Hay películas que nacen con la necesidad de crear huella, de perdurar, que desde la magnificencia de su creación saben que deben existir como obras maestras en las que la épica salpique la pantalla. Son pocas las películas que han llegado a este superlativismo absoluto, que supieron compensar su desorbitada e increíble creación con una historia que estuviera a la altura, y no, aquí no hablo de películas como El Padrino, si no de ese grupo al que pertenece Titanic con películas como Lo que el viento se llevó o Ben-Hur, historias inmortales, épicas, espectaculares, entregadas por completo a la historia, a que generación tras generación puedan disfrutar de ellas a lo grande, sumergirse de lleno y emocionarse con estos completos cantos de amor al cine, que entienden el cine como lo que es: un completo teatro de sueños dónde las emociones se han de poner a flor de piel, dónde el espectador ha de ser capaz de sumergirse en la grandeza de lo que está viendo, una película que se entregue para él y se sienta suya. Hace un par de años se reestrenó Titanic, el primero de los muchos que a lo largo de la historia habrá, es algo completamente necesario, el 3D era una simple excusa, Titanic, al igual que debería ocurrir con las películas de Victor Fleming y William Wyler, son películas que se deberían volver a estrenar en grandes salas cada 15 o 20 años, que nadie debería perder la posibilidad de disfrutarlas en ese teatro de los sueños para el que fueron concebidas.
Titanic no sólo es un ejercicio de majestuosidad titánica, si no la confirmación de James Cameron como uno de los grandes realizadores de la historia del cine. Hasta que llegó Titanic Cameron era un realizador que se había curtido en la ciencia-ficción y en el cine de acción, aunque lejos de la serie B a él le debemos ni más ni menos que la creación de Terminator, de la que no sólo hizo la excelente primera entrega si no que supo continuar y reinventarse meritoriamente en una segunda parte, que si bien no alcanzaba el nivel de la original, si que puso el nivel excesivamente alto para el cine de cifi y acción venidero durante toda la restante década de los 90. También reinventó por completo la creación de Aliens con una segunda entrega que superaba claramente a la original y en la que empezaba a dejar claras señales de su eficacia como realizador. Embarcarse en un proyecto como Titanic para un realizador como Cameron podría parecer una completa locura, un proyecto absolutamente megalómano que podría haber naufragado del todo, tal y como le ocurrió a posteriori a Michael Bay en la lamentable Pearl Harbor. Pero no, Titanic funcionó a la perfección porque Cameron se implicó completamente en la historia de una película que tenía mucho de personal, hizo del Titanic una creación suya, la invención de su grandeza contestaba directamente a una necesidad propia e imprimó a la película todos sus miedos a naufragar con ella.
La creación de Titanic comienza en su guión, un guión terriblemente infravalorado (cabe recordar que ni siquiera estuvo nominado al Oscar), pero en el que se construye una serie de personajes formidables, todos y cada uno de ellos dibujados a la perfección, todos ricos en matices, emocionantes y cada uno cumpliendo un rol perfectamente asignado e identificable. Porque más allá de lo que nos puedan enamorar Jack y Rose, una de las parejas más grandes de la historia del cine, dónde el acierto de casting, de las que por entonces eran aún dos jóvenes estrellas que empezaban a brillar, es innegable, y es que la química entre Leonardo DiCaprio y Kate Winslet es algo palpable e irrefutable, además de verse apoyada en la rica interpretación de dos de los actores jóvenes con más talento en el cine actual. En Titanic nos encontramos con de los villanos más atroces de la historia del cine, Hockley y su guardaespaldas Lovejoy (Billy Zane y David Warner). A una madre temerosa, afligida por los miedos a perderlo todo, ese “¿Quieres verme como costurera?” que en cierto momento de la película suelta por la boca Frances Fisher es una frase completamente aterradora, de absoluta impotencia, su rostro mirando el Titanic hundiéndose se clava por completo en el espectador como los millones de cuchillos que suponen esa agua helada. Kathy Bates es ese enlace de la primera clase con la realidad, esa mujer odiada por ser una nueva rica, pero que es la única capaz de entender todo con claridad sin importarle dónde esté situada. O esos tres formidables personajes, cada uno con un final bien distinto, dónde se plasma todo con pavor y terror helando la piel del espectador, ese formidable Bernard Hill hundiéndose como capitán del barco, un extraordinario Victor Garber posado frente al reloj o sobretodo esa mirada eléctrica, asustada y culpable de Jonathan Hyde subido en ese bote con total impotencia. Pero incluso más allá de los personajes que se embarcan en el Titanic nos encontramos con el formidable personaje de Bill Paxton que ejerce como claro alter-ego del propio James Cameron.
