Es posible que echando la vista atrás 19 años, cuando nos encontremos con Misión Imposible veamos en ella una película clave para entender el resurgir del género de espías. Tan solo un año antes se había estrenado Goldeneye, la otra pieza clave de este renacimiento. Tras el estreno de Licencia para matar en 1989, el personaje de James Bond, epicentro de este subgénero cinematográfico pasaba por su peor bache, la recaudación de la segunda película protagonizada por Timothy Dalton fue desastrosa (había que retroceder hasta 1974 y El hombre de la pistola de oro para encontrar una película de Bond con una recaudación inferior). No cabía duda de que la figura del espía clásico necesitaba una renovación, empezaba el auge de la era tecnológica, y el muro de Berlín había caído, privando del que fuera el corazón de las tramas de espías durante muchos años. Goldeneye, la película del agente 007 que más tardó en estrenarse, actualizó a Bond a las exigencias del nuevo público, y funcionó porque el cambio era necesario, al igual que pasase años después cuando Daniel Craig tomó la herencia del personaje.
Del mismo modo que Goldeneye actualizó el personaje de Bond, Misión Imposible hizo lo propio con el subgénero de espías, supo recoger el testigo de quién era ese nuevo Bond trayendo a la palestra una serie de 1966 que precisamente había nacido al rebufo del éxito del personaje creado por Ian Fleming. Realmente el hecho de tomar el nombre de la serie fue poco más que una excusa, pero eso le permitía mantener la esencia del cine de espias clásico que se ha mantenido durante todas las secuelas, con elementos que pueden parecer tan anacrónicos como las escuchas autodestructivas que aparecen al principio de todas las películas para dar pie a la llamada Misión Imposible y que, sin embargo, resultan esenciales para que el juego funcione. Aquella película dirigida por Brian De Palma fue un éxito rotundo además de ser, para quien esto escribe, la mejor película del realizador italoamericano. La primera entrega de Misión Imposible era todo lo que el espectador buscaba en una cinta de este tipo, un guión farragoso pero fácil de seguir, lleno de giros inverosímiles y, sobre todo, trepidantes secuencias de acción firmadas por un director con un estupendo gusto para el tratamiento de la imagen.
Por desgracia, esto se perdió con la segunda entrega, cuando John Woo tomó las riendas de la saga, más allá de la cinta de espías clásicos de la primera, esta se convirtió en una flipada absoluta sin pies ni cabeza que difícilmente había por donde cogerla, no era el camino que Ethan Hunt necesitaba tomar para convertir a su personaje en un icono a la altura del de Bond. Antes de llegar la tercera entrega, llegó otro espía a quedarse con los espectadores. El éxito de El caso Bourne también fue decisivo para un género que parecía pedir más realismo, algo de lo que incluso el Bond se ha contagiado en su versión más reciente. Posiblemente, la mejor decisión que se tomó con la continuación de la saga fue, precisamente, el hecho de intentar recuperar la esencia de la primera entrega, quedarse en el terreno más clásico en lugar de adaptarse a lo que parecían ser las exigencias del público y, con ello, labrarse su propia identidad. Así desde que J.J. Abrams dirigiese esta tercera película de la saga, Misión Imposible ha ido creciendo poco a poco, película a película, convirtiéndose en una serie que a día de hoy es imprescindible para cualquier buen amante del género.
No cabe duda de que Misión Imposible: Protocolo fantasma, es la más cercana a la obra dirigida por De Palma, pero que además, se ha sabido beneficiar de lo labrado por las dos anteriores entregas. Una de las claves por las que la saga ha ido creciendo es el hecho de entender de que el héroe solitario carece de sentido, y si bien, en todas las entregas de Misión Imposible la elección del equipo ha sido parte fundamental de las películas (algo que ya ocurría con la serie), estos han dejado de ser meros comparsas para crearse una identidad propia. Así nos encontramos con una película en la que el único protagonista no es Tom Cruise, sino que Simon Pegg tiene casi el mismo protagonismo que la estrella (una decisión de lo más inteligente, puesto que Pegg aporta un importante alivio cómico, con el talante de saber permanecer en la raya de no caer en la parodia), y que los personajes de Jeremy Renner y Ving Rhames son igualmente importantes para conseguir sacar la película adelante. Lo que hace héroe al héroe no son simplemente su capacidad para conseguir adelante maniobras imposibles, sino tener al lado un equipo que sabe rellenar todas las carencias que este pueda tener, consiguiendo así un cómputo redondo de personajes en el que la presencia de una hermosa Rebecca Ferguson, cuyo rostro de femme fatale parece salido del cine clásico, acaba poniendo la guinda al pastel.
