Esta semana se está celebrando en Alcobendas la segunda edición del festival La Mano, que se propone traer a España algunos proyectos poco conocidos de los géneros de terror y fantástico. Se inició el pasado sábado con Braindead en su sesión inaugural y se clausurará mañana viernes, cuando recuperarán E.T. El extraterrestre, uno de los clásicos de los 80. Entre medias, estamos disfrutando de cortometrajes y largometrajes nacionales e internacionales aún huérfanos de distribución. Los organizadores del festival recalcan que su prioridad a la hora de escoger los títulos no ha sido el éxito comercial que hubieran tenido en otros festivales, sino el hecho de que pudieron dejar poso.
El festival está financiado con un presupuesto 3.000 euros, un 60% de los cuales se destinarán a las ganadoras. El precio de las entradas es de un euro, si bien ofrecen la entrada gratuita a los menores de edad, los jubilados y las personas que aleguen estar desempleadas. El año pasado, en la primera edición del festival, las entradas eran gratuitas, pero sus organizadores explican que deben ir probando diferentes formas de acercarse al público. Los ingresos del festival, recibidos principalmente a través del merchandising, están destinados a sufragar las dietas de los directores, que vienen a España a ofrecer conferencias y charlar con los espectadores. El propósito de los organizadores es puramente altruista, pero entre sí bromean con la posibilidad de convertir el festival en uno de prestigio.
El pasado martes se exhibieron los largometrajes Proxy y Wax y el cortometraje Robotghost; también estaba prevista la exhibición del corto Pity, pero un fallo en la bobina nos impidió disfrutar de él. Proxy era interesante desde el punto de vista estructural y narrativo, pues el aparente personaje protagonista desaparece de la historia hacia la mitad del metraje para ceder la atención de la cámara a su compañera de reparto. Esto ya se ha visto anteriormente en el cine (siendo Psicosis el ejemplo más conocido), pero no por ello deja de ser en cierto modo rompedor el hecho de que se salte el patrón genérico estipulado. Cuando se produce ese punto de ruptura, el espectador se queda huérfano durante unos minutos, desamparado y sin saber si la película va a acabar ahí, toda vez que quien nos acompañaba en ese viaje que es la inmersión en la película ya no está.
Pese a este singular atractivo, la obra contiene numerosas trabas en su irregular guion que hacen que decaiga su nivel. La más importante es que la evolución del personaje de Melanie carece de interés, tanto en el ámbito familiar como en el social. También se echa en falta profundizar más en esas alucinaciones que tiene tanto antes como después del acontecimiento dramático que marca la cinta. Por otra parte, quizás se requeriría una mayor conciencia explicativa sobre los razonamientos psicóticos de Esther. La resolución, correcta en su planteamiento, resulta un fiasco en su realización: no son pocos los guionistas que toman a los espectadores por estúpidos, o quizás sean ellos mismos los estúpidos, pero lo de las rehenes quitándose por sí mismos las ataduras no debería ser permisible fuera de Barrio Sésamo.
El corto Robotghost brilla por su ambientación, recordando en cierta medida a Sin City, aunque en este caso la fotografía sea a color. Ahora bien, el contenido tampoco es que sea para tirar cohetes, porque después de que el protagonista haya soltado una perorata con aires vengativos y más retórica que la de Hugo Weaving en V de Vendetta, el corto se acaba. ¿Ya? Sí, ya. Como respuesta a las indescifrables incógnitas, aquí tienes los títulos de crédito.
Cerraba el día Wax, un pseudo-homenaje a Los crímenes del museo de cera que no se sabe bien adónde va. Hay atisbos de interés en las escasas escenas en las que vemos las peripecias del doctor psicópata, pero estas escenas apenas durarán diez minutos en el cómputo global. El resto es un vulgar corre-que-te-pillo con cámara en modo visor nocturno que supera con creces la barrera del tedio, algo difícil de creer en el género de terror.
Por fortuna, la jornada de miércoles marchó bastante mejor que el día anterior. Se presentaron las películas Found y Chimères y el corto Canis. La primera trata la incomprensión familiar y social que sufre Marty, un chico de doce años. Sólo su hermano mayor logra comprender las obsesiones del joven por el cine de terror, pero su vida se volverá del todo inestable cuando descubra que la apariencia afable de su hermano es sólo una máscara tras la que se esconde un sádico psicópata. Marty irá dejándose arrastrar progresivamente hacia ese universo de violencia. En este sentido, se echa en falta una progresión más paciente en la evolución del personaje, que las dudas del chico se traduzcan inicialmente en una ebullición interior antes de decidirse a exteriorizar sus sentimientos. Esto se trata de modo muy superficial, y el espectador nunca llega a sentir la congoja que sería necesaria, quizás con el apoyo de la música adecuada. En cualquier caso, es muy loable que el director, el debutante Scott Schirmer, haya logrado dar forma a esta más que decente pieza con un irrisorio presupuesto de 8.000 euros.
Chimères es de la obra que menos esperaba, de la que peor había oído hablar y de la que mejor opinión me he llevado de lo que llevamos de festival. Quizás fueran esas bajas expectativas previas, el pensar “pues tampoco es tan mala”, lo que me hizo verla mejor de lo que me habría parecido en condiciones normales. La se podría concebir como un drama romántico entre vampiros, y es que para su director y guionista, Olivier Beguin, “el terror no es sólo sangre, al contrario de lo que cree mucha gente, sino que puede esconder una bonita historia tras de sí”.
Desde el punto de vista argumental la cinta es débil, pero se aprecian algunas virtudes estilísticas del director para suplir durante la mayor parte del metraje las limitaciones técnicas que da su escaso presupuesto. Especialmente virtuosa es esa escena en la que vemos a la mujer en la ducha con la sangre imaginaria cayéndole por la cabeza, el cuello y los pechos. Por desgracia, en el epílogo decide recurrir a escenas de acción que denotan sus evidentes carencias técnicas, pero Beguin deja claro que esa era la historia que él quería contar, independientemente de la calidad resultante.
El cortometraje Canis se ambienta en el desolador panorama de una casa abandonada, donde viven encerrados un anciano con su hijo y su perro y a la que intentan acceder agresivos perros salvajes desde el exterior. Bajo el siempre atractivo formato de stop-motion y con una fotografía en blanco y negro, el anciano idea cómo ir matando uno a uno a los intrusos sin correr aparente riesgo, pero cuando este tenga un accidente será el hijo quien tenga que aplicar lo aprendido para liberar su ‘fortaleza’ de los ataques enemigos. Pese a su más que interesante argumento y corrección técnica, no alcanza el nivel exhibido por Dog, de Suzie Templeton.
Como conclusión a la crónica de las jornadas de martes y miércoles en el festival La Mano, cabe reseñar la valía de disfrutar de cine tan independiente, que no en pocas ocasiones supera a las macroproducciones, pero que acostumbran a sufrir graves problemas de distribución. El pasado martes, uno de los organizadores destacaba la importancia de dar difusión a estas obras para evitar que caigan en el olvido, de modo que desde La Cabecita les brindamos nuestro apoyo.
¡Un saludo, amigos lectores!