Galardonada con el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes, la última propuesta del país galo irrumpe en el panorama cinematográfico actual, saturado por viejas fórmulas y manidos taquillazos, como un jarro de agua fría. Ambientada en la Francia de principios de los años noventa, 120 pulsaciones por minuto sigue la historia de un grupo de activistas organizados bajo el nombre de Act Up París que intenta concienciar a la sociedad de la “hecatombe que supone el SIDA” (palabras textuales del presidente de la asociación, Cleews Vellay en 1993). Entre ellos, una juventud idealista y ansiosa por cambiar el mundo, se encuentra Sean Dalmazo (Nahuel Pérez), un seropositivo que lucha, no solo contra una sociedad llena de prejuicios, sino también contra la desintegración de su propio cuerpo. En Nathan (Arnaud Valois), un nuevo miembro del grupo, encontrará un resquicio de esperanza y la última oportunidad para sentirse más vivo que nunca.
Recuerdo el escalofrío que me hizo sentir Miguel Delibes al leer su Señora de rojo sobre fondo gris. Se trata de una breve novela publicada en 1991 en el que el autor narraba los últimos años de la vida de su esposa, aquejada de una terrible enfermedad que se la llevaría por delante a la temprana edad de cincuenta años. El texto termina por convertirse en un panegírico desgarrador. Un intento de abarcar la vida entre las manos, de apretarla fuerte y no dejarla escapar. Porque la muerte es algo que nos toca a todos, incluso si eres Miguel Delibes. En Señora de rojo sobre fondo gris se dicen muchas cosas, alguna de ellas tan personales que son difíciles de parafrasear, pero lo que trasluce al final del libro es ese viaje hacia la aceptación. La aceptación de la muerte. “No te aturdas: déjate vivir” decía Ángeles de Castro, la mujer de Delibes, en los pocos momentos del texto dónde el autor era verdaderamente consciente de que ya está. Que la vida es una mierda y luego te mueres. En 120 pulsaciones por minuto asistimos al mismo duelo que atraviesa el frágil corazón de Delibes solo que esta vez no hay cuadro. Nos despedimos de la vida, del mundo y de todo lo que conocemos. Para Delibes la muerte es la falta de inspiración para pintar, para Sean son las paredes teñidas de sangre sobre las cientos de pancartas que claman contra el SIDA.
Desde el minuto uno, 120 pulsaciones por minuto es toda una declaración de intenciones. Rodado sin ningún tipo de ambages (la realización evoca a veces a La vida de Adele), Robin Campillo sabe exactamente donde colocar la cámara para que el tiro sea certero. No hay un solo plano de la cinta fácil y donde no se busque las entrañas del espectador con mano diestra, sin tener que recurrir al clásico recurso del interés romántico. La lucha contra el SIDA es mucho más grande, mucho más poderosa y exige la urgencia de un metraje que, como la enfermedad, no se detiene. La epidemia que se propagó sin medida a lo largo de los años ochenta se convierte en un arma de selección natural, lejos del interés de la opinión pública, que no pareció preocuparse por una enfermedad que solo afectó a los sectores más marginales de la sociedad. Gais, prostitutas o drogadictos… nadie escapaba de un virus del que muy poco se sabía pero que tampoco importaba. Ayudados con el brazo firme de una dirección soberbia, Campillo nos acompaña en un viaje a través de la muerte pero sobre todo de la vida. Las ganas de que cada Día del Orgullo Gay no sea el último, ante un gobierno presidido por François Mitterrand que mira hacia otro lado y unas farmacéuticas incapaces de desvelar los resultados de los últimos estudios del laboratorio. Solo la sociedad Act Up Paris, liderada por un grupo de jóvenes que parece recoger el testigo de mayo del 68, le planta cara a la muerte.
Lo que desconocemos sobre el SIDA tampoco se nos muestra en 120 pulsaciones por minuto. No interesan los formalismos médicos (de hecho, sólo sabemos que el recuento de linfocitos T4 era el termómetro de la muerte), ni tampoco la profundidad de las relaciones personales entre los protagonistas, todo se reduce a la mera supervivencia. Y si no es posible sobrevivir, porque en aquellos años el SIDA era el causante de casi tres mil muertes anuales solo en Francia, al menos a morir con dignidad. Y es en esa decisión, la de convertir la cinta en un testimonio casi documental, donde 120 pulsaciones por minuto pierde fuelle y se olvida de la piel. Un error que tampoco le resta crédito a todas las otras virtudes que compensan la balanza pero que terminan por desdibujar un final lógico pero poco emotivo.
Título original: 120 battements par minute Director: Robin Campillo Guión: Robin Campillo, Philippe Mangeot Fotografía: Jeanne Lapoirie Reparto: Nahuel Pérez Biscayart, Adèle Haenel, Yves Heck, Arnaud Valois, Emmanuel Ménard, Antoine Reinartz, François Rabette Distribuidora: Avalon Fecha de estreno: 19/01/2018