Como cada año, La Cabecita acude otro año más al prestigioso Festival de San Sebastián cubriendo las películas más importantes de la sección oficial y la sección Perlas. Con Ethan Hawke como máximo asistente y la lluvia sobre Donostia, el primer día del Festival nos recibe con La doctora Brest, la galardonada Toni Erdmann, el nuevo remake de Los siete magníficos y la extraordinaria cinta de animación La tortuga roja.
La doctora de Brest
El festival de San Sebastián abre su sexagésimocuarta edición con el nuevo trabajo tras las cámaras de la actriz Emmanuelle Bercot, que ya inauguró el Festival de Cannes en 2015 con su anterior trabajo Con la cabeza alta. La doctora de Brest se basa en la novela Mediator 150 mg con la que la doctora Irène Frachon consiguió derrumbar a la segunda empresa farmacéutica más importante de Francia desvelando todas las muertes que un fármaco había causado durante los treinta años que permaneció a la venta.
El gran problema que tiene que afrontar La doctora de Brest es su incapacidad para mostrar algo nuevo, la película repite todos los tics del thriller de investigación social actual. En ella resuenan los ecos hollywoodienses de Erin Brokovich y de Spotlight, tanto para lo negativo como para también para lo positivo, porque de lo que no cabe duda es que La doctora de Brest es una obra realmente amena, un thriller muy dinámico y muy bien contado que consigue atrapar al espectador durante su quizá demasiado extenso metraje. Pero si algo brilla en La doctora de Brest es la interpretación de la danesa Sidse Babett Knudsen, la actriz aprovecha un personaje con una fuerza arrolladora para brillar con una fantástica interpretación.
Orpheline
Hay que prestar atención al título de Orpheline, la nueva película de Arnaud des Pallières. Esta huérfana no es casual, esta orfandad de la que habla de Pallières a través de cuatro momentos de la vida de una mujer es una orfandad que va más allá de la pérdida de los progenitores, sino que se trata de la propia elección de enterrar el pasado, de escapar de tu vida y enterrar a todos lo que había antes en ella.
Orpheline es una obra fascinante, de Pallières plantea un juego de muñecas rusas en el que va destapado un thriller lleno de sorpresas mientras que traza el perfecto retrato de la mujer derrotada. Lo más fascinante de estas mujeres es la mirada de compresión que les lanza el director francés. Porque si bien uno podría culparlas de ciertas decisiones que las llevan a cortar con el pasado, el realizador siempre encuentra el modo de justificar la toma de estas, ya que no son tanto culpa de ellas, como de una fragilidad que crece aún más con cada error y que pese a la falsa fortaleza que se intentan imponer acaban siendo siempre derrotadas. Porque es esta misma fragilidad que crece a cada error, la que las lleva a volver a equivocarse cuando únicamente buscan la manera de protegerse a sí mismas de todo el daño que llevan acumulado. Al final, esa orfandad a la que hace referencia el título, esa destrucción de nuestro propio pasado enterrando con ello a todas las personas que nos rodean, va más allá para hablar a través de estas mujeres de la importancia de perdonarse por el pasado para que ese viaje metafórico a través de Europa, no nos acabe llevando de nuevo al punto de partida.
Los siete magníficos
Cuando John Sturges hizo un remake de Los siete samuráis no se limitó a copiar la idea de Kurosawa, sino que le dio una de las vueltas de tuerca más interesantes con las que nos ha premiado el cine: si Kurosawa bebió del western para realizar su chambara, Sturges cogió la idea del realizador nipón y la llevó nuevamente al Oeste americano. La trama era tan simple (un pueblo atacado contrata a un grupo de mercenarios para que les proteja de los abusivos ataques de unos ladrones) que podría haber funcionado dentro de cualquier género, algo que hubiera dado un empaque aún mayor a la idea de Sturges de rehacer la película del maestro nipón. Pero tan sólo Los siete magníficos del espacio pareció entender esa idea, aunque fuera de esa manera.
Ahora nos llegan con un remake y uno se pregunta ¿para qué? Como ya habíamos señalado, la historia es y sigue siendo realmente simple y la sensación que deja la película de Antoine Fuqua es que esto ya nos lo habían contado y de forma más interesante. Porque uno no sabe nunca como tomarse una película que parece tomarse siempre en serio a sí misma y que es incapaz de sostenerse. Fuqua se fija en Leone para crear un western seco protagonizado por antihéroes. Claro, que para conseguir dotar a los personajes de una capa de oscuridad no puede hacer otra cosa que cargar a los personajes de traumas bastantes risibles.
Si Los siete magníficos de Sturges era un western alegre y divertido, su análoga que se presenta hoy en San Sebastián es un insípido ladrillo en el que sólo el carisma de Denzel Washington parece brillar, mientras que otros como Chris Pratt o Ethan Hawke pululan por ahí sin saber demasiado bien qué están haciendo. Quizás les perdía la idea de tan variopinto grupo racial en una época tan sumamente racista, pero bueno, cuando se trata de lo políticamente correcto la fidelidad histórica importa un bledo, o quizá es que nos estamos volviendo majaras.
Toni Erdmann
Toni Erdmann, tercer largometraje de la alemana Maren Ade, ganadora del premio FIPRESCI en el pasado festival de Cannes, ha sido la encargada de inaugurar la sección Perlas de esta 64 edición del Festival de San Sebastián. Y la recepción ha estado, como mínimo, al nivel de las expectativas.
A lo largo de sus más de dos horas y media, Toni Erdmann atraviesa –literal y figuradamente- la vida de Toni y su hija Inés, una ejecutiva en una importante empresa alemana que parece conforme con la vida que lleva hasta que, después de cierta conversación con su padre, empieza a replantearse el sentido de su vida. Desde su delirante primera secuencia, Maren Ade ya deja perfectamente claro el tono y la base de la película, es decir, la historia de un hombre que disfruta riéndose de todo y de todos al tiempo que finge ser otras personas, a través de las cuales el film logra deconstruir con muchísimo ingenio toda esa hipocresía que envuelve y asfixia a la clase alta europea.
Toni Erdmann supone una arriesgada e interesantísima cruzada contra el conformismo emocional y la hipocresía social, que además resuelve los conflictos que propone con algunas de las secuencias más originales y divertidas que he visto en mucho tiempo. Muy buena.
La tortuga roja
Producto de una curiosa colaboración entre el venerado estudio Ghibli y varias productoras francesas, La tortuga roja es el primer largometraje de Michael Dudok de Wit, ganador del Oscar al mejor cortometraje en 2001 por Father and Daughter.
Mediante un logrado minimalismo y una asombrosa capacidad de síntesis narrativa, Dudok de Wit construye una bellísima fábula que explora temas tan complejos y abstractos como la soledad, la madurez o el paso del tiempo, supliendo su ausencia de diálogos con un lirismo visual sobrecogedor que lo dice y transmite absolutamente todo. Resulta realmente fascinante ver la cantidad de cosas de las que habla La tortuga roja en apenas ochenta minutos y sin caer en ningún momento en lo facilón o lo superficial. Dicho esto, he de reconocer que, a pesar de no tener mayor importancia, se siente cierto bajón hacia el tercer acto (lo cual es comprensible teniendo en cuenta que los dos primeros actos son pura magia).
En otras palabras, La tortuga roja es una joya imprescindible a reivindicar desde ya como una propuesta realmente diferente y estimulante, sin dejar de ser una película increíblemente accesible y universal para cualquier tipo de público. Sin duda alguna, un auténtico triunfo
Crónica escrita por Juan Manuel de Miguel y Daniel Cruz