Arranca la 72ª edición del Festival de Cannes con nada más y nada menos que Jim Jarmusch, uno de los directores más aclamados de la croixette con su película de zombis, Los muertos no mueren (The Dead don’t Die). Una película distinta a su filmografía con nombres tan importantes como Bill Murray, Adam Driver, Chloe Sevigny, Selena Gómez, Iggy Pop, Tilda Swinton y Steve Buscemi.
Como solemos hacer todos los años en La Cabecita, recopilamos todas las reseñas de la prensa española presente en el Festival de Cannes:
‘Los muertos no mueren’ en una pintoresca obra coral que bien podría pasar por el equivalente jarmuschiano y zombi de lo que Tim Burton hizo en la olvidable ‘Mars Attacks’ con el cine de invasiones alienígenas. La sombra de la autoindulgencia planea por algunos de los “chistes privados” que aliñan ‘Los muertos no mueren’ –incluida una referencia a la saga de ‘Star Wars’ de la mano del personaje de Driver–; sin embargo, Jarmusch consigue trascender la idea del pastiche posmoderno gracias a la dimensión política de una película que hace de la coherencia estética e ideológica su armas más poderosas.
‘The Dead don’t Die’ es así una película que en solitario, sin más referencia que todos los zombis que en el mundo han sido, corre el peligro de decepcionar por perezosa, por feliz en su vagancia. Y hacerlo de forma grave. Pero vista como el precipitado de la necesidad y la forma de estar en el mundo de Jarmusch, su autor, puede incluso resultar graciosamente irrelevante; fugazmente inmensa; moribunda. Y, un paso más allá, si se observa desde la atalaya que proporciona un sitio como Cannes es, sin duda, la más bella y putrefacta ironía de ese lugar por fuerza decadente de yates imposibles, alfombras rojas y vanidades lacerantes. Putrefacto.
Jarmusch no sólo se ríe de los que mandan y más han contribuido a construir “un mundo de mierda” –como dice un personaje–, sino de todo bicho viviente, no viviente y mediopensionista. El director también proyecta la ironía y el escepticismo hacia el interior de la propia película. Los policias encarnados por Driver y Murray hacen comentarios sobre el guión y en varias ocasiones se refieren a la pieza musical que da título a la película, obra de John Sturgill Simpson, cuya música country el cineasta debe de adorar.
Fernando García, La Vanguardía
Los muertos no mueren es una entretenida película sobre zombies que atacan Centerville, un pequeño pueblo de 738 habitantes con motel, cantina y… centro de detención juvenil. La película arranca con Cliff Robertson (Bill Murray) y Ronnie Peterson (Adam Driver), dos de los tres agentes de policía del lugar (la tercera es la Mindy Morrison de Chloë Sevigny) en un cementerio. Allí se enfrentan a Bob, el Ermita (Tom Waits), un homeless rebelde que funcionará como observador y narrador en off de toda esta fábula tragicómica con ese humor asordinado y absurdo que constituye el sello de Jarmusch.
En su película anterior, «Paterson», exprimía a su cine una profundidad y un peso insólito y cercano a lo poético, aquí, en «Los muertos no mueren», hace más bien todo lo contrario: exprime toda la ligereza y broma a ese asunto tan conspicuo de la eutanasia al revés. El argumento, levísimo (los muertos salen de sus tumbas, y poco más), ocurre en un pueblo perdido y con el paisaje habitual del cine de Jarmusch: Bill Murray, Tilda Swinton, Steve Buscemi, Adam Driver, Tom Waits…, y hasta un Iggy Pop al que apenas habrán tenido que maquillar para su papel de zombi.
Por lo general, Jarmusch no busca trascendencia en sus películas, sino más bien estilo, a pesar de que buena parte de la crítica le haya condecorado en ocasiones con medallas trascendentes que él probablemente desprecia, y aquí, en su mirada chocante a ese tema tan serio para la cinefilia actual como es el mundo zombi, no disimula ni su descreimiento, ni su frivolidad, ni su ligereza; es decir, que tal vez a los amantes del género no les haga tanta gracia.