No era su noche. Eso era algo que todos sabíamos, ella misma lo sabía. Y sin embargo creíamos. Creíamos muy fuerte que podía pasar. ¿Por qué no? Jennifer Aniston se iba a alzar con el Globo de Oro a la Mejor actriz de drama… No un Globo cualquiera, sino el de cine, y el de drama, el que te aúpa al Olimpo de las diosas. Todos queríamos creerlo. Y ella también, no me cabe duda. La prueba estaba en su vestido, como una mofa a Angelina Jolie y su famosa pierna hace un par de años. Porque anoche Aniston también iba con la pierna al aire, pero lo hacía con mucho más glamour que el que tuvo Jolie en su noche. Porque Jolie era la reina, y eso nos permitía mofarnos de su pierna. Aniston era la sirvienta, y por una noche quería ser la princesa, y sus piernas al aire eran puro estilo, un estilo que sentíamos cercano.
Porque realmente ése era el único motivo por el que queríamos que ganase Jennifer Aniston, porque la queremos. Porque aquí nadie ha visto su película, y en Estados Unidos la mayoría tampoco, pero nos da igual, sabemos que queríamos que ganase. Nos conquistó en la alfombra roja, pero lo hizo más aún cuando subió a presentar el premio, lo hacía en compañía de Benedict Cumberbatch, ese señor inglés de voz imponente, que sabía que tenía que dar un paso atrás. Porque no era su noche, era la noche de Aniston, y era lo que todos queríamos ver. Y en apenas dos minutos nos recordó porque desde el fondo de nuestra cabeza la seguíamos amando, que aunque haga más de diez años que Friends terminó, ahí sigue en nuestro recuerdo su desparpajo, su gracia, su naturalidad… Era su noche.
Algo se tiñó en el ambiente cuando llegó el premio al Mejor actor en miniserie, Matthew McConaughey que ahora luce ese aspecto de cowboy rebelde totalmente fuera del sistema había llegado a la gala con una barba desaliñada dispuesto a recoger su premio por True Detective. Y sin embargo, no ganó. De rebote, el premio fue a parar a Billy Bob Thorton, o lo que es lo mismo, el ex de Angelina, el hombre cuyo nombre la actriz llevaba tatuado en el brazo. Y nosotros nos acordamos de que los Globos de Oro son poco más que unos premios faranduleros otorgados por un puñado de críticos. Y pensamos en ese irresitible cuadro. Éste era el gran año de Angelina, la directora comprometida con su película Invencible, que se quedó sin ninguna nominación. También Brad Pitt estaba presente, intentando repetir la jugada del año pasado como productor de Selma, y sabíamos que la película no tenía ninguna opción. De repente, por el horizonte empezaba a aparecer una sombra, lo que hace unos meses prometía ser el gran año de Brangelina, empezaba a teñirse de la sombra de su peor pesadilla, la noche de los ex-Brangelina.
Y ésta era un cuadro que todos queríamos observar. Porque posiblemente en el mundo del espectáculo no haya una pareja que pretenda ser tan perfecta que Brad Pitt y Angelina Jolie. Y es normal, son dos de las personas más famosas del mundo, son buenos intérpretes, además son dos tipos muy implicados con todas las causas importantes, y para colmo, tienen como hijos a un puñado de niños adoptados por todo el mundo. ¿Basta eso? Pues para demostrar lo tolerantes que son, uno de sus hijos ha decidido cambiar de sexo con tan sólo 8 años y ellos han apoyado esto públicamente. Sí, Brangelina son perfectos, son asquerosamente perfectos. Y el ser humano, que es envidioso por naturaleza, no puede tolerar esto. Y ahí aparece la figura de Jennifer Aniston, y no nos olvidamos del hecho de que Brad Pitt la abandonó para irse con Angelina. No nos importan los detalles, nos duele este hecho. Y todos ahora somos Jennifer Aniston, y queríamos más que nada que Jennifer, nuestra Jenni, nuestra Rachel, ganase.
Todo parecía preparado. Uno imaginaba fácilmente la sala de prensa estallando en risotadas. A los organizadores preparando sendos pósters de Invencible y Selma, para que la foto de Aniston y Thorton con sus premios fuera aún más dañiña, más divertida, fuera la mofa definitiva que todos esperábamos. Era la noche de Jennifer Aniston. Era el momento para que eso ocurriese. Pero nos olvidábamos de un detalle, era Matthew McConaughey quién tendría que darle el premio a Aniston si lo ganase, y éste, posiblemente herido por su derrota, no dejaría que la jugada se completase, no iba a dejar que su victorioso rival pudiese cantar esa noche aún más victoria. Finalmente el premio fue para Julianne Moore, lo que todos sabíamos que pasaría, pero lo que ninguno queríamos que pasase. La princesa debe seguir soñando por su venganza, y quién sabe… quizá ésta llegue en forma de Oscar.