El apartamento – Robinson Crusoe en Nueva York | La Cabecita

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Eran los años 60 y el mundo cambiaba. El cine cambiaba. Lo hacía alejado de Estados Unidos, lo hacían los Truffaut y Gordard en Francia, los Antonioni en Italia. Todo giraba y giraba, adecuándose a una sociedad que viajaba igual de rápido. La gente se alejaba de los cines atraída por la comodidad de la televisión, y la respuesta de Hollywood era la de gastarse un pastizal en lujosas producciones como Cleopatra, no tenían otra respuesta. Y en medio de todo eso estaba Billy Wilder. Wilder, ese gran genio, no era sólo el mayor humanista que ha dado el cine, también era un radiógrafo excepcional. Y ahí está El apartamento, para quien esto escribe la mejor obra que ha dado la historia del cine (para otros simplemente será una de las mejores), la excepcional radiografía que hizo Billy Wilder de lo que era la sociedad del último tramo del siglo XX. Hay algo sensacional en El apartamento¸ y es el hecho de que 60 años después de su estreno, uno no siente únicamente que no ha envejecido, sino que la radiografía que hace Wilder bien podría ser la misma de cualquier neoyorquino en pleno año 2014. Es ése, posiblemente el que más, pero sólo uno de los muchos, plenos aciertos que Mr. Wilder consiguió en esta obra con la que el cine alcanzó la máxima perfección.

Y me reafirmo en que eso que hizo Wilder fue magnífico. La película se estrenó en 1960, en ese año bisagra ente ambas décadas, y el realizador dio una visión de Nueva York como jamás se había dado en el cine (y no se daría hasta Woody Allen, un Allen que nace directamente en esta película), y dio una visión del ser humano como un ser solitario, encerrado en una sociedad estresante por el ritmo de trabajo, completamente misógina, aunque Wilder se atreviese a mostrarnos a mujeres y hombres trabajando juntos, algo casi inaudito. Pero lo más atrevido de todo, y aún no habíamos abandonado el código HAYS, es que se atreve a mostrar una sociedad egoísta, promiscua y adultera. Es tan grande lo que hizo El apartamento a la hora de mostrar esa rutina laboral, y sí, metemos dentro de la rutina las actividades después de la hora de salida, que ninguna obra hasta hace apenas unos años lo ha sabido mostrar. Y es ahí donde aparece la serie Mad Men para evidenciar que estamos ante una película que sigue siendo realmente moderna.

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Pero vayamos ya de lleno a la película y no sólo a lo que supuso. La idea de El apartamento se le ocurrió a Wilder mientras veía Breve encuentro de David Lean. A Wilder le suscitaba una gran curiosidad ese personaje que no aparecía en la película, ese amigo que les dejaba las llaves de su apartamento y mientras él se iba para dejarles solos. La idea se quedó aparcada, pero volvió a su mente tras rodar Con faldas y a lo loco y se dio cuenta de que Jack Lemmon era el tipo perfecto para protagonizar esa historia. Su idea inicial era hacer de El apartamento una obra de teatro, de hecho, la película apenas cuenta con tres decorados (el apartamento, las oficinas y el bar), pero pronto vio que era imposible mostrar el ritmo de una oficina en una obra teatral, y que realmente debía ser una película.

El apartamento es la historia de C.C. Baxter, este hombre es tan fracasado, que pese a que su nombre tenga dos “C”, tiene que resignarse a que sus compañeros le llamen Buddy. Se queda a hacer horas extras en el trabajo simplemente para pasar el rato, porque no tiene nada mejor que hacer, ni tiene ni un solo amigo en Nueva York, y mientras su casa es usada por aquéllos que usan su habitación como poco más que un picadero. La vuelta a casa es complicada, su mayor éxito es que su vecino le considere un Don Juan y le pida donar su cuerpo a la ciencia. Su vida es una completa mentira por el simple hecho de no saber decir que no. Aunque le cueste un constipado por pasar la noche en el parque, aunque le lleve media hora reorganizar toda la agenda para poder disfrutar de su propia casa.

