Canino – ¿Gato o perro? | La Cabecita

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Imagina que tu edad supera la veintena y, al igual que tus hermanas, no has salido de tu casa en toda tu vida. Imagina que todo lo que sabes del mundo se lo debes a lo que te han enseñado convenientemente tus padres, para protegerte de lo que hay más allá de los setos de tu jardín. Imagina que los aviones aterrizasen en tu jardín y que un coño fuese una aparatosa lámpara alargada. ¿Complicado, eh?

Esta es la premisa de la que parte Canino, tan original como desconcertante. Y es que, desde la primera escena, sabes perfectamente que algo no cuadra, e intuyes que esto no puede acabar bien.  

El mayor triunfo de Canino es hacer creíble algo tan abominable, construyendo una pequeña distopía perfectamente palpable entre cuatro paredes y apenas cinco personajes. Giorgos Lanthimos (director griego hasta hoy desconocido para mí) consigue todo esto y más gracias a su fría y aséptica propuesta visual y narrativa que mete de lleno al espectador en la dinámica de esa escalofriante educación, con continuos planos desencajados que “cortan” las cabezas y expresiones de los personajes, dejándolos en numerosas ocasiones fuera de plano. Poco a poco, gota a gota, va introduciendo nuevas situaciones y nuevos detalles que van desbordando el vaso conforme avanza el metraje, casi sin que te des cuenta.

Llega un punto en que crees que por fin vas a poner pie después de tanto desequilibrio, pero en seguida se te vuelve a escapar el pez de las manos. En este sentido, otro aspecto reseñable en la dirección de Lanthimos, es su habilidad para jugar con los tonos, presentando un amplísimo abanico de ellos y pasando de lo más bestia a lo más inocente en cuestión de un plano. Y para eso, amigos, hay que tener talento. Más teniendo en cuenta lo que se está contando aquí. En lo relativo al tono de Canino, juegan un papel fundamental las interpretaciones, especialmente las de los tres hijos, continuamente a la deriva entre lo ingenuo y lo deshumanizado, reflejo de cerebros mutilados que inconscientemente buscan desesperadamente una solución, bien en el conformismo, bien en la autodestrucción. Los últimos veinte minutos son absolutamente devastadores.

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Otro detalle que me ha llamado mucho la atención es la ausencia de banda sonora (salvando contados momentos de música diegética), dando paso a un silencio que predomina sobre todo y que te hace sentir como si estuvieses mirando algo que no debes. Claro ejemplo este en el que ni la mejor de las partituras podría producir un efecto tan desolador.

Pero, después de haberme deshecho en elogios, tengo un par de pegas que ponerle al planteamiento de Lanthimos: por un lado, a veces se regodea mucho en ciertos recursos recurrentes, como lo relacionado con el incesto, que podría haberse resuelto de forma más sutil con el mismo resultado. Por otro, y esto ya es a título más personal, creo que deja algún que otro tema sin aclarar (¿qué hay de ese otro hermano? ¿de dónde sale la chica de seguridad?).

Finalmente Canino funciona sorprendentemente bien como una camuflada metáfora de los tiempos de desinformación estatal y sobreprotección parental que vivimos en la actualidad, en los que se trata de poner correa a todo lo salvaje. Pero al final el gato acaba inevitablemente tentado por la curiosidad, siempre.

Aviso para navegantes: Por si de todo lo anterior alguien no lo deduce, Canino es una película difícil.  No es ni mucho menos para todos los gustos ni para cualquier momento, pero si se le da una oportunidad puede descubrirse un diamante en bruto. Ahí queda.