Lo que dice la prensa española en Venecia – Día 7 | La Cabecita

La vida, la muerte, el amor, la amistad, la mirada hacia el pasado… Estos fueron los temas principales de la pasada jornada en la Mostra de Venecia, donde sobre salía el cineasta sueco Roy Andersson cerrando la trilogía de la vida humana con A Pigeon Sat on a Branch Reflecting of Existence, recordando a los gags realizados por los Monty Python en su serie Flying Circus. Aparte de Andersson, destacaban también dos cintas asiáticas, una sobre la guerra titulada Fires on the plain, El cazador asiático según algunos, de Shinya Tsukamoto, y Hill of Freedom, un film sobre el desarrollo de la amistad realizado por Hong Sang-soo.

Roy Andersson

A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence

Con ‘A Pigeon…’ –una paloma que, en la película, no reflexiona sobre la existencia sino sobre ‘el hecho de que no tiene dinero’–, Andersson realiza su película más ambiciosa y devastadora. Estructurada en ‘3 encuentros con la muerte’, una serie de tableaux vivants marca de la casa y un epílogo titulado ‘Homo Sapiens’, la película ratifica al realizador sueco como una suerte de Ingmar Bergman con sentido del humor. Su visión del absurdo cotidiano tiene algo del teatro de Samuel Beckett y del cine de Jacques Tati, aunque en ‘A Pigeon Sat…’ es la versión más manierista y monumental de Federico Fellini la que termina imponiéndose como referente central.

La película alcanza su cenit en su tramo final, cuando la imaginación de Andersson vuela hacia la grandeza y concibe una gigantesca máquina de muerte colonialista, símbolo de un mundo que funciona gracias al sometimiento al que algunos seres humanos someten a otros. La contundente metáfora desgarra el espíritu del espectador.

Manu Yáñez (Fotogramas)

El universo que dibuja ‘A pigeon…’ es tan trivial, anodino e innecesario que a poco que se pegue la nariz al cristal acaba por parecerse demasiado a nosotros. Trágico a fuerza de cómico; desesperado por vulgar; doloroso por gratificante. La película se contempla con la misma risa congelada con la que Buñuel castiga a la audiencia en ‘El ángel exterminador’. No hay forma de salir del sitio. Se haga lo que se haga. Como una obra de Beckett después de dormir la siesta. Fresco, ágil y perfectamente deprimido.

Luis Martínez (El mundo)

El drama de la hipocresía y desesperación humana tratado desde un audaz y cínico sentido del humor absurdo y una extraordinaria capacidad creativa. Roy Andersson nos brinda el colofón final a su imprescindible trilogía de forma brillante y distintiva, y lo hace gestando lo que supone una memorable experiencia artística para el espectador. “A pigeon ato n a branch reflecting on existence” es un majestuoso grand guignol que levita a camino entre el más desgarrador horror y la tierna ensoñación, para incidir en una peculiar reflexión existencial que nos lleva a la más tétrica realidad desde la más estimulante ironía.

Joan Sala (Filmin)

En A Pigeon at on a Branch reflecting on existence, Roy Andersson sigue afinando su particular estilo. Un grupo de personajes tristes y vulnerables – una pareja de vendedores de productos de broma, una profesora de flamenco, el rey Carlos XII de Suecia, los clientes de un bar… – en situaciones aparentemente tranquilas, captadas en planos fijos convertidos en cuadros vivientes, en decorados de colores suaves y con un tono cómico y melancólico, en una extraña combinación entre cotidianeidad y surrealismo. Pero la fuerza del cine de Roy Andersson radica en que dentro de ese envoltorio dulce y agradable, hay también una denuncia ácida y demoledora de algunos de los problemas de la sociedad. La película empieza con 3 escenas de muerte llenas de humor deliberadamente separadas del resto. Las siguientes serán en su mayoría escenas cómicas que revelarán un trasfondo amargo y sombrío. Una película que sin lugar a dudas debería estar en el palmarés final de esta edición de la Mostra

Carlos Elorza (El café de Rick)

Con un particular estilo (todas las escenas son en plano fijo, a una misma distancia de los protagonistas, con profundidad de campo para no perder detalle de lo que está ocurriendo al fondo – y siempre pasa algo, no falla -, con una iluminación que consigue apagar cualquier color, vestuario retro… un pack completo, en definitiva, tan reconocible como una película de Wes Anderson), la película es una sucesión de sketches en los que se repiten personajes y diálogos, retomando bromas iniciales y convirtiéndolas en recurrentes, haciéndoles perder el sentido o, mejor dicho, reforzando el poco que tienen. Humor absurdo por excelencia, se inicia con la presentación de tres muertes surrealistas y los intereses reales de los que están alrededor del muerto. Tras descolocarnos a solo cinco minutos del inicio, el resto es ya cuestión de dejarse llevar y disfrutar de un humor que por supuesto puede compararse al de Monty Python’s Flying Circus.

Arantxa Acosta (Cine Divergente)

El sueco Roy Andersson es uno de los autores más peculiares de la cinematografía europea. Con una obsesión enfermiza por las composiciones de plano pictóricas, el cinismo exacerbado y la creencia de que el existencialismo debe reflexionarse mediante gags absurdos de dudosa hilaridad, sus películas son piezas de museo a las que uno debe acercarse con cierta prudencia cognitiva. La última, ‘A Pigeon ato n a Branch Reflecting on Existence’, cierra una trilogía en la que explora la miseria y la condición humana desde su singular perspectiva.

