Moulin Rouge – Atípica y vibrante historia de amor musical | La Cabecita

Al hablar del género musical casi siempre nos viene a la mente la mítica escena de Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia (1952), la que para muchos es la mejor película cantada de la historia. En estos casos también podríamos recordar otros títulos, quizá de menor calidad, pero que también han sabido cómo dejar huella en este tipo de cine, películas como El mago de Oz (1939), Melodías de Broadway 1955 (1953) o Cabaret (1972). Sin embargo, todos estos largometrajes quedan ya muy atrás; en las últimas décadas se ha intentado revitalizar el género, a veces con buenos resultados, prueba de ello son La novia cadáver (2005) o Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet (2007). Da la sensación de que ya pocos autores se atreven a poner a cantar a sus actores, y si apartamos el cine de animación nos quedaríamos aún con menos cosas que añadir. En 2001 el visionario director Baz Luhrmann se la jugó con un nuevo filme cuya historia se basa en el cabaret parisino Moulin Rouge.

Luhrmann llegó a este punto de su carrera con dos moderados éxitos a sus espaldas, su ópera prima, la australiana El amor está en el aire (1992) y Romeo + Julieta de William Shakespeare, que significó su paso al cine estadounidense acompañado de un jovencísimo Leonardo DiCaprio. En ambos filmes demostró su destreza con las historias románticas e incluso ya hizo sus pinitos en lo referente a lo musical. En Moulin Rouge desplegó todo su potencial artístico y cerró la trilogía conocida como The Red Curtain que completaban las dos cintas mencionadas anteriormente. Para algunos obra maestra y para otros total absurdez indigerible, lo evidente era que la controversia estaba servida.

Esta película se ambienta aproximadamente en el París de 1900. Época en la que el mundo ha sido conquistado por la revolución de Bohemia. Satine (Nicole Kidman), la estrella más rutilante del Moulin Rouge, encandila a toda la ciudad con sus bailes llenos de sensualidad y su enorme belleza. Atrapada entre el amor de Christian (Ewan McGregor), un joven escritor, y la obsesión del duque, lucha por hacer realidad su sueño de convertirse en actriz. Pero, en un mundo en el que vale todo excepto enamorarse, nada es fácil.

Con los primeros minutos de Moulin Rouge ya debemos intuir que estamos ante una película peculiar, que no nos da ni un solo respiro entre lo musical y lo romántico, todo a través de unos efectos especiales originales y provocativos. Es rápida, luminosa, vivaz y lo notamos desde que un inconmensurable Ewan McGregor habla por primera vez de la revolución bohemia o el verano del amor. Se halagó y crítico por igual la ambientación de la ciudad francesa que hizo Luhrmann, para algunos su espectacular puesta en escena tan sólo tapaba las carencias del guión, sin embargo su atrevimiento se convirtió en un placer inesperado para una servidora, su dirección puede gustar o no pero los vertiginosos giros de cámara y su agilidad argumental convierten a Moulin Rouge en algo más que una película romántica con puntuales secuencias musicales, es un filme con vida propia, que no engaña a nadie porque refleja lo que es desde el primer momento: una historia diferente que se arriesgó desde el punto de vista artístico y que revivió adecuadamente un género que se encontraba en decadencia.

La química entre Nicole Kidman e Ewan McGregor hizo creíble una historia de amor que a priori parecía un engaño, una descarada tomadura de pelo, pero cuando apenas comienzan a sonar los acordes de Your Song y admiramos el asombro en los rostros de los protagonistas descubrimos la magia que impregna todo el filme. Moulin Rouge posee comicidad, por parte de unos rocambolescos secundarios, impacta por su vestuario, por su fotografía y por su magnífico montaje pero, sobre todo, impresiona por una banda sonora sublime. Aunque hay pocos temas originales, el filme lleva las versiones de Queen, Police o Madonna a su terreno, se hace con poderío de las letras y todo el reparto, sin ser cantantes profesiones, alza su voz con pasión hasta erizarnos el vello. De ahí que todo el desarrollo de Moulin Rouge se convierta en un lujo para los espectadores, que se ven abrumados por su potencia visual y sienten el idilio del dúo protagónico con gran expectación. De principio a fin la historia está bien llevada, sin caer en la melosidad e intercalando tramas y actuaciones para no hacerla pesada. Concluye magistralmente, provocando que el público guarde en su memoria cinéfila algunas escenas inolvidables.