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Porque Baxter es un hombre esencialmente bueno, sería injusto acusarle de trepa. Es cierto que él sabe que lo que hace le aporta un beneficio y le ayuda a ascender en ese sitio en el que se tardan años en llegar a la última planta, pero sólo segundos en bajar. Pero Baxter está encerrado en ese juego por no saber decir que no, y bajo ninguna circunstancia es capaz de negarse. Y es ese hombre bueno, que cuando sube al ascensor que conduce Fran Kubelik (Shirley McLaine), es el único que se quita el sombrero en gesto de cortesía. Es casi un vagabundo que vive en un banco de un parque. Un hombre triste y solitario que llega a casa y come comida recalentada mientras se desespera porque los anuncios de la televisión no le dejan ver nada en la televisión, un hombre tan sencillo que apenas tiene tres pares y medio de calcetines.

Y está enamorado, pero su amor nunca podrá ser. Porque está enamorado de una persona como él, al igual que Baxter, Kubelik es también una perdedora. Ella también se encuentra encerrada en la relación con Sheldrake, se encuentra completamente cansada de las mentiras de este granuja casado que sólo parece buscar divertirse a su costa. Sin embargo, se encuentra profundamente enamorada de él. No importa lo que haga, será empujada una y otra vez a unas redes de las que no puede salir, y poco importa que sepa que jamás será feliz, que sepa que no se deba poner rímel para ver a un hombre casado. Poco importa que éste le regale por Navidad un billete de 100 dólares y la trate como una fulana. Y tampoco tiene importancia que incluso ese billete de 100 dólares la empuje a un intento de suicidio, en una escena, además, magnífica por la forma en la que recoge Wilder cada detalle sin mediar palabra, como un bote de pastillas en una mano y el billete en la otra hablan por sí solos. Pero la señorita Kubelik es sobre todo, al igual que Baxter, una persona buena, por eso mismo, cuando en la fiesta de Navidad la secretaria de Sheldrake le cuenta cómo ha tratado éste a todas sus amantes, incluida a ella misma, algo que realmente ya sabe, pero que es un bofetón que la devuelve a la realidad, Kubelik simplemente guardará la compostura mientras Baxter se prueba delante de ella un ridículo bombín que también habla de este hombre que es tan desgraciado que no sabe ni elegir el sombrero correcto para llegar a triunfar.

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En cierta ocasión le preguntaron a I.A.L. Diamond a qué genero pertenecía El apartamento. Él dijo que era una comedia, pero que no lo era, que era un drama, pero no lo era, que era una película romántica, pero tampoco lo era, que sencillamente era una obra inclasificable. Y lo cierto es que El apartamento es todo eso, pero ahí, una vez más el don de Mr. Wilder, hace acto de presencia, y es que es posiblemente la película más equilibrada que jamás se ha filmado. Para empezar, digamos que no es una comedia romántica, sencillamente porque no lo puede ser, el final lo dice todo, es un final abierto, un final para que el espectador siga su propia historia, pero dudo mucho que esas dos personas tan iguales, tan perdidas, pudieran sacar adelante su historia de amor. Porque ambos son Robison Crusoes, y lo que necesitan es alguien que les rescate. Y en cierta forma ambos lo hacen, el beso de Kubelik a Baxter en la frente después de recibir un puñetazo por ella, hace que éste saque valor a renunciar a su puesto de trabajo para no ceder su apartamento, y este mismo acto es el que lleva a Kubelik al piso de Baxter. Pero es insuficiente, y su bondad ha acabado por atraerla hacia él de una manera no sexual, pero ¿es suficiente para una chica que siempre se enamora de los tipos malos? Y sí, El apartamento es una película divertida, y mucho, tiene chistes realmente ingeniosos, uno de mis preferidos es cuando una de las señoritas que van a casa de Baxter, le pregunta a Kirkeby si suele llevar a otras mujeres al apartamento, y éste le responde: “¡Por supuesto que no! ¡Estoy felizmente casado!”. Pero Wilder sabe controlar cada chiste con un elemento de drama, cada momento de drama sazonarlo con un pequeño chiste. En definitiva, encontrar un equilibrio en la película que no dista mucho del equilibrio que tiene la propia vida.

