Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia – O las risas que nos da el vacío | La Cabecita

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En el año 1969 un joven de 26 años rodaba su primer largometraje, probablemente feliz de poder hacerlo, y sin sospechar la que se le vendría encima en poco tiempo. Ese joven, Roy Andersson, contaba en esa primera película una historia de juventud, una historia sencilla, nacida probablemente de sus experiencias y observaciones con eso que se llaman primeros amores, y la contaba con una naturalidad y una perspicacia poco comunes. Tan especial y sincera debió de sentir todo el mundo su película que unos meses después, ya en 1970, Una historia de amor, que así de se sencillamente se titulaba, se convirtió en uno de los mayores éxitos del cine sueco, fue seleccionada para el festival de Berlín, ganó cuatro premios, y se aseguró distribución internacional, siendo recibida con parabienes allí donde se estrenó (con su título, eso sí, transformado en Una historia de amor sueca, para no confundirlo con la Love Story americana que ese mismo arrasó en las pantallas del mundo entero).

Y el resto es historia: sobrepasado por el peso del éxito, Andersson se sumió en una depresión, durante cinco años no estrenó nada nuevo, y cuando lo hizo (la película se llamó Gileap) fue tal el batacazo comercial y crítico, después de tantas expectativas acumuladas, que Andersson se retiró a realizar cortos de poca difusión, y no fue hasta 25 años después, ríanse ustedes de Malick, que presentó su siguiente película, Canciones del segundo piso, en el festival de Cannes del año 2000 (donde ganó el Premio del Jurado). La crítica se reencontró con él, él se reconcilió con la crítica y con el largometraje, y aquí estamos hoy, disfrutando de su tercera película en 15 años, Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, flamante ganadora del León de oro en el festival de Venecia de 2014.

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Con un título así, eso sí, es dudoso que la gente vaya a acudir en masa a ver su obra como acudió en los tempranos años 70, cuando sus películas se titulaban cosas tan bonitas como Una historia de amor. Y sin embargo, además de tratar de quitarle hierro al título subrayando que su pomposidad es humorística y se ríe tanto de sí mismo como se habrán reído ustedes, yo recomendaría a los que se sientan tentados de verla o de rechazarla por ese mismo título, que echaran un vistazo a ese gran debut de 1970, porque el germen de lo que es el actual cine de Andersson estaba ya allí. Aquel filme, sí, se centraba en el dulce despertar al amor de una pareja de guapetones adolescentes suecos, y por eso era vitalista, hermosa y enormemente agradable. Pero también era un filme que, a cada rato, desestabilizaba esa placidez con alguna escena más centrada en los adultos que rodeaban a los jóvenes protagonistas: sus padres, sus tíos, sus profesores… en torno a nuestros felices protagonistas veíamos un mundo bastante menos feliz, de historias de amor acabadas, o sumidas en el tedio, o abocadas a la mediocridad, retratado a través de viñetas de un humor absurdo, tan absurdo que inquietaba, y a ratos breves la película parecía que iba explotar como tragedia bufa, si bien Andersson se permitió pensar entonces en la posibilidad de la felicidad, y regalar finales felices pese a su punto de ambigüedad. Venía a decirnos algo así como que la felicidad es posible… pero casi exclusivamente en la adolescencia, así que aprovechen y sean felices mientras puedan, que ya llegarán el sinsentido y el vacío de la vida adulta.

Una paloma se posó… viene a ser algo así como el reverso adulto de todo ello, y no solo cierra la trilogía empezada con Canciones del segundo piso, sino que parece cerrar también, en simetría, una obra empezada con Una historia de amor: aquí estamos instalados de lleno ya en ese absurdo adulto, en un tedio desesperado y marciano que repetimos por inercia y sin saber muy bien por qué no le ponemos fin: trabajos que nos aburren, amores ya inertes que no van a ninguna parte, incomunicación y vacío. Suena alegre, ¿verdad? Pues a pesar de todo, en pantalla, y gracias al genio visual del director, en pantalla resulta gracioso: el absurdo resulta tan deprimente como divertido, los toques sórdidos en el color o en el diseño de vestuario y decorados conviven con los toques naïf y los colores pastel. El mundo de la película viene a ser algo así como su título: uno no sabe si va en serio o si se está riendo con nosotros de sí mismo. Si uno se lo toma en serio la cosa resultará insoportablemente pretenciosa, pero si uno le ve la gracia puede que hasta se retuerza de risa en su asiento, y aquí hay momentos verdaderamente hilarantes.

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Así, medio en serio medio en broma, Andersson va pintando un mapa demoledor de la mediocridad humana, y hasta se permite mirar atrás, al pasado, y apuntar cómo la cosa no viene de ahora, sino que el ser humano ha estado siendo absurdo, mediocre y hasta brutalmente cruel desde hace siglos: cómo no va a ser el mundo moderno atroz, si hace tan solo un siglo, en países que llamábamos civilizados, aún andábamos torturando esclavos en nombre de la experimentación y el progreso, como sugiere una de las últimas escenas, la más espeluznante de toda la película, que parece sacada de una pesadilla del Bosco trasladada a la imaginería del primer siglo XX. Y conviene aquí apuntar que la película tiene mucho de sueño, y que, pese a la aparente sencillez de la estética Andersson, las imágenes tienen una riqueza enorme, van creando un mundo propio, y se van grabando a fuego en la memoria con su mezcla de irrealidad, humor e inquietud. Dicho así, lo del plano general fijo, sin un solo corte, con los actores representando en un proscenio, parece fácil, pero no hay más que fijarse en los innumerables detalles del decorado, en la complejidad de las acciones que se van viendo poco a poco en segundo y tercer plano, en profundidad de campo, y en las rimas que entre todos estos planos se van estableciendo para darse cuenta de que es una sencillez solo aparente, pero en realidad trabajadísima y enormemente expresiva.

Y, en rima también no solo con los planos de la propia película, sino también con aquella opera prima que lo lanzó a la cumbre del panorama cinematográfico internacional, si entonces interrumpía la felicidad retratada con viñetas de un humor cruel y amargo, aquí interrumpe la amargura y el absurdo con viñetas, muy breves, de una placidez y felicidad exquisitas. Junto a los miserables protagonistas y secundarios de nuestra historia, el director puntea la acción con imágenes de otras personas, de otras vidas, que parecen disfrutar de esa vida y estar reconciliados con ella: parejas jóvenes, parejas maduras, madres e hijos… si el joven Andersson nos decía “Sí, el amor adolescente es maravilloso, pero disfrutadlo que luego viene la parte mala”, el Andersson de 71 años parece decirnos “Ya, ya sé que el mundo nos parece miserable y abyecto la mayor parte del tiempo, pero mirad, la felicidad parece ser posible… no sé cómo, ni entre quiénes, pero miras alrededor y también parece haberla, así que, hoy como entonces, tratemos de disfrutar”. Una paloma se posó… puede golpear duro (en el hueso de la risa, eso sí), y recrearse en la mediocridad y el espanto, pero en el fondo es admirablemente humanista.