Pero la fuerza de Titanic radica en la trágica historia de amor, una historia de amor narrada a la perfección, que aunque se la haya acusado injustamente de ser ñoña o pastelosa, lo cierto es que nunca busca incidir excesivamente en el empalago, y pese a la inverosimilitud que suelen tener estos grandes romances épicos, Cameron siempre es consciente del breve periodo tiempo con el que cuenta para enamorar por completo a sus dos jóvenes amantes, siempre sabe buscar cómo hacer creíble todo lo que les pasa, y consigue dar una fuerza especial a ese “Te quiero” que inevitablemente acaba por sonar. El amor de Jack y Rose se interpone a una lucha de clases narrada con especial cuidado, en la que se juega con elementos bastante esenciales como el hecho de llevar al pez fuera de su pecera para mostrar las claras diferencias entre uno y otro mundo, para acercarles más de lo que podría parecer en primera instancia a el simple hecho de narrar ese amor entre dos mundos distintos y prohibidos, pero en Titanic nunca nada resulta manido ni repetitivo, nunca tenemos la sensación de que lo que nos cuentan ya se ha podido narrar con anterioridad, el pulso narrativo imprimido por James Cameron es notable y su manera de sumergirnos por completo en esa historia que narra Gloria Stuart hace que cualquier recurso que se pueda tildar de sencillo acabe por pasar completamente por desapercibido, imprimiendo siempre su propio sello de identidad.
Por si fuera poco Cameron es todo un virtuoso con la cámara, atención a todos esos planos en los que utiliza las escaleras, uno de los elementos más fascinantes de toda la película, su notable manejo de la cámara es una completa locura, al alcance de pocos realizadores al día de hoy, es esta parte del barco posiblemente la que con mayor notabilidad utiliza en toda la película, desde la primera escena en la que la vemos entrando nosotros acompañados con Jack a ritmo de Strauss a su última y asombrosa recapitulación final dónde se juntan todos y cada uno de los personajes.
Pero dónde destaca sobre todo el virtuosismo técnico de Cameron es por supuesto durante todo el tramo final de la película, dónde las emociones se afloran en una épica romántica disfrazada de cine de acción, desde cada una de las escenas por los camarotes de abajo inundados, en los que el agua va devorando todo lo que se encuentra a su paso, a todas y cada una de las tomas del hundimiento, dónde entre tanto amasijo de extras, Cameron no se pierde en ningún momento, da al espectador toda la información requerida siempre (conocemos exactamente en todo momento en que fase del hundimiento estamos gracias a un acertado croquis que se da al principio de la película y que se respeta al máximo), nunca se pierde con ninguno de los personajes, ni deja que la locura narrada, llevada al máximo ante ese oficial que pierde los nervios y acaba pegándose un tiro en la cabeza, contamine a la película. Es más emocionante aún la forma en la que Cameron cuenta todo lo que va pasando que la espectacularidad y lo espeluznante de las imágenes que vemos, esas que fácilmente nos hacen recordar a estas alturas a lo sucedido posteriormente aquel fatídico 11 de septiembre de 2001, la desesperación humana, el horror y la forma de bajar hasta lo más terrible de su ser queda pasmado en todo momento, pero la pasión de una de las más grandes historias de amor que jamás ha contado el cine acaba imprimiendo por completo todo, acaba siendo más atroz la imagen de un Rose tapada, buscando la libertad de una nueva vida en Nueva York a través de las enseñanzas de un breve pero perpetuo amor, que la de los miles de cuerpos congelados en el mar.
Titanic perdurará en el tiempo como una de las más grandes obras de todos los tiempos no sólo por ser una película magnífica, si no por ser una película completa, una historia sobre muchas historias, no sólo es la historia de un barco que se creía insumergible y se hundió, si no la historia de muchos sueños que se creían sólidos y acabaron naufragando en altamar. No sólo es una de las más bellas historias de amor, si no que es la historia de un hombre obsesionado por encontrar un tesoro, y que finalmente lo encontró en la realización de esta obra maestra. No es la historia de un amor imposible, si no la confirmación de que las barreras interpuestas acaban siendo mínimas e imperceptibles, y que siempre se pueden saltar. Una historia de que cualquier pequeño placer te puede hacer sentir el rey del mundo.
Cameron trató de repetir el éxito de Titanic años después con Avatar, y aunque certeramente si lo consiguió viendo los resultados de taquilla dónde se consiguió desbancar a sí mismo con la película más taquillera de la historia del cine, los resultados artísticos fueron muy diferentes, ya que en aquella vez se centró muchísimo más en ese avance técnico del que siempre ha sido pionero y que tarde o temprano no quedará más remedio que reconocérselo como algo evidente, pero se olvidó por completo de darle a la película el mismo alma que consiguió darle a Titanic. Porque Titanic es una de esas grandes obras deberían volver al cine cada cierto tiempo para que todos las disfrutáramos en el medio para el que se concibieron, es puro amor al cine, es el buque de los sueños en el teatro de los sueños.