Hace tiempo me topé con el proyecto de La tumba de Bruce Lee cotilleando una de las varias páginas de crowdfunding que existen. No diremos cuál para no hacer publicidad gratuita. El caso es que Canódromo abandonado publicó en Verkami una descripción del proyecto que no era muy alentadora y la primera impresión fue preguntarme: ¿para qué viajar a Seattle para un proyecto que se podría resolver de forma satisfactoria en un ámbito más local? Una de las respuestas fáciles que vienen a la cabeza es para convertir la ciudad en un personaje más, un elemento narrativo único que solo se puede conseguir viajando a la propia ciudad, pero no lo consiguen. Se quedan en la superficie, convirtiendo el entorno en un elemento gris que les rodea. Se podría haber rodado en Badalona y tendría el mismo sentido artístico.
La tumba de Bruce Lee es la historia de una pareja, Julián y Lorena, que viajan a Seattle, ella para asistir a un curso para mejorar sus técnicas de liderazgo y él para encontrar la tumba de Bruce Lee. Al llegar, Lorena descubre que el curso no existe y Julián no consigue encontrar la tumba de su héroe. Es en este momento cuando ambos se encuentran, aunque por separado, al misterioso Claude, un residente de Seattle que pretende enseñarle a ella a conocer su cuerpo y entrenar a Julián para encontrar la tumba de Bruce Lee, algo que no puede hacerse de manera sencilla. A partir de este momento, empiezan a acudir a sus lecciones por separado, fingiendo a ojos del otro que cada uno ha encontrado lo que buscaba.
Este fingimiento no es más que una cortina de humo para cubrir sus propias frustraciones y fracasos. Una excusa para justificar su mediocridad. Son dos personajes perdidos que se aferran a cualquier cosa para justificar sus problemas, esconderse y fingir que, de algún modo, lo están solucionando. Por esta razón, Lorena se va a leer al parque un libro de lenguaje corporal o Julián pretende haber encontrado la tumba. Son el cebo ideal para el farsante de Claude, que los embauca con falsas lecciones que no los conducirán a nada más que a una irremediable pérdida de tiempo. El timo de la estampita con la forma de un ciudadano de Seattle.
Un relato actual, en estos tiempos de crisis en los que muchos necesitan aferrarse a algo para tirar adelante y en estos momentos de desesperación es cuando aparecen feriantes vendedores de humo proponiendo soluciones mágicas. Esto probablemente sea lo único bueno de una película que ha querido abordar el tema desde la perspectiva del humor absurdo. Tan absurdo que no tiene gracia. La tumba de Bruce Lee es una película cinematográficamente pobre, abusando de planos excesivamente largos y estáticos, de ritmo muy irregular. A esta falta de fluidez en la narración se le suman unos diálogos contagiados de falso misticismo y profundidad, carentes de cualquier sentido o sensibilidad. Todo queda artificial en esta película, relleno de incoherencias como que un personaje reconozca al otro por el aspecto cuando la primera vez que se conocieron éste estuvo todo el rato de espaldas. Detalles que lastran un guión ya de por sí pobre.
El humor absurdo es difícil de digerir. Necesita una colaboración extra por parte del espectador y algunas veces esta conexión es imposible. En La tumba de Bruce Lee se conjura todo para que la digestión termine con una acidez de estómago preocupante. No es sólo que sea difícil de entender, sino que su falta de sentido cinematográfico lo convierte en un producto denso, aburrido y al final no te ha llevado a ninguna parte. Cuando terminé la película me hice la misma pregunta que cuando leí el proyecto de Crowdfunding. ¿Para esto querían viajar a Seattle? De acuerdo que la tumba de Bruce Lee se encuentra ahí, pero ésta funciona como una especie de McGuffin hacia un camino sin salida. En una película basada en la mentira, la tumba no deja de ser una mentira más, una excusa para deslocalizar una historia que podría haber tenido el mismo valor si se hubiera rodado aquí. Al fin y al cabo, la tumba es para el protagonista como el Santo Grial, una eterna búsqueda de una motivación personal que se queda sin premio. De la misma manera sucede con el espectador, al final no se siente gratificado tras andar los 90 minutos que dura, quedando una extraña sensación de vacío y de tomadura de pelo. Otro timo de la estampita.