El Festival de Cannes ha empezado, La Cabecita no estará presente sobre La Croisette, pero eso no impedirá que cada día os traígamos las impresiones de la prensa española sobre lo que allí sucede. El festival ha abierto con Grace of Monaco, la decepción ha sido notable para una película que ha venido rodeada de polémica. También abrió la Sección Oficial con la película del mauritano Abderrahmane Sissako Timbuktu, por supuesto, demasiado poco glamour para que la prensa tradicional se haga eco, ¿qué haríamos sin los medios on-line?
Grace de Mónaco de Olivier Dahan
Todo ello está contado de forma plana y hueca, con aroma a telefilme exultante, con personajes y situaciones que bordean involuntariamente la caricatura, con una incapacidad transparente para transmitir ningún tipo de emociones. Lo único salvable en este esquemático, torpe y cursi pasteleo es la interpretación de Nicole Kidman. Es una actriz con talento y también percibes su esfuerzo en hacer creíble y dotar de matices a Grace Kelly, tarea ardua porque el guión y la dirección naufragan.
Se nota en una interpretación que sería brillante si Kidman, con la cámara pegada a su rostro, no estuviera limitada por el bótox. El suyo es, probablemente, el único personaje de la película que no roza la caricatura: Tim Roth presenta a un príncipe Rainiero más soso que una manzana, Paz Vega a una Maria Callas toda lugar común y Parker Posey a un ama de llaves propia de una «Rebeca» pasada por el tamiz de «Muchachada Nui».
Un empalagoso homenaje a la inanidad tan estirado como el trasero de un mono aquejado de las hemorroides. Nada funciona. Nicole Kidman hace lo que puede delante de una cámara que, directamente, la acosa. A ella y a sus lágrimas. A su alrededor, Tim Roth, en el papel de un príncipe Rainiero adicto a la nicotina, fuma. Fuma mucho. Lo que queda es un colección de figuras de leyenda como Maria Callas (Paz Vega), Onassis (Robert Lindsay), Hitchcock (Roger Ashton-Griffiths) o De Gaulle (André Pervern) en el momento justo en el que se acaba el baile de disfraces. Cualquiera de ellos. Eso o Joaquín Reyes, que está sobreexplotado.
Es una peli correcta, que tiende a ponerse engolada en ciertos momentos, que se pasa un puntito en sus ganas de crear emoción personal e histórica y en su vocación de biopic de santuario, y que deja poco en la historia del cine y algo más en la historia de sus atractivos personajes.
Dahan convierte a la princesa antes conocida como Grace Kelly en una suerte de Juana de Arco del lujo que logra ella solita, con un solo golpe maestro, salvar su matrimonio y al Principado de Mónaco de ser invadido por Francia. Dahan abusa tanto de los primeros planos de Nicole Kidman que por momentos parece que la vaya a golpear con la cámara, y el rostro Tim Roth parece constantemente tratar de decir: “Este juanete me está matando”. Y Paz Vega aparece imitando a Maria Callas. Muy mal todo.
En su errática primera mitad, esta “película de ficción inspirada por hechos reales” avanza a tumbos incapaz de definir su rumbo –más allá de la contemplación de una Kidman abnegada–, y es sólo en su último tramo cuando encuentra un cierto sosiego en la conversión del personaje de Kelly en una maestra de la estrategia política. Aunque el hecho de que la película termine mostrando un cierto brío narrativo no permite olvidar algunos pasajes bochornosos, como cuando, en pleno hundimiento anímico de la protagonista, se nos presenta una alegre versión de Pigmalión, donde los espontáneos (y muy yanquis) ademanes de Kelly son transformados en pura elegancia real (muy europea). Pura opresión maquillada como un alegre y banal espectáculo de feria.
la superficialidad del biopic filmado no sería la tara que normalmente habría de ser, sino que remarcaría el punto de vista de la Princesa, esto es, que la única vida que merece la pena ser vivida es la que se construye en torno a la representación y que el amor, las lágrimas, las sonrisas sólo son sombras de una ilusión compartida ¿o es que el propio Mónaco es un país de verdad?
Tan vacua como contemplativa (los planos detalle de los ojos llorosos de la protagonista se cuentan en minutos), esta epístola sobre aquella reina de la soap opera de los mejores días del Hollywood clásico reconvertida a princesa de cuento de hadas está interpretada por una Nicole Kidman tan flemática como siempre, pero que nos recuerda más a su papel en Las Mujeres Perfectas que al de Eyes Wide Shut (en fin, hace lo que puede).
Grace de Monaco queda destronada por culpa de una línea argumental tan obvia como desesperante, tintes de culebrón inclusive, que además pretende refugiarse en un paralelismo cinematográfico, con el dualismo Grace Kelly actriz / Grace de Mónaco princesa, que está lejos de funcionar.
El tono adulador del guión alcanza niveles delirantes cuando Grace Nelly decide intervenir y utilizar su encanto de estrella para rescatar a su nuevo país.
Desconozco si los hechos narrados ocurrieron o no. Pero lo que está claro es que tal y como los plantea en la película resultan inverosímiles: temas íntimos tratados en una comida con familiares y amigos, secretos de estado guardados de cualquier manera, relaciones internaciones tambaleándose por un comunicado de prensa de un estudio de Hollywood… una reducción simplista y maniquea de la realidad y de los personajes (Grace buena, franceses malos, Rainiero depende) que en algunos momentos ha provocado risas involuntarias de los espectadores y que es más propia de los malos telefilmes de sobremesa que de la película encargada de inaugurar el festival de cine más prestigioso del mundo.
Timbuktu de Abderrahmane Sissaku
Timbuktu no enamora por lo que es, sino por lo que podría haber sido, por lo que quizás una vez fue, por ese crisol cultural que camina errante por las calles llenas de polvo.
Su composición es extraña, difícil de encajar, pero a grandes rasgos una doble función de porción de misterioso e insular costumbrismo con tintes de humor más una segunda parte de drama de fatal destino que, por cierto, hace bien en recordarnos que hay otras subjetividades sobre todo en una muy refrescante y novedosa destreza actoral. Una obra poética que, aunque algo fatigosa para los ya poco receptivos espectadores de la jornada del festival, se gana a su público.
Timbuktu no destella como en anteriores acometidas y acaba por no resultar tan redonda como apuntaba. No deja por ello de ser el camino menos sorprendente o alentador, sobre todo si durante el mismo se presenta una crítica tan venenosa a las contradicciones de los extremistas islámicos, pero una puntilla habría cerrado un largometraje excepcional para este comienzo de festival. No lo ha sido, pero casi.