Llevo desde ayer que vi El árbol de la vida intentando escribir algo sobre ella, la verdad es que me cuesta, sigo fascinado por sus imágenes sin saber muy bien como asimilarla, pocas veces me he visto tan apabullado por una película como para quedarme sin ningún tipo de expresión. Aunque ¿Es justo decir que El árbol de la vida es una película? Creo que no, más que como una película habría que calificarla como una experiencia.
No voy a repetir el término “cineasta singular”, que hemos oído hasta en la sopa desde que la película se alzase con la palma de oro en el festival de Cannes, como referencia a su director Terrence Malick. No es que el término no sea certero, que en parte si lo es, pero creo que Malick cada vez es un poco menos cineasta y cada vez es más filósofo, más poeta, más pintor… y definitivamente con El árbol de la vida llega al súmmum de su carrera, dejando de lado todo tipo de narrativa tradicional con un proyecto quizá algo ególatra y megalómano, nadie puede decir lo contrario, pero lo hace de una forma que atrapa al espectador dentro de sus fueros.
Es cierto que la carrera de Malick es muy breve, pero es impresionante, ya desde su primera película: Malas Tierras, mostró una necesidad impetuosa de salir hacia la naturaleza, algo que sería una constante en su cine, desde la paja de Lejos Del Cielo, a ese pájaro moribundo por culpa de la metralla en La Delgada Línea Roja y por supuesto aquellos bosques de la América de El Nuevo Mundo. Aquí eso se magnífica y va un paso más allá, con una sensacional secuencia en la que Malick busca recrear todo el origen del universo, para hacer que el espectador se dé cuenta de la nimiedad que puede suponer algo como la muerte, y lo hace pasando por unos dinosaurios en los que un simple gesto deja claro en el espectador que en tantísimo tiempo entre medias pocas cosas han cambiado y lo hace a través de los ojos de un chaval que creció a mediados de los cincuenta en plena época Eisenhower.
Quizá más que nunca, en esta ocasión, Malick reniega de cualquier tipo de narración continua y relega los diálogos a un segundo plano, a Malick lo que le interesa como nos tiene acostumbrados es acercarnos a los miedos y preguntas de sus protagonistas, aquí en la piel de un niño que ya adulto sigue deambulando perdido, y lo hace a través de una voz en off que se funde por el camino con imágenes maravillosas, la fantástica banda sonora que compone Alexandre Desplat y una exquisita selección de música clásica.
Y luego está su final, este tercer acto que tiene lugar en esa onírica playa, sinceramente debo de decir que algo que aún no acabo de entender, y a su vez le encuentro muchísimos significados distintos pero me parecen todos tan estúpidos como lo que ando escribiendo aquí. Pero no puedo descartar que en cierta forma no fuera eso lo que Malick pretendía y veinticuatro horas después de haber visionado la película mi mente sigue deambulando por esa playa a la que van a parar todas las preguntas que surgen durante el visionado de la película.
¿Es El árbol de la vida una buena película? Y quién soy yo para decirlo, quién soy yo para calificarla si quiera de película, es una maravillosa experiencia metafísica a la que volveré muchas veces por pura necesidad, es un proyecto megalómano pero que consigue meterse dentro de ti y hacer que te preguntes sobre tu propia existencia. No, no es cine, y muchos saldrán despavoridos de lo que verán como un horror, y no me parecerá en absoluto extraño, es más, lo entenderé, porque quién vaya esperando una película convencional y no vaya con la mente abierta será imposible que la pueda disfrutar. Y como ya he dicho antes, todo esto no son más que una sarta de estupideces que seguramente no tendrán mayor validez que cualquier otra opinión existente de esta película, porque en cada ojo y en cada mente se proyectará una película bien distinta.