Y ahí, donde los modernos se imponían, donde el mundo giraba, Wilder hacía una película moderna, pero que no podía ser más clásica en su narración. Cada pequeño detalle está incluido para que el espectador no se pierda durante el visionado de la película, porque si hay algo en lo que piensa Wilder por encima de todo es en el espectador, y ese es el máximo significado de la película. Y juega con él, juega con mimo y dedicación, le regala elementos que son una verdadera maravilla, como ese espejo de bolsillo que guarda todos los secretos. Ese espejo roto que le confiesa la verdad a Baxter sin mediar palabra, ese que se encuentra tan roto como sus dos protagonistas, que resquebraja el rostro de Baxter al enterarse de la verdad, y que es el que muestra a Kubelik tal y como se siente. Wilder no introduce nada en la película sobre lo que no te haya dado unas pistas previas, como el artefacto mejor medido de todos, como si antes de hacerla ya supiera que estaba ante la película perfecta.

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Porque nada falla aquí, Jack Lemmon está impresionante, la evolución de su personaje está perfectamente canalizada por el actor, que durante los primeros tramos de la película se muestra como un hombre torpe y nervioso, casi siempre alterado, y según se acerca a Kubelik se va calmando poco a poco. Pero también está impresionante Shirley McLaine, me atrevería a decir que jamás ha vuelto a estar tan bien como está en El apartamento, su rostro en la escena final en el bar, ese primer plano, iluminado por completo por ella misma, es capaz de pasar de la felicidad a la tristeza sin inmutar el rostro. Todo lo que Kubelik va sintiendo desde que se da cuenta de la condena de vida que le espera al lado de ese hombre, hasta que entiende el gesto de Baxter, está perfectamente canalizado en el rostro de una McLaine, que simplemente estaba adorable. Y Wilder lo sabía, lo sabía incluso antes de realizar la película, de ahí la elección de ellos dos, especialmente la de Lemmon. Porque Lemmon no es un galán, es un hombre desgarbado, un hombre que jamás te induciría a pensar que es exitoso. Podría haber sido Tony Curtis, pero entonces ese final no habría funcionado, porque sería mucho más sencillo entender que McLaine fuera corriendo a buscarle, con Lemmon no. Con Lemmon el espectador entiende que ella salga corriendo, pero lo entiende al final, porque ha visto al igual que ella toda la bondad que existe en él. Y Lemmon es simplemente eso, un hombre bueno, desquiciado, extraño y raro, pero un hombre bueno. El anti-galán por antonomasia, una rara avis en el Hollywood de aquella época que supone el auténtico génesis de Woody Allen.

No hubo antes, tampoco después, y dudo mucho que jamás haya, otra película como El apartamento. Una película que es sencillamente la perfección en estado puro. Una película en la que Wilder mostró lo que era el ser humano, mostró su soledad y su imperfección y nos retrató una sociedad de perdedores en la que sólo los trepas y rufianes eran capaces de vencer, cuando todos aún vivían con la idea de una sociedad idealizada por completo. Lo que Wilder se limitó a mostrar era la vida, con una sencillez y con unos actores pasmosos. Una de las escenas que más me gustan de la película es cuando Lemmon se pone a preparar los espaguetis con esa raqueta que usa para escurrirlos. La señorita Kubelik está poniendo la mesa, no es ninguna ocasión especial, pero Baxter ha comprado incluso servilletas de tela para la velada. Adoro esta escena porque es una de las más felices de la película, y Wilder no necesitó de ningún truco para mostrar una escena que parece estar más iluminada, y lo está gracias a lo bien que funciona todo en ella, a lo bien que funcionan sus actores juntos. Y eso es El apartamento, una película iluminada, una película que nació con un aura especial que la protegía como un retrato imperenne de las sociedades venideras, una película adelantada a su tiempo, y a la vez tan apropiada para haber nacido cuando nació… Simple y llanamente una obra maestra.