Babygirl – Girl just want to have fun | La Cabecita

Nicole Kidman marcó un nuevo éxito para su carrera en el último Festival de Venecia, al alzarse con la Copa Volpi a la mejor actriz por el nuevo trabajo en la dirección de Halina Reign. Autora neerlandesa que destacó en su salto al cine estadounidense con Bodies, bodies, bodies (2023), y quien ahora se atreve con una especie de reinvención del thriller erótico de finales de siglo. Dando cabida en el cine a la visión cada vez más recurrente del mundo de las fantasías y filias sexuales, quebrando un tabú persistente en la sociedad que ahora también sirve como arma para alzar al feminismo. Eliminando cualquier sentimiento denostado en un mensaje reivindicador del deseo femenino. De hecho, es muy interesante ver el conflicto en la mirada adulta femenina, llevando a Kidman a un nuevo perfil en el que se ha convertido en uno de los roles más desafiantes de su carrera.

La actriz interpreta a Romy una alta ejecutiva que empieza una ardiente aventura con un joven becario de su empresa, llamado Samuel (Harris Dickinson). Iniciando una relación en secreto con el fin de satisfacer sus más oscuros deseos, a espaldas de su marido Jacob (Antonio Banderas). De esta forma los roles se invertirán con respecto a las funciones de su vida laboral habitual, Romy pasará a ser la dominada en una relación de poder erótico, donde disfruta siendo sometida por las órdenes de su lacayo. Un camino hacia la libertad sexual del que no puede huir y que pondrá en riesgos la estabilidad de su vida, siendo avasallada por los prejuicios de la sociedad que la rodean.

Aunque hay matices interesantes en la premisa, reconozco que tuve que luchar fuertemente para no entender esta película como una visión sofisticada de 50 sombras de Grey light para menopáusicas. Y pido perdón por mi crudeza, pero siento que el principal problema de la cinta es la sutileza y superficialidad con la que toca un tema tan comprometido y ardiente. Hay mil ejemplos sobre la proyección de la liberación sexual y sus peligros, precisamente yo recordaba Shame (2011), o Eyes Wide Shut (1999), pero siento que no es suficiente que intenten sustentar toda la obra con el pretexto de una nueva mirada. Precisamente, lo que diferencia a la película, es la entrega sumisa de Nicole Kidman, un trabajo espléndido que transita por los diferentes estados emocionales del personaje en una dinámica de poder, que explora diferentes aristas sobre el miedo a envejecer. Una crisis de edad que ha afectado a la propia actriz en su vida real, llegando a ser cuestionada por sus retoques faciales y a los que, como se ve en esta obra, no teme en reconocer y declarar su efecto nocivo.

Siento que la participación de Kidman ha sido valiente en su carrera profesional, por mucho que la propuesta podría haber ido mucho más lejos en su espiral de locura, pero presenta momentos de impacto desde el minuto uno. Consiguiendo transmitir cierta idea de la opresión desde las formas, con una fotografía y unos espacios que capturan muy bien esa idea de sentirse atrapado en un sueño tórrido, con una curiosa banda sonora que entre orgasmos te hace caer en su juego de placer. A fin de cuentas, no deja de ser un título que demuestra el establecimiento de dinámicas de poder en las relaciones sexuales, yendo de la mano con el papel vejado que da la sociedad a las mujeres de forma intrínseca, pero que demuestra lo peculiar que puede ser humano, libre de obtener placer con la propia situación de sentirse inferior. Su exploración de esta crisis de edad, mientras se explora un éxtasis carnal, queda bien delimitada gracias a contrapunto de unos secundarios que podrían lucirse más, pero que son un genial acompañamiento para el conflicto: Antonio Banderas y Esther McGregor.

Más allá del apogeo sexual, la idea no deja de ser un envoltorio del problema real. De la imposición social a ser perfectos en nuestro rol asignado, pero dejando patente que no se puede huir de nuestros instintos. El sexo es una puerta abierta a nuestra forma de relacionarnos y la clase de personas que somos, en muchas ocasiones siendo un nexo que reaviva nuestros traumas más profundos, dejando claro lo difícil que resulta conectar y encontrar esa chispa que nos haga sentir o elevar nuestras emociones. No hay atisbos para romantización, es un ejercicio práctico de química donde los personajes se dejan llevar por inercia. Cabe destacar el buen hacer de Harris Dickinson, que soporta el tipo de medirse con una actriz de renombre. 30 años de diferencia hay entre ambos, y la edad no determina un peso importante en la batalla de sexos.

Es un entretenimiento interesante que pone grandes debates sociales sobre la mesa, donde se demuestra el importante discurso que maneja su directora y el buen manejo con la puesta en escena. Sin embargo, la idea de la validación en su exposición del camino tortuoso que puede implementar no seguir nuestros deseos, se queda una idea muy superficial de la humanización del conflicto de su personaje. Siendo más efectiva en la teoría que en la práctica, aunque con el gran a porte de intentar derrocar discursos desfasados sobre las dinámicas que se mueven en un affaire. Aunque el largometraje intenta cocinarse a fuego lento, el clímax es abrupto y apresurado, dejando que su mensaje de defensa quede hueco, en un trabajo que generará el deleite para los espectadores más picarones y fans de la estrella de Hollywood, pero que nos deja a otra gran parte de la audiencia en un descafeinado coitus interruptus.

Crítica escrita por Juan Carlos Aldarias

Título original: Babygirl Director: Halina Reijn Guión: Halina Reijn Fotografía: Jasper Wolf Música: Cristobal Tapia de Veer Reparto: Nicole Kidman, Harris Dickinson, Antonio Banderas, Jean Reno, Sophie Wilde, Esther Mcgregor Distribuidora: Diamond Films Fecha de estreno: 17/01/2025