Decía el legendario protagonista de La naranja mecánica, Alex DeLarge, aquello de “es curioso que los colores del mundo real sólo parecen verdaderos cuando los videamos en una pantalla”. Aquella mítica frase de la obra maestra de Stanley Kubrick podría figurar como cita de culto entre los adictos al séptimo arte, los que pasamos horas y horas delante de una pantalla impregnándonos de las sensaciones que nos provoca esa droga legal llamada cine. Cuando una película nos crea la capacidad de abstracción necesaria para que todo lo que rodea nuestro mundo durante la duración del film sea la sucesión de imágenes y sonidos en la pantalla, cuando ya no conseguimos darnos cuenta de qué pasa en el mundo exterior y sólo estamos metidos de lleno en la película, estaremos de acuerdo todos los amantes del séptimo arte, es una verdadera gozada. Llegar a ese clímax no es fácil, no son tantas las películas capaces de hacer sentir al espectador las emociones necesarias para alcanzar la catarsis cinematográfica, la redención pura entre una obra y un espectador, y entre esas escasos films que logran tan ardua tarea, encontramos Arrebato de Iván Zulueta.
Comentábamos antes que el cine es una droga. Puede que a muchos lectores les parezca desacertada esa afirmación, dado que la palabra droga es un vocablo, generalmente, de carácter peyorativo. No obstante, si buscamos la palabra droga en varios diccionarios podemos encontrar definiciones como la siguiente: “Cualquier sustancia de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno y cuyo consumo reiterado puede provocar adicción o dependencia”.
¿No es cierto que el cine puede estimularnos o deprimirnos? ¿No es cierto que el consumo excesivo de películas puede llegar a crear adicción? Por tanto, ¿no es cierto que, de algún modo, el cine es una droga más? Para el que esto escribe sí, rotundamente sí, y no me avergüenza decir que soy un verdadero yonqui del celuloide, siendo Iván Zulueta uno de mis mejores dealers y Arrebato su mejor producto. Porque si de algo habla Arrebato es de drogas. Pero no sobre cocaína o heroína, a pesar de que los protagonistas de la película consumen ambas sustancias con bastante frecuencia, sino sobre la droga cinematográfica.
Zulueta mezcla de manera inteligente y, en realidad, rudimentaria el mundo de la droga real con el del cine, creando la premisa de que el cine es una droga tan adictiva como cualquier otra. Arrebatadora y peligrosa sustancia que hace que provoca la deformación más colosal de la realidad y la ficción llegando, incluso, a ser letal. Esa es la visión del cine según Zulueta y la historia que describe para poner en práctica su tesis es la de José, un director de cine que no encuentra la satisfacción necesaria con las películas que hace, que un día recibe una grabación de Pedro, un joven extraño que le descubre un nuevo mundo más allá de convencionalismos y que hará que su vida cambie para siempre.
No es Arrebato una película técnicamente perfecta, está bastante claro. Ni la dirección de Zulueta es brillante, ni el guión es del todo claro y, desde luego, ni el trabajo del extraño trío protagonista (Eusebio Poncela, Cecilia Roth y Will More) resulta satisfactorio. Pero hay algo en Arrebato que la convierte en una película técnicamente limitada pero a su vez magistral, llegando a ser una verdadera obra maestra, y son las sensaciones que provoca la propia cinta. Los efectos de ese arrebato que dan nombre a la propia película no son tangibles ni mucho menos explicables en un contexto racional, sólo hay que dejar que el film te embauque y te atrape, y así poder llegar a esa catarsis antes mencionada.
Aparte de los efectos cuasi-narcóticos que puede provocar Arrebato, el film de Iván Zulueta es de lo más sombrío y sórdido. Es hipnótico y al mismo tiempo incómodo el ejercicio del denostado realizador vasco, que irrumpió en 1980 en el panorama cinematográfico nacional con una de las películas más transgresoras y vanguardistas jamás proyectadas. Zulueta sabía bien que se jugaba la vida (cinematográficamente hablando) engendrando un monstruo del nivel de Arrebato, de hecho su obra maestra fue su segundo y último largometraje de su truncada carrera. El director guipuzcoano sólo dirigiría cortometrajes hasta el fin de su carrera en el mundo del cine.
Es, además, Arrebato una obra que podría ser catalogada de ser casi biográfica del propio director. Zulueta, director experimental y maldito, adicto a la heroína y con la necesidad de encontrar la catarsis que tanto busca en el arte, dirige una película que le sepulta en el mundo del cine y que, con el paso de los años, se convierte en film de culto. No es descabellado pensar que José, el personaje que encarna Eusebio Poncela, es una especie de alter ego del propio Iván Zulueta, al que dota de una imperiosa necesidad de buscar la quintaesencia del cine, la que le provoque ese Síndrome de Stendhal que tanto anhela y al que proporciona un fin sencillamente brillante.
En resumidas cuentas, Arrebato nos habla de los efectos que puede provocar una droga tan dura como puede llegar a ser el cine, de lo fácil que puede ser deformar la realidad con una película, llegando a dudar sobre si el cine forma parte de nuestra vida o si es nuestra vida la que pertenece al cine, llegando a crear una necesidad real y hasta enfermiza más que una simple adicción. Arrebato es, sin lugar a dudas para el que esto redacta, una verdadera obra maestra y una de las 3-4 mejores películas de la historia del cine español. Obras así capaces de provocar una retahíla de sensaciones tan diversas como puede llegar a producir Arrebato escasean en el cine actual. Por suerte, el gran Iván Zulueta, genio incomprendido y repudiado en su tiempo, consiguió rodar esta pequeña gran maravilla que suscita filias y fobias entre la comunidad cinéfila. La única forma de comprender plenamente esta película y gozar con su visionado es dejándose llevar por las imágenes y los sonidos que Arrebato expulsa a través de la pantalla, dejar que el film te envuelva y haga evadirte y abstraerte del resto del mundo, como si de una sustancia etérea y volátil se tratara. Sólo así podemos llegar a ese clímax del que hemos hablado en este texto, esa catarsis cinematográfica tan difícil de alcanzar y que nos hará ver el cine como algo totalmente diferente y abstracto, la que nos ayudará a alcanzar aquel nirvana donde las imágenes y los sonidos dejan de tener un sentido racional y pasan a ser una pura expresión artística. Sólo así podremos llegar, por fin, a arrebatarnos.