Hay un dicho en el mundo cinéfilo (admito desconocer al autor del mismo, aunque probablemente sea alguien importante), que dice que si no has visto dos veces una película, no has visto una película. No sólo no le falta razón sino que probablemente sea cierto en el 99% de los casos y, aunque lamentablemente no tengo tiempo material, es una máxima que me encantaría poder aplicarme.
No obstante me surgió la posibilidad de volver a ver La juventud por segunda vez. La primera vez me encantó, pero su grato recuerdo había desmejorado en mi cabeza con el paso del tiempo. ¿La razón?: que entendí de forma errónea lo que intentaba transmitir la película; la malinterpreté como un retazo de La gran belleza; una especie de Punch-Drunk Love; una (deliciosa) resaca tras el éxtasis.
Paolo Sorrentino es uno de los directores más transparentes que hay en cuanto a su temática e ideario cinematográfico: hace cine exclusivamente de lo que le gusta o le gustaría contar. Ni más, ni menos. Y es por esto que La juventud se puede malinterpretar como un conjunto de descartes de La gran belleza en vez de como un ente con sentido propio: porque sensorialmente es idéntica. Pero esta identidad formal no es propia de La gran belleza, es propia del Paolo Sorrentino que surgió de Il Divo y se doctoró en La gran belleza. De algún modo, se ha liberado (para bien y para mal) de las evidentes ataduras que tenía en su cine previo a Il Divo (en el que parecía un perro con correa) y se ha convertido en un realizador absolutamente libre, gracias a su éxito.
Pero la historia que intenta contar La juventud es diferente a la de La gran belleza. De nuevo vuelve la transparencia y la sencillez: intenta narrar la juventud, vista a ojos de la vejez, y la vejez, desde el punto de vista de la juventud. No hay rastro de su anterior film (salvo en el epatamiento formal) en esta película: aunque también narra la descomposición, lo hace de forma biológica si se quiere; no pone en tela de juicio la moral y falta de rumbo de la clase alta, sino que juega con ésta ante el inevitable oponente de la muerte (o la incapacidad).
Y frente a esto, los jóvenes (sorprendente como prescinde casi de actores de mediana edad), llenos de energía y dudas, intentando buscar su sitio y comprender la vida y la vejez. De este modo se tejen las relaciones entre los miembros destacables del reparto. Sorrentino ha sido siempre un buen director de actores, pero es increíble el petróleo que consigue sacar de Michael Caine, Harvey Keitel, Jane Fonda y sobretodo, Paul Dano, uno de los actores más interesantes de la actualidad.
De nuevo los personajes son totalmente diferentes a los de La gran belleza, y de nuevo, los resultados de su aparición también lo son: La Juventud huele a decadencia, pero de la inevitable; si La gran belleza era noche cerrada, esta es un atardecer. Y este atardecer, lamentablemente (y esperablemente) no está, en el fondo, también dibujado como esa búsqueda de la luz narrada en La gran belleza. Los defectos de ésta se ven en La juventud más acusados y provocan que la idea no cuaje con tanta intensidad; que a veces parezca que las intenciones quedan absorbidas por la forma. Pero éstas están ahí, transparentes y evidentes, y merece la pena verla por eso mismo, porque un cineasta único da su punto de vista sobre un tema mil veces visto. Lo hizo con la belleza y lo hace, con menos tino, con la vejez. En cierto modo, la decadencia parece ser su tema favorito: no hay una sola película de Paolo Sorrentino que no trate sobre la decadencia.
Ficha técnica:
Título original: La giovinezza (Youth) Director: Paolo Sorrentino Guión: Paolo Sorrentino Música: David Lang Fotografía: Luca Bigazzi Reparto: Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano, Jane Fonda, Tom Lipinski,Poppy Corby-Tuech, Emilia Jones Distribuidora: Vértigo Films Fecha de estreno: 22/01/16