Es difícil que el drama familiar logre fascinar a partes iguales a crítica y público, sin embargo, si se encuentra el término medio entre la emoción y la agilidad narrativa, podemos estar ante una gran película. Con el paso de los años este subgénero ha evolucionado sin caer en los típicos encasillamientos (no siempre) que en estos casos suelen surgir; Orson Welles lo demostró en 1942 con El cuarto mandamiento y al genio de Wisconsin le siguieron infinidad de directores que lograron no desviarse ante la lentitud, la excesiva sensibilidad y la pesadez argumental, ejemplos claros y recientes se encuentran en Woody Allen con Hannah y sus hermanas (1986), Tim Burton con Big Fish (2003), Sofia Coppola con Las vírgenes suicidas (1999), y otros títulos como Yo soy Sam (2001), Pequeña Miss Sunshine (2006), o The Blind Side (2009). Por una razón u otra se han conseguido contar historias verdaderamente apasionantes sobre el drama en la familia, Kramer contra Kramer es una de ellas, y quizá de las más emotivas y completas que una servidora ha podido ver.
Con la película de Robert Benton había razones suficientes para creer que el resultado final sería más que agradable. Contaba en el reparto con una pareja de éxito, Dustin Hoffman y Meryl Streep compartieron cartel acompañados por un jovencísimo Justin Henry, y a pesar de que el argumento a priori no incitase a pensar en una película de gran importancia, la destreza de Benton a manos del guión la convirtió en una proeza para la época, un filme de Oscar.
Kramer contra Kramer cuenta la historia de Ted Kramer (Dustin Hoffman), un brillante ejecutivo de publicidad que tras conseguir un importante ascenso en su trabajo es abandonado por su mujer (Meryl Streep), dejando a su hijo de ocho años bajo su responsabilidad. Repentinamente, la vida de Ted cambia de forma radical, a partir de ese momento tiene que hacer de padre y madre a la vez sin descuidar su carrera profesional.
A pesar de la ricura del pequeño Kramer, la dulzura de la relación paterno-filial entre él y Ted, y que en 1979 cualquiera se quedaba boquiabierto con la imagen de Hoffman a lo padrazo, Kramer contra Kramer no sucumbe ante la melosidad, y tampoco a la lágrima fácil, los dramas familiares no siempre tienen que ser empalagosos y prueba de ello es este filme. El principal acierto fue contar una historia tan simple de una manera tan ligera y amena, se nota la presencia de Benton en el guión, que dejó diálogos divertidísimo y cautivadores entre padre e hijo. Se retrata a la perfección la evolución del personaje de Hoffman, y su maduración da pie a reflexionar en problemas que encontramos en la vida diaria y por los que vale la pena pararse y pensar: el valor de la familia, el tiempo desperdiciado en ganar prestigio, el éxito que queda en segundo plano cuando descubres que lo verdaderamente importante estaba mucho más cerca de lo que pensabas… Todo se consigue en esta película con una humildad pasmosa, nos creemos la felicidad de Ted y su hijo, incluso en los momentos más tensos y difíciles, nos emocionamos cuando en el umbral de la puerta se dan las buenas noches, porque Kramer contra Kramer está muy bien contada y es difícil no adorar las escenas que comparten Hoffman y su hijo ficticio. Destacar por igual que el filme no tropieza ante la superioridad del amor maternal, no se aprovecha de ese tema tan facilón y de esta manera la buena imagen del guión sigue intacta, anotándose otro gran acierto que me impresionó gratamente.
Al final todo termina como debe de hacerlo, preserva la inocencia en una atmósfera conmovedora, cargada de secuencias increíbles (la charla en la cama del pequeño o al final en el parque) que llenan aún más al espectador al descubrir a un Dustin Hoffman entregado y apasionante; merecidísimos sus cinco Oscars, justificados e incuestionables. Quizá algunos piensen que es una historia demasiado común para hacer una película, y que es tan asequible como secundaria pero no, hace falta mucho valor para contar algo así y más de la manera en que Robert Benton lo hizo, maravillando con un drama afectivo que no redunda en el género, y consiguiendo un filme encantador e imprescindible.