En los dos últimos días del Festival de Cannes, el contraste de los apelativos ha sido diferente entre uno y otro con las proyecciones de The Neon Demon, The Last Face, Elle y The Salesman. Cuatro películas de cuatro importantes directores (o cineastas, dependiendo de cómo se mire) en los que Nicolas Winding Refn y Sean Penn han salido mal parados frente al regreso de Paul Verhoeven y el iraní Asghar Farhadi.
A falta de un día por conocer el palmarés del Festival de Cannes con George Miller como presidente del jurado, podríamos decir que la deseosa Palma de Oro estaría entre Paterson, Toni Erdmann, Graduation. Aquarius, Julieta, y Loving como aspirante menor.
The Neon Demon
El otro día les hablaba de la película más impresentable que he visto en el cine a concurso. Pero aquella vacua tontería está ampliamente superada por The Neon Demon, del director Nicolas Winding Refn. Sí, el mismo señor que alguna vez se encontró con un guion muy bueno escrito por otra persona y lo visualizó a la perfección en Drive. Desde entonces se lo monta de autor total y el resultado es grotesco. Aquí practica incansablemente el onanismo mental narrando la llegada al mundo de la moda en Los Ángeles de una adolescente virginal destinada al éxito, y cómo las envidiosas y vengativas de sus compañeras, junto a una maquilladora que no se la ha podido follar, se conjuran para destruirla. El director desconoce el sentido del ridículo y está convencido de que su lamentable lenguaje visual creará escuela, que está destinado al clasicismo. Y las idioteces se suceden hasta llegar a un final demente. Y te preguntas: «¿Qué se ha tomado este tío para sentarle tan mal?» Es probable que The Neon Demon tenga notable éxito en el universo de las tendencias y de la moda. Aunque el público normal no pueda dar crédito ante lo que está viendo y escuchando.
Carlos Boyero, El País
El otro día les hablaba de la película más impresentable que he visto en el cine a concurso. Pero aquella vacua tontería está ampliamente superada por The Neon Demon, del director Nicolas Winding Refn. Sí, el mismo señor que alguna vez se encontró con un guion muy bueno escrito por otra persona y lo visualizó a la perfección en Drive. Desde entonces se lo monta de autor total y el resultado es grotesco. Aquí practica incansablemente el onanismo mental narrando la llegada al mundo de la moda en Los Ángeles de una adolescente virginal destinada al éxito, y cómo las envidiosas y vengativas de sus compañeras, junto a una maquilladora que no se la ha podido follar, se conjuran para destruirla. El director desconoce el sentido del ridículo y está convencido de que su lamentable lenguaje visual creará escuela, que está destinado al clasicismo. Y las idioteces se suceden hasta llegar a un final demente. Y te preguntas: «¿Qué se ha tomado este tío para sentarle tan mal?» Es probable que The Neon Demon tenga notable éxito en el universo de las tendencias y de la moda. Aunque el público normal no pueda dar crédito ante lo que está viendo y escuchando.
La película discurre en trance siempre pendiente de las referencias cinéfilas por las que pisa (Darío Argento, David Lynch, Jonathan Glazer quizá) y siempre atento a superarlas por arrollamiento. (…) El problema es mucho más epidérmico. Fútil si se prefiere. Una película que se quiere tan turbia y críptica, o hipnotiza desde el primer fotograma o no es nada. La fascinante ausencia de fascinación, la impúdica (de nuevo) exhibición de impudicia acaba por pesar demasiado en una película tan premiosa y enferma de sí misma como, finalmente, aburrida. Es muy difícil aguantar la conversación a alguien cuyo único tema de conversación es lo interesante que es. A la fuerza, deja de interesar.
Luis Martínez, El Mundo
Un montaje apabullante nos hipnotiza desde el minuto uno de metraje, consiguiendo nuestra completa sumisión gracias al estilo trágico y valiente, cada vez más enraizado en esa comedida armonía que el director descubrió en Drive, donde mezclaba el frenesí de sus obras anteriores con una moderación flemática y romántica que haría protagonista en sus trabajos sucesivos. El cine de Winding Refn plantea un ejercicio de diferenciación estilística. Siempre recurriendo a la experimentación, el realizador ofrece una mirada extrema del estilo y la armonía, que antepone de manera premeditada y explícita a los elementos esenciales de la forma fílmica. Como fiel representante del neomanierismo, Refn aparenta una inspiración en los clásicos —Melville, Ford, Welles…— mucho mayor de lo que el impacto de esas fuentes repercute realmente en su cine una vez queda analizado formalmente. Con esta técnica, cuyo objetivo principal es el de prolongar la sensación de desencanto hacia los cánones genéricos, pretende establecer un sello personal fundamentado en el concepto de inmovilismo artístico y construido según unos principios irónicos de violencia y desmitificación.
