Si un evento marcó la segunda jornada de la X edición de la Muestra de Syfy fue la vuelta de Leticia Dolera. No es que Macarena Gómez lo estuviera haciendo mal, mostrando un gran desparpajo, pero si un nombre está unido a la muestra es sin duda el de Leticia Dolera. Cuando parecía que este año no la tendríamos, no dudo en cortar a Macarena a las primeras de cambio y entre las dos nos dieron una gran presentación.
La tarde empezó con la adaptación a la acción real del manga Kenshin, el último samurái. Un producto de una extenuante duración, cercana a las dos horas y media, que para más inri gracias a su letárgico ritmo, la sensación que nos daba era la de llevar encerrado dentro más de cinco horas. Su acercamiento al mundo del anime, me resulta pomposo y cargante, a buen seguro que los más acérrimos a las viñetas y a la animación japonesa podrían disfrutar como enanos con los devenires de este samurái, que pese a sus traumas lejos está de los que no podrían mostrar en su día gente como Kobayashi o Kurosawa.
Hay que reconocerle la gracia y la soltura con la que las escenas de acción están manejadas, coreografías de altos vuelos que resultan impresionantes, pero a estas alturas, poco hay que deslumbre, y es que por muy dóciles que éstas sean, no es nada comparable con el ritmo, casi de baile, que saben implicar a las suyas gente como Ang Lee o Zhang Yimou. El resultado final es el de un cansancio absoluto que se apodera del espectador, haciendo imposible incluso reírse con las ridículas gracietas a mitad de la lucha y con esa panda de enemigos que parecen más bien salidos de una serie de dibujos que de algo que se pueda tomar medianamente en serio. Lo mejor fue su acertado hueco en la programación del festival, y es que era difícil no dejarse caer rendido en los brazos de Morfeo, esperando coger fuerzas de cara a la maratoniana sesión que se nos avecinaba.
Con el nivel tan bajo era fácil esperar que cualquier que llegase a continuación fuera mejor. Y por suerte la irlandesa Grabbers nos amenizó la tarde. Jon Wright, nada tiene que ver con Edgar Wright, pese a la coincidencia de sus apellidos. Pero la herencia del cine del primero, esa comedia británica totalmente gamberra y pasada de rosca que desde Zombies Party nos ha dado buenas de risas en películas como Arma Fatal o Attack the Block, es innegable. La trama de Grabbers ya es bastante demencial, el ataque de unos alienígenas gigantes, a los que bautizaran como trincadores, con alergia al alcohol, hará que los habitantes del pueblo se tengan que poner como cubas para poder acabar con ellos. Pero su tratamiento no es menos demencial.
Las peripecias de estos paletos de una isla del norte de Irlanda, cuyo a día a día se basa en acabar en la taberna agarrados a la botella, encuentran siempre la locura exacta para levantar la carcajada. Lo consigue, gracias a un surtido grupo de secundarios todos ellos pintorescos, totalmente caricaturescos. Poco importa al final como se vayan a deshacer de los dichosos bichos gigantes, si no que más que divertidas nos resultan sus vivencias rozando casi el coma etílico. Y poco parece importarles también a su director y a sus personajes lo que les ocurra a sus personajes, como si estuviéramos dentro de un comic de Ibañez, los golpes se suceden y la desaparición de estos va siempre condicionada al consiguiente gag. Un energético y muy divertido relato que consiguió despertar con carcajadas todos los bostezos que habían aparecido con la anterior película.
Había expectación por ver Boneboys, en la que Kim Henkel, guionista de La matanza de Texas, volvía a sus orígenes con una supuesta actualización de la historia de Leatherface. A la expectación le siguió la estupefacción ante la inmensa idiotez que fue proyectada en la pantalla, no sabíamos bien si lo que estábamos viendo era producto de un tripi caducado o si realmente estábamos presenciando una de las peores películas que un servidor ha visto jamás. He de reconocer que la primera parte de la película es radicalmente divertida, las carcajadas se sucedían continuamente, por desgracia, dudo mucho que algún espectador se riera con la película y no lo hiciera «DE» la película. Su montaje sin sentido, sus continuos fundidos con la luna en la pantalla, una trama sin pies ni cabeza que no había por donde coger, el bendito disparate nos estaba dando una buena sesión de risas a su costa.
Pero para más inri, en la segunda mitad de la película, no es que todo deje de ser ridículo, si no que además se vuelve terriblemente aburrido. Se oían en la sala más bostezos que risas, la trama, que derivaba a una mezcla bizarra entre Hostel y Frontière(s) nos hacía pensar que los efectos de la droga se habían pasado, llegábamos a la fase de negación, más de uno se fue de la sala, y el resto aguantamos estoicamente simplemente porque un espíritu masoquista se apoderó de nosotros. La espera valió la pena, porque al menos la demencia de la primera parte de la película vuelve a aparecer en su recta final. Una orgía de completos sinsentidos, que un servidor se ve completamente incapaz de explicar. La gran pregunta que a un servidor le queda es, como esta comedia involuntaria de terror, que incluye travestismo senil, bazokas, un monstruo corpulento y canibalismo puede ser tan terriblemente insoportable.
La noche acababa, después de lo último que habíamos visto ya empezábamos a tener ganar de que algo de alcohol recorriera nuestro cuerpo. Este año, sin la presencia de Nacho Vigalondo, no podíamos contar con el trash entre amigos, poco importó, porque Coscarelli hizo suya la noche del viernes gracias a la brutal comedia John Dies At The End. Como en su día hiciera Colega, ¿dónde está mi coche?, Coscarelli eleva el absurdo al máximo. Nos plantea una comedia sin pies ni cabeza, dónde ya su prólogo es toda una declaración de intenciones. Nos habla de una soja mágica que a los que se la inyectan les produce unos extraños efectos extrasensoriales. Así nuestro protagonista tratará de contar la historia de cómo llegó a tomar esa extraña sustancia y las locuras que le sucedieron a continuación.
El despiporre es absoluto, como decíamos, ya su prólogo es toda una declaración de intenciones, la historia de un hacha que no hace más que destrozarse y un muerto venido a la vida. Pero la película va continuamente in crescendo para llegar a una épica parte final. Muertos que no están tan muertos, experiencias extrasensoriales, habitantes de planetas exteriores, perros que hablan, perritos calientes que actúan como teléfonos móviles. Coscarelli no para, y las risas tampoco, no sólo son los continuos chistes los que despiertan las carcajadas, si no la multitud de detalles que pueblan a la película. El resultado es una continuo cachondeo incontrolable, ataques de risas en el espectador que acaban en sofocos continuos y esa experiencia tan maravillosa que pocas películas son capaces de producir de salir de la sala y seguir carcajeándonos con cada uno de sus numerosos delirantes momentos. Podemos decir que John Dies at the end es una completa obra maestra del mayor de los absurdos, una película imprescindible para todo aquel que disfrute riéndose sin tapujos, y posiblemente una de las mejores películas que veremos en esta muestra.
Balance:
Kenshin, el último samurái: 3/10
Grabbers: 7/10
Boneboys: 0/10
John dies at the end: 9/10