La escena indiscreta – Misterioso asesinato en Manhattan | La Cabecita

 

Por muchas veces que la vea, por más que me sepa sus chistes de memoria, Misterioso asesinato en Manhattan siempre me hace reír como la primera vez. Woody Allen venía de una etapa marcada por el pesimismo, culminada con la angustiosa Maridos y mujeres (1992), que se convirtió en antesala de la escandalosa separación entre el director y Mia Farrow. Misterioso asesinato en Manhattan se erigió así en una válvula de escape para todas las tensiones acumuladas, una vuelta a la comedia más pura, que supuso el inicio de una nueva etapa en el cine del neoyorquino. Una etapa mucho más luminosa en la que Allen demuestra un domino magistral de los resortes del género en el que siempre se encontró más cómodo.

Es complicado elegir solo una escena de un film que es una continua demostración de agudeza humorística. Pero siempre tuve debilidad por ese momento en el que los personajes de Allen y Diane Keaton quedan atrapados en un ascensor. La sencillez de la puesta en escena es extrema. En un film que recurre de manera constante a una nerviosa cámara en mano, en esta escena apenas se mueve en los tres planos que la componen. Son los personajes, especialmente Larry Lipton, los que llenan con sus movimientos el encuadre. Como casi siempre, el autor coge sus miedos y los convierte en una broma. La ristra de (brillantes) chistes que suelta durante el encierro sirven para ahuyentar el miedo, mientras acompaña su incontinencia verbal con otra de esas genuinas interpretaciones gestuales de las que solo él es capaz. La secuencia centra sus energías en el diálogo, pero nos tiene preparado un gag visual muy potente con la aparición del cadáver, mientras Allen no deja de soltar sus chanzas. Para terminar, la escena se queda a oscuras, y así en los últimos segundos vuelve a prevalecer el diálogo. Como digo, en la sencillez de la puesta en escena se encuentra gran parte de su encanto.

Y dentro de la brillantez de todas las líneas de diálogo quisiera destacar especialmente una de ellas. Ese momento en el que Lipton dice “I am a world-renowned clautrophobic”, personaje y autor se funden en uno. Sí, siempre hemos sabido que los personajes que interpreta Allen son variaciones de sí mismo. Pero ese guiño es quizás la confluencia más genial entre el Woody-real y el Woody-ficción que el director haya creado jamás. Y no son pocas las que tiene a largo de su filmografía.

Texto escrito por Manuel Barrero Iglesias