Alberto Sáez, El antepenúltimo mohicano
‘The Neon Demon’ prolonga y extrema el abordaje a algunos de los temas de ‘Only God Forgives’: la competitividad como sino vital (en este caso, entre mujeres), la violencia como territorio para la revelación y la virtud de cualquier tipo como un camino hacia la muerte. Cuestiones a las que, en esta ocasión, se le debe sumar la belleza como valor absoluto: fuente de deseo, realización y aniquilación. En ‘The Neon Demon’, todos estos temas se van perfilando en un camino que va de la inocencia a la corrupción, un tránsito protagonizado por una Elle Fanning de belleza alienígena, que destila el mínimo común múltiplo de las protagonistas de ‘Mulholland Drive’, ‘Under the Skin’ y ‘Showgirls’. La lista de referentes a los que apela Nicolas Winding Refn darían para una tesis doctoral sobre el vampirismo autoral: el giallo, ‘El valle de las muñecas’, la asepsia kubrickiana, el misticismo de Jodorowsky, el gurú de NWR…
En ‘The Neon Demon’ todo brilla o sangra; los personajes pueden tocarse o devorarse –los besos sobran en este universo de material girls, Dorian Greys de nuestro tiempo–; pero el espectador no puede ni soñar con tocar a estas criaturas de otro mundo, plásticas y asexuadas. Todo forma parte de un ritual macabro que está ahí solo para nuestros ojos: la fascinante y repulsiva cumbre cinematográfica del tipo más cool del Planeta Cine,un prestidigitador de la imagen que me genera tanta fascinación como sospechas.
Manu Yañez, Fotogramas
Ya desde su primer plano, con una Elle Fanning aparentemente degollada para una sesión de fotos, el director danés deja clara su diana: una sociedad que devora a los iconos, en la que todo es volátil y efímero, donde el precio del triunfo es la propia vida. Todo esto, claro, es un camino obvio para que la estilización extrema del autor de Only God Forgives encuentre formas de desarrollo. Por supuesto que las imágenes de The Neon Demon son explícitas, obvias, inmediatas ¿acaso podrían no serlo en el Los Ángeles de 2016? Todo es líquido y tiende a la elusión, a la fuga. Como un post de Snapchat, como la carrera de una modelo, el único fin es el “ya”, el “ahora” entendido en segundos: “a los 21 ya no pintas nada en este negocio” dice una de las protagonistas, a nosotros nos parece que Refn se ha embadurnado de esta filosofía (?), es capaz de mimetizar su funcionamiento. Como a nosotros mismos, parece sintiera una mezcla de fascinación y horror por esta sociedad de lo inmediato, por esta fuga eterna, por este vacío tan bellamente presentado.
Martin Cuesta, VOS Revista
The Neon Demon parte de una operación de marketing calculada pero fracasa en el intento. Winding Refn quiere ser original sin llegar a serlo, quiere hacer su Showgirls a lo Verhoeven pero no deja de mirar hacia Mulholland Drive de David Lynch.
El resultado es una película onanista alimentada por el lado más perverso de la feria de las vanidades de Cannes, ese lado en el que el escándalo a cualquier precio siempre llega a ser rentable. The Neon Demon no es una mala película, es una obra que irrita porque detrás de sus excesos formales no hay más que envoltorio y porque su supuesta vanguardia avanza por aguas pantanosas sin llegar a ninguna parte.
Ángel Quintana, Caimán cuadernos de cine
The Last Face
The Last Face describe a lo largo del tiempo el amor y su confrontación sobre el método a seguir en una pareja de occidentales que trabaja en cuerpo y alma ayudando a las víctimas de países africanos devastados por las permanentes guerras. Retrata el desamparo y la desesperación en los campos de refugiados, también la sensación de que esa barbarie se puede eternizar.
Sean Penn describe este infierno haciéndolo tan veraz como intolerable. Desprende sentimiento y cercanía emocional. Y flojea la historia de amor que le acompaña, los reencuentros, la definitiva separación. La culpa no es del buen y sentido trabajo que hacen Charlize Theron y Javier Bardem. Pero algo falla. Es más creíble el infierno en el que se mueven que su problemática pasión.
Carlos Boyero, El País
The last face es lo que se podría llamar un muy poco pudoroso lavado y planchado de conciencia (la mala, otra vez); siempre más pendiente de exhibir la bondad del autor que de acercarse si quiera al mal que denuncia. Como provocación inconsciente podría incluso alcanzar el rango de obra maestra. Eso o disparate mayúsculo. Tanto da. De otro modo: resulta tan evidentemente estúpida en su exhibición afectada del dolor que ofende. Si la reflexión resulta oscura, el punto de partida aún más.