Varias voces que se escuchan en los pasillos del festival aseguran que huele a León de Oro y es que ya se sabe que, a veces, lo más marciano es lo que triunfa.

Adrián Peña (Ecartelera)

Fires on the plain

Fires-on-the-Plain

‘Fires on the Plain’ funciona como un antídoto perfecto contra las blandas muestras de cine bélico con trasfondo humanista que hemos visto los últimos días en Venecia. Con una extrema brutalidad que persigue agredir la sensibilidad del espectador, Tsukamoto demuestra que el gran cine bélico solo puede ser nihilista y trágico, una lección que aprendimos viendo las seminales películas de guerra de Samuel Fuller. Un discurso implacable que Tsukamoto despliega a través del frenético martilleo de su cine digital, que bombardea al espectador con primeros planos de soldados aterrados, planos detalle de miembros cercenados y nerviosas cámaras al hombro. Un violento torrente audiovisual que, a través de un montaje entrecortado, da forma a una inmersión pesadillesca en el infierno bélico.

Manu Yáñez (Fotogramas)

A su lado, la sección oficial ofreció el último desgarro, no digamos película, de Shinya Tsukamoto. ‘Fires on the plain’ reescribe a su manera el clásico del cine bélico japonés de Kon Ichikawa fechado en 1959. Lo hace, eso sí, del revés. Se trata de trasladar a la pantalla la sensación espesa, salada y clara de la sangre, de la carne. Al director de ‘Tetsuo, el hombre de hierro’ no se le podía pedir menos.

Quiere la película hablar de canibalismo. Y lo hace. Y cómo. Recuérdese (nos lo contó Anthony Beevor el año pasado en su obra sobre la Segunda Guerra Mundial): el canibalismo no se juzgó en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio de 1946. El horror era tanto y el tabú tan intocable que los propios aliados prefirieron ignorarlo. Pues bien, quiere Tsukamoto adentrar al espectador en la sensación cruda de la carne cruda. Ésa a la que nunca llega la frialdad de una relato histórico. Y lo consigue. Brutal e inmisericorde.

Luis Martínez (El mundo)

Tsukamoto sigue siendo Tsukamoto. El del montaje frenético, el ritmo acelerado y el bombardeo de imágenes y sonidos. (…)Sin apenas entretenerse en introducciones y presentaciones, Tsukamoto lleva al espectador directamente al grano de forma cruda, directa, histriónica y absorbente.

El director japonés ofrece una mirada a la guerra sin épica y sin concesiones al heroísmo, en la que prevalece la supervivencia individual por todos los medios frente a la camaradería de los compañeros de armas. En la que en definitiva, el enemigo más que estar al otro lado del frente – en Fires on the Plain una especie de presencia fantasmagórica – está al lado.

Carlos Elorza (El café de Rick)

Tsukamoto elabora un doble relato sobre la ansiedad y el canibalismo en el frente, seguido del pertinente shock post traumático de la vuelta a casa. Una estructura narrativa paralela a la de “El cazador” de Michael Cimino pero con el estilo formal de Shinya Tsukamoto.

Carlota Moseguí (Videodromo)

Tsukamoto concibe de forma abrupta, extrema y contundente un artefacto fílmico descarnado y tortuoso. Un survival abrasador y abrumador que tampoco da la espalda a los distintivos toques de serie B que distinguen la obra de su padre y autor, valiéndose puntualmente del gore, coqueteando de forma rotunda y cruel con el canibalismo, o incluso incurriendo en la autoantropofagia, es decir, lo que supone comerse uno a si mismo. Ahí es nada. Primitiva y soez, como la guerra misma. Será otra de las grandes protagonistas de esta Mostra. Sitges aguarda a la espera.

Joan Sala (Filmin)

Tsukamoto describe el horror de su protagonista con la misma crueldad que los hechos relatados, a partir de entrevistas que él mismo realizó con soldados que combatieron en el escenario del Pacífico. La suya es una guerra en versión histérica y gore, donde no faltan los tiros a bocajarro, las alucinaciones y hasta el canibalismo. Voluntariamente deslucida en lo visual y estridente en lo sonoro, la película tuvo el mérito de aportar ruido y radicalidad a una sección oficial tirando a átona.

Gregorio Belinchón (El país)

Hill of Freedom

Hill of Freedom 01

El tiempo, como concepto creado por la mente humana, es la excusa de Hong Sang-soo en Hill of Freedom para hablarnos sobre cómo las personas ordenamos nuestras vivencias, sobre cómo actuamos siempre siguiendo el mismo patrón auto impuesto.

En poco más de una hora, disfrazado de una imposible historia de amor, de desencuentro, el director nos hace reflexionar sobre la importancia de la amistad, de no rendirse a los estereotipos y saber juzgar por uno mismo. Hill of Freedom es un film pequeño que consigue concentrar la forma de actuar y pensar del ser humano.

Arantxa Acosta (Cine Divergente)

Un inconfundible ejemplo más de lo grandioso que se puede llegar a ser partiendo desde lo personal y pequeño. (…) Hong Sang-soo vuelve a brindarnos un jocoso, pero ante todo, agudo y perspicaz divertimento, con el  que nuevamente sorprende por su capacidad para erosionar toda posible lógica del tiempo narrativo, sorprendernos con hilarantes gags cuyo desatado humor se siente tan genuino como legítimo, o construir momentos de intimidad cuya sinceridad y veracidad se siente tan real y natural como la vida misma.

Joan Sala (Filmin)