Fue Thorstein, quién en los primeros años del siglo XX, comenzó a reflexionar sobre la tecnología y el impacto que la misma podría tener en la sociedad. Lo llamó determinismo tecnológico y ya por aquel entonces supuso una interesante revolución que más adelante completarían autores como Marshall McLuhan, Martin Heidegger, o Theodore J. Kaczynski, entre otros. Su principio respondía a la idea de que la tecnología es la base de toda actividad humana e influye de manera notable en la sociedad y en su propio desarrollo. Años más tarde, cintas como Jem y los Holograms son una buena prueba de ello. Jon M. Chu firma su particular adaptación de la homónima serie de dibujos animados de los 80, con Aubrey Peepley en el papel de Jerrica Brenton, una adolescente que pierde a su padre y que logra reconectar consigo misma a través de la música. Todo ello desde un perfil youtuber, que reflexiona sobre el poder de las nuevas plataformas multimedia como creadores de nuevos héroes. Perspectivas metafísicas que se quedan atrapadas en un guión efímero, vacuo y terriblemente naïf. Las actuaciones musicales entonadas a ritmo de Lady Gaga o Taylor Swift ponen la única nota de color en una aciaga película de grises mediocres.
En 1985, Hasbro creó la serie de dibujos animados Jem y los Hologramas. Aunque inicialmente su objetivo era vender una nueva muñeca (el mismo transmedia de siempre), el éxito de la misma hizo que la empresa se replanteara su futuro y la mantuviera en antena. Tres años más tarde, la pérdida de audiencia y la caída en las ventas terminarían por finiquitarla. Pero para entonces, la historia ya había sentado cátedra y sirvió para que muchas jovencitas se encontraran a sí mismas. O algo así. Este parece ser un poco el punto de partida sobre el que Chu, conocido en la industria por sus cintas palomiteras plagadas de vfx y música a mansalva como G.I.Joe o Street Dance, quién coloca a Peepley en el papel de Jem, cuya inseguridad y falta de amor propio le empujan a refugiarse en el mundo de la música. Algo que le sucede a muchos jóvenes, perdidos en una sociedad que no les entiende. Un buen día, su hermana Kimberley, sube a la red una de sus actuaciones y el vídeo se vuelve viral. Tan viral e inverosímil, que a los dos días Eric Raymond (Juliette Lewis, quién si no), directora de la discográfica Starlight Music, llama a su puerta. La vieja historia del cazatalentos que ofrece a un joven desgraciado la oportunidad de vivir el ansiado “american dream”. Un sueño americano que, lejos de convertirse en una experiencia de júbilo para Jerrica y sus tres hermanas, termina siendo un calvario. No sólo por los múltiples e irresueltos conflictos internos de la joven, sino porque se ve forzada a afrontar “su sueño”, sola. Como se quedó sin su padre o sus hermanas cuando decide firmar un contrato como cantante en solitario. La fama es atractiva pero también perniciosa. Como el anillo tentó a Boromir en múltiples ocasiones, Jerrica se deja arrastrar por el personaje de Jem, a dominarse y afrontar un futuro incierto bajo la máscara de un ídolo de masas incipiente. No obstante, Chu se encarga de que esto no termine de deprimirnos por completo. Prefiere quedarse a una distancia que termina por sacarnos completamente del drama de Jem. Sus motivos tiene, pero la cinta termina entonces por convertirse en una metaficción de estar por casa que podríamos encontrar en cualquier canal de Youtube, con perdón de la mayoría de canales de Youtube. Jem y los Hologramas es MTV en estado puro.
Poco debería sorprendernos la apuesta de Chu, que proviene de un mundo lleno de coches bajos, canciones de Enrique Iglesias y muchachas de shorts minúsculos. La cinta, que bien podría haber sido una interesante reflexión sobre la alienación de la tecnología y los claroscuros de la fama, se vuelve perniciosa, narrada en primera persona a través de un montaje que intercala clips de la propia Jerrica grabándose frente al ordenador, vídeos virales encontrados por la red y testimonio de los “supuestos” fans de Jem. Jerrica se vuelve una diva en su última actuación y lanza un mensaje a todos aquellos que todavía hoy, siguen luchando por sus sueños. Les anima a luchar, a creer, a ser Jem. Porque, aunque su identidad se mantiene oculta durante toda la cinta, quién sea o deje de ser Jem es lo de menos. Y eso, es cierto. La tecnología nos ha vuelto vagos y en cierto modo, conformistas, en tanto que no buscamos la autenticidad sino más bien el placer del momento. Muestra de ello es el triunfo de actuaciones con hologramas (2pac, Gorillaz o Michael Jackson) o figuras como Bansky, Burial o Lady Gaga. Figuras con máscaras que utilizan para crear un personaje que no existe pero que funciona precisamente por eso. Es la figura de V que representa todo lo que no podemos ser. Jerrica no puede ser nada de lo que Jem posee, por eso necesita esconderse tras una máscara. Porque no se siente juzgada, ni etiquetada, por decirlo de alguna manera.
Jem y los Hologramas se vale de una fórmula que funciona y de bien seguro lo hará entre un público de corte adolescente. El montaje, rápido y eficaz, concede a un dinamismo que la cinta necesita y que termina de culminarse con unas actuaciones musicales bien realizadas que imbuyen al espectador en canciones poperas de ritmos dispares como Pat Benatar, Taylor Swift o Demi Lovato. Por otro lado, el personaje de Lewis es el único que sobresale en un reparto mediocre y sin fuste, con arquetipos medievales que rozan lo icónico, lo absurdo. Una apuesta cómoda pero poco atractiva para un guión predecible que integra un robot gracioso que baila y mueve las orejas, fans en modo The Walking Dead y un trasfondo interesante pero que no traspasa. Intentamos ser Jem, Jerrica, si, pero Chu nos lo ha puesto imposible.
Ficha técnica:
Título original: Jem & The Holograms Director: Jon M. Chu Guión: Ryan Landels Música: Nathan Lanier Fotografía: Alice Brooks Reparto: Molly Ringwald, Juliette Lewis, Ryan Guzman, Stefanie Scott, Hayley Kiyoko,Aubrey Peeples, Nicholas Braun, Isabella Kai Rice, Aurora Perrineau Distribuidora: Universal Pictures Fecha de estreno: 22/01/16