Luis Martínez, El Mundo
The Last Face no es más que el producto del desorden mental que envuelve el pensamiento de Penn, un desorden que no solo es ideológico sino también estético, porque su paso como actor por el cine de Terrence Malick ha acabado dejando las peores marcas posibles. The Last Face es otra operación del festival de Cannes pensada para redimir el mundo y mostrarse como gran escaparate de la solidaridad internacional. La operación, y la presencia a concurso de la película, no solo acaba resultando indignante, sino que también es abyecta.
Sean Penn presenta su película como una historia de amor situada entre Libia y Somalia, en el corazón de un África en plena revuelta y protagonizada por un médico sin fronteras, marcado por “la transición española” (?), y una mujer que ha dedicado su vida al universo de las ONG. Ambos se amarán en medio de la guerra, compartirán abrazos y atrocidades. La película podría llegar a ser una clásica obra menor para alterar la conciencia pequeñoburguesa de Occidente si no fuera porque detrás de sus imágenes a lo United Colors of Benetton se esconden algunos momentos abyectos.
Ángel Quintana, Caimán cuadernos de cine
«The last face» utiliza una fórmula ya despejada mil veces por el cine para hablar del amor y de la guerra, y el bienintencionado director combina sin descubrir nada nuevo la dureza y la cursilería.
Da la impresión de que Sean Penn lo quiere todo, el plano general de la barbarie, el plano ideológico del insuficiente esfuerzo occidental para atajarla, el plano íntimo de la florecilla del amor brotando entre la insoportable crueldad (esa escena arriesgada, pero eficaz, de cepillarse ferozmente los dientes antes de comerse el uno al otro?), pero no liga bien todas sus intenciones, o al menos no las liga sin quitarle a uno la impresión de que ha visto todo eso muchas veces, y algunas de ellas mejor.
Oti Rodríguez Marchante, ABC
El problema con The Last Face (Sean Penn, 2016) es que la autenticidad desaparece en el primer plano del film y no la encuentra nunca por mucho que muestre desgracias, muertes, violencia, niños indefensos y sus protagonistas blancos del primer mundo siendo testigos de ello mientras realizan sus labores de ayuda humanitaria. La base del relato es una historia de amor entre los personajes de Charlize Theron y Javier Bardem, que se encuentra tan fuera de lugar y tono como su director buscando conmover y concienciar a golpe de plano poético y montaje más que inspirado por las secuelas de rodar con Terrence Malick. Una fricción entre forma y discurso que contagia el resto de sus elementos.
Ramón Rey, VOS Revista
La cosa va, mayormente, de amores tormentosos en zonas conflictivas. Javier Bardem, médico sin fronteras curtido en mil batallas, pierde el oremus por Charlize Theron, doctora que justo empieza a probar las amarguísimas mieles de los campos de batalla. Imagínate a Angelina Jolie encargándole una película a Terrence Malic y, como se ha dicho, tápate la boca. Estas nauseas que notas van a derivar, en un abrir y cerrar de ojos, en una serie de violentas arcadas que, aparte de intentar partirte en dos la columna vertebral, serán la antesala de uno de los episodios más traumáticos de toda tu puta vida. Y es cuando te habías hecho a la idea de que la bilis se te iba a colar entre los dientes, te diste cuenta de que en realidad, lo que salía de tu boca no era sino sangre. Litros y litros hemoglobina se escaparon por ahí arriba sin nada que pudieras hacer para evitarlo. Aquello ya había llegado a lo gore.Y exactamente así es ‘The Last Face’. Digámoslo una vez más, de largo, la peor película que hemos visto este año en Cannes. No sólo en la carrera por la Palma de Oro, sino así en general, teniendo en cuenta todas las secciones. Es más, podría conservar dicha consideración, más allá de las fronteras de cualquier festival. No es mala, es infecta
Victor Esquirol, El Séptimo Arte
Elle
Elle no es sólo una mirada completamente corrosiva a los caprichos del deseo, también es una comedia despiadada sobre la familia y, ya puestos, una disección cerca del escalofrío sobre la culpabilidad de la mirada. Es cine con la capacidad magnética del cine de los 80 de ofrecerse como un ejercicio bastardo de manipulación sin renunciar a contemplar desde las grietas la posibilidad cierta de la ironía. Y así hasta su completa y feliz autodestrucción.
Luis Martínez, El Mundo
Han pasado 24 (!!!) años de aquel film de Verhoeven [Instinto Básico] y el director holandés vuelve a dar una patada en la puerta del heteropatriarcado, y lo hace a su estilo, mediante la provocación y la sátira, desnudando las vergüenzas de sus protagonistas, física y moralmente. Y sí, podría pensarse en que una película donde hay varias violaciones se ayuda a perpetuar los principios agresivos que denuncia pero, en un fenomenal giro de tuerca, incluso, eso, el abuso sexual es usado por una mujer con capacidad para convertir al dominador en dominado. Sí, la violación no tiene aquí una vinculación directa con la sexualidad sino sobre quién ejerce el poder sobre quién y Verhoeven, una vez más, le da la vuelta a la tortilla. Y con El segundo sexo por ahí. Celebrémoslo.
