodóvar no llega a la madurez con esta película tal y como muchos habían insinuado, entre otras cosas porque la madurez de su carrera llego irrefutablemente con Todo Sobre mi Madre,. Lo que aquí muestra es una maravillosa habilidad para saber jugar con los géneros sin renunciar en ningún momento a sus señas de identidad, y lo hace con una película fantástica, completamente redonda, y que fácilmente ya se puede considerar como una de las mejores películas en la carrera del que a día de hoy es nuestro director más importante.