Posiblemente la elección de Ferguson no sea casual, porque estamos ante una película que no renuncia a sus herencias. En la que sin duda es la mejor escena de la película, una que tiene lugar en la Ópera de Viena, asistimos a un cuidado homenaje a la figura de Alfred Hitchcock en El hombre que sabía demasiado (no en vano, si un cineasta ha bebido de Hitchcock en las últimas décadas, ese ha sido De Palma). Esta se permite incluso con los elementos que el genio inglés manejaba para crear tensión, pero con la inteligencia de hacer que estos parezcan nuevos. ¿Se acuerdan de aquella nota fatídica al final de la escena? Hitchcock comentaba en su extensa entrevista con François Truffaut la importancia que tenía que el espectador conociese la nota en la que el incidente iba a llegar, y por ello la había repetido con antelación. Aquí, y a falta de poder de realizar la misma acción puesto que el espectador, al igual que el propio Hunt, va descubriendo el plan casi al tiempo que se va ejecutando vuelve a haber una nota fatídica. Para que esto funcione con la precisión con la que ocurría en la obra de Hitchcock, el tema elegido es uno tan popular para cualquier persona como Nessun Dorma, una maniobra que permite repetir la jugada con la misma efectividad sin necesidad de presentar el plan con antelación.
Esta inteligencia permanece intacta durante toda la película, en la que al igual que en la primera película de Misión Imposible, asistimos a un juego de giros imposibles y fantásticas escenas de acción, en las que además se usa el montaje para jugar con la tensión a la perfección, una lección que el realizador Christopher McQuarrie parece haber aprendido de De Palma y Hitchcock, posiblemente el mejor ejemplo de esto lo tenemos en la escena submarina, en la que Hunt tiene que cambiar una tarjeta antes de que se le acabe un oxígeno, que en un juego de gadgets siempre conocemos cuanto le falta para que esto termine, mientras que Benji, el personaje de Simon Pegg, tiene que superar una serie de puertas, algo que solo logrará hacer sin ser detectado si Hunt completa su misión. Quizá, lo mejor de todo esto sea la comprobación de que más allá de los efectos digitales, están los golpes de efectos, aquellos que nacen de las herramientas puramente cinematográficas, y si estos se usan bien pueden resultar más excitantes que cualquier CGI que te puedan imponer, y es ahí donde Misión Imposible: Nación secreta se descubre como uno de los blockbusters más impactantes del año.
Estamos ante una entrega completa, la mejor de las secuelas que ha entregado una saga que en lugar de reinventarse como muchas otras, ha sabido ir plantando poco a poco la semilla y crecer a su alrededor. El personaje de Ethan Hunt, ligado a la perpetuidad a la piel de Tom Cruise (resulta difícil pensar que cualquier otro actor pudiera manejar a estas alturas el personaje con el carisma y la soltura con el que Cruise lo lleva), es ya, junto a Bond, el espía más importante de la historia del cine reciente. Misión Imposible: Nación secreta es una de las películas más refrescantes de un verano que curiosamente ha estado marcado por la nostalgia hollywoodiense repitiendo fórmulas de sobra conocidas con, eso sí, estupendos resultados, pero pocas películas resultan tan novedosas como esta, y lo consigue, precisamente, bebiendo como ninguna del cine clásico. Porque al final el gran mérito de la película está en ser una película con un gusto a cine clásico, algo que se bebe en su guión, en su montaje, y también en el cuidado tratamiento de la imagen de Christopher McQuarrie que firma su mejor trabajo hasta la fecha, y que depura al máximo ese gusto por lo visual que empezaba a asomarse tímidamente en Jack Reacher.
Ficha técnica:
Título original: Mission: Impossible – Rogue Nation Director: Christopher McQuarrie Guión: Christopher McQuarrie Música: Joe Kraemer Fotografía: Robert Elswit Reparto: Tom Cruise, Rebecca Ferguson, Sean Harris, Alec Baldwin, Jeremy Renner, Paula Patton, Simon Pegg, Ving Rhames, Simon McBurney, Jingchu Zhang Distribuidora: Paramount Fecha de estreno: 07/08/2015