Habemus Papam – Pontifex Maximus | La Cabecita

Con ‘El Caimán’ Moretti lanzó una crítica feroz contra el gobierno de Berlusconi, pero sorprendiéndonos con una narrativa elegante y haciendo que cada comentario y crítica hacia el presidente del gobierno italiano quedase totalmente justificado por lo que hay se estaba tejiendo, insertado a la perfección en una película dentro de la película dónde el mismo realizador se reservaba el papel del actor que daba vida a Berlusconi. La reprobación de ciertos sectores católicos a su nueva película ‘Habemus Papam’, la siguiente en su filmografía tras el breve parón con ‘Caos Calmo’ y echar una mirada atrás hacia ese caimán nos podría hacer pensar que estamos de nuevo ante un Moretti igual o más crítico que el de su anterior película, pero nada más lejos de la realidad el director italiano nos sorprende con una película que guarda un tono cercano al de sus primeros trabajos (es imposible no acordarse de ‘La Misa ha terminado’, no sólo por tratar temas cercanos a la iglesia, en aquella ocasión Moretti trataba con un cura buscando la fe y ahora lo hace con un Papa que se busca a si mismo) pero sin dejarse caer en el exagerado surrealismo y con la coherencia narrativa que con el paso del tiempo el realizador ha ido adquiriendo.

Habemus Papam arranca formidablemente, en el vaticano están seleccionando al nuevo máximo pontífice, la elección se alarga y finalmente consiguen cerrar una votación con un resultando sorpréndete e inesperado (¡En las apuestas se pagaba 90 a 1!). El problema con el nuevo Papa al que encarna un genial Michel Piccoli, llega cuando se tiene que presentar ante los fieles que se han congregado en la plaza de San Pedro. En ese preciso momento al nuevo Papa le da un ataque de ansiedad provocado por la responsabilidad de su puesto, la solución para ayudarle será llamar al más famoso psicoanalista italiano (el propio Nanni Moretti) que por si fuera poco también es ateo. La premisa inicial es brillante pero es de agradecer que luego no naufrague y consiga mantenerse.

Moretti decide dividir la historia por dos lados, por un lado tenemos la que protagoniza Piccoli, que decir que está brillante sería quedarse corto, una la historia de un hombre completamente perdido en busca de una identidad que pese a su edad es incapaz de encontrar y que ante la gran responsabilidad que quieren cargarle sobre las espaldas es incapaz de tomar una decisión. Moretti antepone al ser humano a sus creencias pero sin hacer que éste se las tenga que rebatir, la lucha va contra sí mismo y el saber cual es realmente su lugar y si está preparado para cargar con esas grandes responsabilidades. La mirada que lanza Moretti es sincera, afectiva y emotiva. Pero lo que Moretti no busca aquí no es simplemente el retrato de esa persona y la continua búsqueda del ser, si no una mirada divertida hacía lo que ocurre dentro de los muros de la iglesia, lo hace con la ironía y mala leche que nos tiene acostumbrados, contándonos esa forzosa encerrona que mantiene dentro del propio vaticano a todo el cónclave y también al psicoanalista, tirando un poco de su típico surrealismo, mucho más comedido que en los inicios y por supuesto de su habitual verborrea.

Es cierto que se le podría decir a la película que tiene cierta torpeza a la hora de avanzar una vez pasado su comienzo, pero Moretti parece bastante consciente de ello, no le importa que unos queden parados y otros vayan a paso de tortuga si la historia finalmente consigue llegar a su destino como así hace. Y lo hace de manera admirable, sin dejarse caer en la provocación barata ni tratando de criticar cualquiera de los archiconocidos problemas de la iglesia actual, pese al confeso poco cariño que le profesa. Moretti se monta su propia iglesia, su propio conclave y su propia historia, su intención no es hacer daño si no quedarse con lo que cuenta, y eso muchas veces también es digno de admiración.

Es cierto que no estamos ante el mejor Moretti, pero el realizador de Caro Diario vuelve a firmar otra buena película que se une a su extraña y fantástica filmografía, en la que además mezcla con soltura las dos facetas con las que mejor ha trabajado en los últimos años, el retrato intimo de personajes y el humor que ha salpicado a su cine desde sus inicios. Podemos gritar sin temor a equivocarnos (y sobre todo con la seguridad de que no se quedaría sin palabras): “Habemus Moretii”.

3.5_estrellas