Macbeth – Un cuento lleno de furia, ruido y significado | La Cabecita

Si uno lo piensa un poco y hace algo de abstracción, los protagonistas de las tragedias de Shakespeare, llámense Otelo, Hamlet o Macbeth, no están tan lejos de los personajes que suelen salir de la pluma de Joel y Ethan Coen. Si algo une a Llewyn Davis con el Jerry Lundegaard de Fargo o el Larry Gopnik de Un tipo serio, es que se les vienen encima múltiples desgracias, y muchas de ellas están causadas por su propia tozudez, con algunas pocas que el destino o la mala suerte, si es que son diferentes, también quieren lanzar en su camino. La diferencia probablemente sea simplemente de tono, empático y dramático en Shakespeare, pero distanciado e irónico en los Coen.

Por ello, aunque a priori a muchos nos extrañó que Joel Coen, tras esa magistral e infravalorada La Balada de Buster Scruggs, eligiera como su siguiente proyecto (esta vez sin su hermano Ethan) una nueva adaptación de una de las más adaptadas obras de Shakespeare, después de pensarlo más detenidamente intentamos imaginar cómo sería un Macbeth visto desde la sorna y el desapego, y no nos pareció tan descabellado.

A éstos quizá sea a quienes más nos sorprenda ahora comprobar que, a diferencia de eso que podíamos esperar (un Shakespeare pasado por el filtro del humor y la ironía postmoderna), Joel Coen ha preferido lanzarse de lleno a la tragedia (subrayándolo desde el título) y demostrarnos que tiene aún más registros por enseñar (aunque bien es cierto que, cuando los hermanos han adaptado material ajeno de prestigio, como en No es país para viejos, ya habían mostrado un tono más grave). Y digo “demostrarnos” y no “intentar demostrarnos” porque lo ha conseguido, y ha sabido estar a la altura de previos Macbeths serios como son los de Orson Welles y Akira Kurosawa. De hecho, sorprende lo mucho que se ha acercado al de Welles, con una puesta en escena que enfatiza la esencia teatral de la obra, y que, con decorados y vestuario austeros, casi abstractos, pero muy expresivos, y una fotografía en blanco y negro llena de claroscuros extremos, cuenta la historia como si se tratara de un mal sueño del que se intenta, sin éxito, despertar.

Y es posible que esta sea la gran, pero también única, pega que se le pueda poner a la película: si se parece tanto a la de Welles… ¿Era necesaria? Probablemente, si nos ponemos estrictos, no, no lo era. Podríamos vivir perfectamente sin esta nueva versión. Pero, ¿ha de ser el arte siempre necesario? Si la obra sigue funcionando, si la nueva versión también nos proporciona placer (estético, narrativo) y nos sigue impactando, asustando, emocionando y haciendo pensar, ¿tenemos que preguntarnos si era necesaria? En el teatro, forma original de Macbeth, esto ni se plantea: por supuesto que es necesario que los directores y productores teatrales sigan haciendo representaciones de los clásicos, porque las representaciones no perduran como sí perdura el cine. De la misma manera, si un director como Coen también tiene ese impulso de hacer un nuevo Macbeth, pero su medio es el cinematográfico, ¿debe prohibírselo a sí mismo solo porque ya hubo otro parecido? Seguramente no.

Y al fin y al cabo, las versiones no son idénticas: el espíritu puede ser parecido en Welles y Coen (un Macbeth como un sueño febril, una pesadilla abstracta y abrasadora), pero los matices, necesariamente, varían: si allí Lady Macbeth era un símbolo de ambición envilecida y ennegrecida al extremo, aquí su ambición resulta más natural y cercana, lo cuál la hace más incómoda: es más fácil reconocerse en la mujer que interpreta Frances McDormand (y esta actriz no deja de cosechar halagos en los últimos tiempos, pero en mi modesta opinión, aquí son más merecidos que nunca, y quizá sea ésta su interpretación más impactante y perfecta, y la más alejada de sus registros habituales) ; del mismo modo, también nos encontramos un Macbeth diferente en manos de Denzel Washington: más inseguro, quizá más quejica que atormentado, más superado por las circunstancias que parte activa de ellas y, por tanto, más Coeniano. Y si, en 1948, la atmósfera era de pesadilla pavorosa, aquí es más de sueño inquietante. También quepa, seguramente, una lectura política ajustada a los tiempos: querer perpetuarse en el poder a cualquier precio puede acarrear tragedias insospechadas…

Son diferentes, por último, también las imágenes, claro, y no es este un punto intrascendente, puesto que lo más impresionante de esta adaptación, junto a esa Lady Macbeth tan incómodamente cercana de McDormand, seguramente sea su apartado visual: los paisajes desolados, los castillos de habitaciones espaciosas, blanquísimas y tan desoladas como el paisaje, una daga flotante que se transforma en tirador de puerta, un bosque que literalmente entra en el castillo, escalinatas como barrancos, barrancos como abismos… Joel Coen hace que una vez más la obra sea un viaje alucinante a espacios del alma humana que no querríamos visitar ni tanto, ni tan intensamente.

Así, si las interpretaciones son excelentes, si las imágenes son fascinantes e impactantes, si hay matices de tono o perspectiva interesantes, y si la obra sigue siendo tan potente y relevante como es… ¿vamos a quejarnos mucho de que sea parecida a otras versiones también excelentes?

Título original: The Tragedy of Macbeth Director: Joel Coen Guión: Joel Coen (basándose en la obra de William Shakespeare) Música: Carter Burwell Fotografía: Bruno Delbonnel Reparto: Denzel Washington, Frances McDormand, Brendan Gleeson, Bertie Carvel, Alex Hassell, Corey Hawkins, Harry Melling, Ralph Ineson, Sean Patrick Thomas, Miles Anderson, Kathryn Hunter Distribuidora: Apple Fecha de estreno:  15/01/2021