La La Land y el maniqueísmo millennial | La Cabecita

Sé que no haré muchos amigos con estas palabras pero tras haber visto La La Land y Whiplash más de tres veces cada una me apetecía dar mi visión de los hechos ahora que están más estudiadas y ha pasado algo más de tiempo para reflexionar. Sé que no debería hacer falta advertirlo pero este artículo no es más que uno de opinión personal y he aprendido mucho también de gente con criterio que ha visto y admirado con pasión el cine de este director, los cuales, sin duda alguna, respeto muchísimo. Dicho esto comienzo: El cine de Damien Chazelle, desde el estreno de la hiperactiva Whiplash, ha echo correr mucha tinta y esto puede ser debido a muchos factores: una puesta en escena que recuerda a Scorsese y Altman, una juventud y vitalidad cinematográfica llena de energía (aunque con un fondo bastante terrorífico), una representación absoluta de una sociedad `millennial´en el cine o un exceso desorbitado en base al egocentrismo o a la vida en sociedad. Fuere como fuere, sus películas mueven a crítica y público y eso siempre es interesante. Para bien o para mal, Damian Chazelle no deja a nadie indiferente. La sociedad millennial es conocida por ser menores de treinta años, egocéntricos, adictos a la tecnología, posible síndrome de Peter pan… además de muy inteligentes con preparación académica. Esa sería la versión más simple de un termino, sin duda, complejo.

La La Land no es más que otra estratagema de Hollywood para no innovar y mantener el espíritu de la edad de oro de Hollywood sin renovarse y Damien Chazelle es perfecto para todo ello. Su enérgica vitalidad de la que hablé antes es carente de personalidad (no es un Paul Thomas Anderson que dentro de sus referentes crea una visión propia), es de esos directores que quieren ser genios antes que ser directores de cine, con una visión del mundo contemporáneo demasiado accesible y poco trabajada. Como si los jóvenes de mi generación tuviéramos nuestro neorrealismo italiano (nuestro melodrama personal y social) representado en La La Land o Whiplash. No son películas que hablan de cambiar el mundo o la sociedad, más bien de mantener el canon social, romántico y laboral y de cómo adaptarse a él para lograr “nuestros sueños”. Todos tenemos nuestros sueños, ambiciones personales, artísticas, románticas…La La Land no contempla nada más que el sufrimiento y el sacrificio para obtener resultados y eso es muy simple y maniqueo además de, desde mi punto de vista, irreal. Como un joven abogado en prácticas que tiene que aguantar una mierda de sueldo para lograr algún día ser dueño de un bufete (este cine nos dice: “Eh, si es lo que quieres te tienes que joder, así es el mundo y la vida, somos realistas”).

No hay rebelión ni queja ni preguntas de más en La La Land, los personajes se consumen y se tiran a la basura pero sus sueños no (¿Qué triste y cierto a la vez, no?) La presión que se arroja sobre la juventud de hoy, entre la que me incluyo, no se basa en carencia de esfuerzo, falta de arrojo o ganas de “saltar al charco” y de salir de nuestra zona de confort, la presión se basa en las expectativas que estas películas alimentan manteniendo siempre el animo positivo, luchando por nuestros sueños, librándote de personas que ya no necesitas…Todo lo que no es la vida en realidad pero sí lo que queremos, o necesitamos, escuchar.  Suena muy soñador todo pero lo más triste es que se basa en mantener el canon social con fuegos artificiales audiovisuales. Lo que me preocupa de estas películas, en concreto de las dos de Damien Chazelle, es la cantidad de propaganda emocional barata que contiene y en como todo el mundo asiente como si esas historias, llenas de masoquismo sentimental y maniqueísmo social entre nosotros, jóvenes de la sociedad millennial, fuera la pura y triste realidad.