Martín Cuesta, VOS Revista
Con Verhoeven, la sutileza tiene otras formas, y no está cosida por dentro, como la de Farhadi, sino por fuera: Verhoeven pespuntea, hilvana. Arranca «Elle» con una secuencia brutal en la que un enmascarado agrede y viola a Isabelle Huppert, y a partir de ahí las coordenadas lógicas sufren un trombo, pues ya tenemos víctima y tenemos verdugo. Ja. El personaje que compone Huppert no cabe en un «tupper» del tamaño previsto, y se sale y rebosa por todos lados, pues no en vano es la hija de un terrible asesino múltiple encarcelado cuando aún era ella niña, y es la madre de un joven ceporro indefenso, y la dueña de una empresa de creación de vídeojuegos, y es maliciosa y tiene más ángulos que un cuadro de Mondrian, y un sentido del humor astuto y malvado que dispara en cada escena llenándola de balazos. Huppert y su enorme capacidad de ser borde están estupendas, y no le permiten a la película de Verhoeven ni un momento de calma, de previsión o de lógica. Pero en ese ambiente embarrado, Verhoeven es imbatible.
Oti Rodríguez Marchante, ABC
Elle -que dialoga con los mejores thrillers psicológicos de Alfred Hitchcock, Brian De Palma y Claude Chabrol- es a cada minuto más audaz, inquietante y con un humor tan negro que perturba e incomoda siempre al espectador. Las reacciones de la crítica fueron muy positivas, aunque algunas periodistas -claro- cuestionaron la mirada del realizador holandés hacia la mujer.
Lo cierto es que la dupla Verhoeven-Huppert se entendió a las mil maravillas. Se percibe una conexión, una precisión, una convicción y sobre todo una complementación entre el director y la actriz que hacen de Elle una película atrapante, divertida en su perversión y su apuesta por el absurdo que, de todas maneras, jamás deja afuera al espectador. Un regreso a lo grande de este holandés errante, maestro de la provocación.
Diego Battle, Otros Cines
The Salesman
The salesman, así se llama, es si se quiere lo contrario a un cine instintivo en su acepción más a mano. El director iraní consigue de la mano de un guión perfectamente calculado y milimetrado en cada una de sus respiraciones construir lo más parecido a una cinta de suspense desde un punto de partida quizá banal. El resultado es una pieza de una perfección casi humillante, puesto que, precisamente, de eso trata, de la humillación.
Sin duda, y tras las imprecisiones de Pasado, Farhadi vuelve a recuperar su caligrafía existencial, humana y herida de sus mejores trabajos. Pocos consiguen hacer tan sencillo la más complicada, envolvente y elaborada de las narraciones. Pocos dominan con tanta precisión el instinto. Cualquiera de ellos.
Luis Martínez, El Mundo
Con su estilo narrativo habitual y puesta en escena que huyen de la sofisticación y se centran en la acción de sus actores y las ramificaciones éticas de sus decisiones expresadas más física que visualmente, Farhadi aborda de forma efectiva la opresión social que supone la aceptación de estas reglas para todos sus individuos. Una opresión basada en un orden natural de las cosas imperturbable, en el que se participa siendo consciente de las graves consecuencias de quebrantarlo en un sentido u otro y donde parece imposible disponer de una oportunidad de redimir los errores cometidos. En su contra juega la elaboración de una estructura dramática demasiado previsible y en la que se desarrollan los conflictos casi literalmente en los diálogos, dejando poco espacio a configurar una disposición formal de sus elementos que muestre algo de ambigüedad más allá del recurso de dejar la agresión sucedida fuera de campo. Decisión que es más un recurso estilístico para estimular al espectador que parte del discurso de la obra.
Ramón Rey, VOS Revista
Filmada con el aplomo y con la solvencia habitual de Farhadi, la historia no alcanza la intensidad ni la complejidad de aquel ya lejano film, pero sí consigue confrontar al espectador –tambien a él– con un dilema bastante inquietante cuando le obliga a replantearse moralmente la idea que, hasta un determinado momento, se ha podido hacer del empeño y de la actitud del actor, a través del cual, y desde su punto de vista, se sigue la dramaturgia del film. Se abre así una ambigüedad y una ambivalencia que nos vacuna contra la supuesta superioridad de las certezas morales y, sobre todo, contra el igualmente supuesto fundamento ético del sentido de la justicia cuando este hunde sus raíces en el sufrimiento personal y en coordenadas culturales asumidas como propias.
Carlos Heredero, Caimán cuadernos de cine