Hay algo que une al Truman Capote al que dio vida Phillip Seymour Hofmman en Capote, y también al Billy Beane de Brad Pitt en Moneyball, más allá del hecho de estar inspirados en personajes reales, Bennet Miller se acercaba en sus dos primeros filmes a dos personas exitosas, uno de los más grandes escritores de la historia de Norteamérica y uno de los entrenadores de béisbol con más triunfos a sus espaldas. Sí, eran dos personas cuya vida se vio marcada por el éxito, pero realmente esto no era lo que le interesaba a Miller, sino que el director buscaba adentrarse en la psique de dos personas bastante torturadas que vivían en soledad. En su tercera película, Miller lleva esto al máximo al centrarse en la figura del campeón olímpico Mark Schultz y el millonario John Du Pont, dos personas absolutamente frágiles, que tenían todo para triunfar, pero a la vez, les faltaba toda constancia vital. Porque Foxcatcher, al igual que sus dos anteriores películas, no es una historia de triunfadores, sino de perdedores. Esto se ve desde la primera escena, puesto que Miller decide empezar por donde otros relatos sobre Schultz terminarían: con la consecución de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Unos meses después de lograr esta medalla, con éste dando una conferencia para un público nada receptivo por apenas veinte dólares, la crónica del héroe americano dejado de lado.
Siento Foxcatcher como una de las más truculentas historias de amor que Hollywood nos ha brindado en mucho tiempo. Por un lado está Mark Schultz, si bien es cierto que este tipo consiguió el éxito al lado de su hermano, se siente medio abandonado por él, más centrado en su familia. Es un tipo poco comunicativo, encerrado en sí mismo, su aspecto simiesco se ve elevado al máximo cuando se mira al espejo y da golpes a su rostro, dejando entrever su tremenda inseguridad y su auto-fobia. Por el otro John DuPont, un heredero millonario, que ya desde su presentación, donde se presenta como un ornitólogo, filatélico, filántropo y sobre todo patriota, deja entrever su completa falta de autoestima, el ser un personaje derrotado que tiene que recurrir a logros banales para ser capaz de definirse a sí mismo. Que éste se acerque a Schultz, del que ejercerá como mecenas, es algo completamente lógico, puesto que no sólo quiere trasladar el triunfo de éste a un éxito personal, sino que con ello también busca resarcirse de la opresión de una madre que es la que le condena a su propio fracaso.
Es ahí, dónde estos dos tipos se encuentran cuando nace este amor tan brillantemente insinuado por Miller, cuando Schultz deja su aspecto simiesco y se convierte en un adonis de ojos claros y pelo rubio, cuando DuPont logra ser el hombre respetado y con poder que nunca fue y siempre creyó ser. Es un amor lógico, Schultz siempre ha buscado a alguien a quién le guié y DuPont a alguien a quién guiar. Pero son personajes fracturados y auto-destructivos sin ninguna posibilidad de seguir adelante, y es ahí cuando los celos –con la presencia de David Schultz, el hermano de Mark–, el dolor del hijo perdido –representado en la medalla no conseguida–, y sobre todo el fracaso, como una negra nube densa, vuelve a hacer mella en los personajes. Porque Foxcatcher es sobre todo una cinta de corazón destrozado, de alma rota y desesperanzada. Un grito de dolor, al amor perdido, al éxito y a una nación. Una nación tan descolocada como las estrellas que aparecen en la bandera que DuPont tiene su despacho, una nación que vitorea a sus héroes para pronto olvidarse de ellos. Una nación de seres egoístas, en la que cuando eres lo suficientemente fuerte para no dañarte a ti mismo, acaba golpeándote en la cara, tal y como le ocurre a David.
Bennet Miller muestra en su tercera película una evolución abismal con lo que habíamos visto hasta ahora, si en Moneyball se desdibujaba bastante, dejando el guión de Aaron Sorkin como principal arma narrativa, aquí, de una manera mucho más contundente a como lo hiciera en Capote es la cámara quién va dando forma tanto a los personajes como a su historia. Lo hace creando una sequedad que se exprime desde la brusquedad de sus planos, huyendo de la banda sonora más allá de momentos puntuales, recurriendo a una fotografía ocre que imprime cierto tono lúgubre a la historia. Miller narra de manera lenta, dejando su tiempo a que las acciones reposen, a que se inyecten en el cerebro del espectador, apostando porque el espectador llegue a sentir propia la misma incomodidad que los personajes sienten por sí mismos, como clara muestra de ello debemos volver a la escena mentada anteriormente, en el que el realizador fija el plano contra el espejo, mientras que vemos a Mark Schultz propiciándose golpes salvajes contra su rostro. No es algo que resulte agradable de ver, pero resulta absolutamente necesario para comprender al personaje.
Como hija de su propia dirección nace sin duda la interpretación de Steve Carell, su personaje, y la forma que tiene éste de dar vida a John DuPont, es a todas luces una extensión lógica de la propia dirección de la película. Entre palabra y palabra Carell respira, deja un hueco para que pensemos, para que procesemos todo lo que está diciendo, habla de manera lenta, como pensando poco a poco que es lo que tiene que decir y no equivocarse con ello. Cada palabra de DuPont bien podría corresponderse con un plano de la película. Y ahí está el verdadero mérito de la interpretación de Carell, más allá de perderse en una tremenda prótesis que nos hace olvidar que tras ella se esconde el que otrora fuera cómico, sino en recrear a la perfección a través de sus diálogos toda la perturbación y el miedo que reside en este tipo. Lo mismo es aplicable para un Channing Tatum que se ve ayudado también de una prótesis para recrear su aspecto de primate, pero no es esto lo que marca su interpretación, sino la titubeante inseguridad que se esconde detrás de sus palabras, su mirada perdida que reflejan la completa inocencia del niño que se esconde detrás del gorila. Lo mismo ocurre con Mark Ruffallo cuyo aspecto y el tono suave de su voz le parecen condenar a interpretar siempre a personajes bonachones, y que con ello se ayuda para dar vida a este pilar de serenidad en la temblorosa relación de DuPont y Schultz.
Como decíamos, hay mucho que une a los Mark Schultz y John DuPont de Foxcatcher, con los Truman Capote y Billy Beane de Capote y Moneyball, pues las tres películas cuentan la historia de grandes triunfadores fracasados en su propia existencia personal. Pero esta vez Miller es más crítico, porque en el fondo Capote era la crónica de la creación de una de las más célebres novelas del Siglo XX, Moneyball era el resurgimiento de un equipo derrotado, pero Foxcatcher es la completa visión de la derrota, una historia cuyos tintes son cada vez más trágicos, que acaba en el hundimiento total del sueño americano. Porque al final, y eso es lo que Miller trata de contar en Foxcatcher, sólo vales mientras ganas, y ni el amor, ni el éxito, ni la aclamación popular van a continuar cuando tu triunfo se convierta en derrota.
Ficha técnica:
Título original: Foxcatcher Director: Bennett Miller Guión: Dan Futterman, E. Max Frye, Kristin Gore Música: Rob Simonsen Fotografía: Greig Fraser Reparto: Steve Carell, Channing Tatum, Mark Ruffalo, Sienna Miller, Anthony Michael Hall, Vanessa Redgrave, Tara Subkoff, Sherry Hudak-Weinhardt Distribuidora: Vértigo Fecha de estreno: 06/02/2015