Películas más diferentes, transgresoras o inteligentes (desde mi humilde punto de vista) como Manchester frente al mar, Silencio o La llegada (siendo conscientes de que los Oscar premian el cine comercial más talentoso) se fueron con poco reconocimiento, o directamente ninguno, a casa. Películas que sabían de que hablaban, que se estudiaban una buena historia y que no ofrecían respuestas absolutas ni juzgaba de manera condescendiente a sus personajes como en el cine de Damien Chazelle. Este es un director que no quiere a sus personajes ni sus historias más de lo que se ama a sí mismo y eso puede verse en los planos secuencias, barridos y continuos montajes en los que vemos una puesta en escena absolutamente al servicio del mismo ego del director pero no de la película. La intensidad de la que presume este director es un circo de luces audiovisuales (con una enorme fotografía, banda sonora…todo ello maravilloso, sin duda) al servicio de engrandecer su figura.

Lógicamente formo parte de esta generación aunque no quiera y claro que veo cosas en La la land que veo en mi vida o en mi contexto pero si así somos los jóvenes, cosa que no pienso que represente de ninguna manera pese a ciertos reflejos, no imaginaba que pudiéramos ser tan aburridos, pesados e idiotas. Creo que es de todos sabido, incluido entre los que defienden la película (absolutamente respetable, desde luego) que esta no es una historia de amor igual que Whisplash no es una historia de superación. Las contradicciones en cuanto a diseño de personajes que veo en La La Land o Whiplash podría “parodiar” las idioteces que tenemos los jóvenes en la cabeza pero Chazelle lo exalta como si fuera lo que hay que potenciar (trabajo duro, emoción, realidad y sueños; todo de la mano, sin importar las consecuencias, los medios o a quien pises o dejes en el camino). Los jóvenes somos estereotipados como personas emocionalmente inestables que encontramos la estabilidad en el trabajo y, de vez en cuando, “consumiendo» personas, relaciones o trabajos. De ello hablaba el famoso sociólogo Zygmunt Bauman en La vida líquida, del consumo de trabajo y personas que se da hoy día y de ahí que el pensamiento de los detractores del cine de Chazelle y sus defensores sea algo notable. Igual que el de los apocalípticos e integrados de Umberto Eco. Quizá sea una hipocresía por mi parte detestar la película al pertenecer y consumir tanto como cualquiera de mi generación y quizá sea una pena por parte de algunos de sus defensores por proclamar que su estética, a mi parecer artificial como el retrato que hace de sus personajes como una exaltación de una emoción o momentos concretos de una vida (en concreto juventud desorientada, amor romántico, “tragedia” final…) viene a cuento y tiene un sentido final y coherente.

El cine millennial nos ha dejado películas maravillosas e inteligentes como Olvídate de mí, Mommy, Her, Birdman, Solo el fin del mundo…en el que el retrato no era tan estereotipado como en el cine del reciente ganador del Oscar. La manipulación mediática en una época en el que los premios prefieren antes la fotografía, la dirección con planos secuencia, los actores guapos y conocidos antes que el fondo dramático (por supuesto fomentado por eso llamado industria cultural que es el cine antes que una “fábrica de sueños” como de forma tan romántica expondría, casi seguro, Chazelle) corona a este director como principal cabeza de turco al que culpar de que nos creamos “soñadores” cuando en realidad no se habla de lo esclavizada y manipulada que es nuestra visión del mundo fomentada por películas con pretensiones de genialidad como de las que estamos hablando. He aquí la principal hipocresía de un director sin personalidad: el vender como producto de autor lo que es un producto marca Hollywood en el que no caben las preguntas, la reflexión ni la “magia” de la que tanto presumen estas películas. No entro en ese mundo lleno de colores vivos, música maravillosa (que lo es) ni planos secuencia, en mi opinión innecesarios, que rompen la verdadera metafísica del cine; aquella que, en mi opinión hay que proteger. Una buena foto, una buena música y una buena puesta en escena garantizan mucha taquilla y, a veces, talento pero no una buena película y es que este director es un vendemotos de primera.

Artículo escrito por Carlos Fernández