Mucho antes de que llegasen Boyhood y sus doce años de rodaje (dos décadas para ser exactos), Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy comenzaron a dar forma a Jesse y Celine en Antes del Atardecer, el primer acto de esta obra magna en forma de trilogía que llegó a su ¿fin? en 2013 con Antes del anochecer.
Pero hoy quiero hablar de ese entretiempo que es Antes del atardecer (2004), secuela tan anómala en su formato como absolutamente brillante y coherente en la madurez de su narración, ofreciendo una evolución en los personajes que conmueve y desgarra al tiempo que Linklater desenvuelve con una suavidad y elegancia magistral esa maraña de inquietudes, frustraciones, deseos y miradas perdidas que componen los gestos cada vez más emocionalmente asfixiados de nuestros queridos protagonistas. Antes del atardecer ofrece una sentida y agridulce reflexión sobre lo que pudo ser y no fue, o sobre lo que, quizás, todavía podría ser. Pero ante todo representa a la perfección la piedra angular sobre la que gira esta maravillosa trilogía: el paso del tiempo.
Lo que más me impresionó la primera de las inconfesables veces que he visto Antes del atardecer fue ver cómo, tras todos esos años de Antes del amanecer, Hawke y Delpy habían envejecido exactamente lo que requerían sus personajes y exactamente lo mismo que el espectador desde 1994. O lo que es lo mismo, una absoluta genialidad que redundó en una secuela que rezuma química, encanto y naturalidad en cada diálogo, cada mirada, cada gesto. Y para prueba de ello os dejo con ese momento en el que Jesse y Celine se confrontan como lo que realmente son, personas rotas e infelices que llevan casi una década reprimiendo esos sueños que quedaron atrás y que, sin embargo, les siguen persiguiendo cada noche.
Aun sabiendo que Jesse perdió ese avión, me sigue rompiendo el corazón cada vez que la veo.