La flaqueza del Bolchevique, la película con la que debuto Manuel Martín Cuenca, contaba un amor imposible. Un amor casi platónico entre dos personas que no podían casi tocarse. Su protagonista era un hombre vengativo, sólo buscaba crear dolor a causa de un pequeño incidente. Por un giro imprevisto, se veía cautivado por la belleza de una joven lolita. Entre ellos se fraguaba una relación que simplemente no podía suceder. Ella era menor, veía en él una escapada rebelde a su mundo. Lo contrario de lo que podían desear para ella. Para él, esa joven era un intento por permanecer vivo, un sustitutivo a todo el odio que tenía dentro de su cuerpo. Lo interesante de este amor, de esta pasión, es que nacía directamente de las entrañas del odio. Y desde su llama, hacía lo posible por apaciguar este dolor. Diez años han pasado desde que el realizador presentara su primera obra, y es indudable que ha llegado a su plenitud como cineasta en su cuarta película, pero en Caníbal también se nota una necesidad de regresión hasta su primera obra, y es que lo que aquí se cuenta tiene mucho que ver con La Flaqueza del Bolchevique. Pero curiosamente, aunque la propuesta sea más extrema y arriesgada, la película se acobarda y se echa para atrás.
Caníbal nos acerca hasta Carlos, un sastre que vive en Granada de manera solitaria. Carlos está solo porque ha decidido estarlo, para él la soledad es una virtud, un riesgo que la mayoría de las personas no están dispuestos a tomar. Pero Carlos también esconde un oscuro secreto, secuestra mujeres para luego comérselas. Ésa es su forma de amar. De hecho, no asesina a cualquiera, sino a aquellas por las que sienta una atracción, un flechazo. Huye a su cabaña del bosque con los cadáveres, y vuelve con una maleta llena de filetes, que cena en la soledad acompañado de una copa de vino. Para él es tanto el amor y la necesidad que siente por esas mujeres, que incluso preparando la carne para comerla, la toca con cariño, como si estuviera acariciándola. Carlos no quiere problemas, vive sumergido en su falsa chafada evitando que cualquiera pueda entrar en ese secreto que oculta. Pero los problemas llegaran a él, cuando después de matar a su vecina su hermana aparezca buscándola. Carlos, enamorado de la mujer que mató encontrará a una persona idéntica frente a la puerta, y empezará a replantearse cuál es la forma correcta de amar.
Como decíamos, esta historia de amor guarda muchas similitudes con la que el realizador narró en La Flaqueza del Bolchevique. Carlos se acerca con cautela a esta mujer. La pasión que siente por ella nace desde un acto terriblemente atroz. Carlos se plantea si alguna vez será capaz de amar a una mujer, y lo intenta hacer, pero no sabe cómo. Él mismo procura marcar los márgenes, no dejarse llevar por los impulsos, proteger su mundo, su secreto y también protegerla a ella de sí mismo. Martín Cuenca trata de acercarse al personaje de una forma vacía, despojándole de todo lo material, e intentando entrar directamente en él, sin que haya tiempo a mayores distracciones. Pero noto que todo esto hace que se contagie, que el personaje sea huero, y que resulte complicado interesarse por su devenir. No acaba de funcionar ni en su intento de retratar a un hombre solitario que tratar de luchar contra sus temores internos, ni en el retrato de un monstruo atroz, que intenta equilibrar su mundo, ocultando su realidad al mundo. Pese a que el personaje sea bastante deficiente, y no esté a la altura de lo que la película pretende contar, la sensacional interpretación que da de él Antonio de la Torre, llenándolo de ternura, compensándose perfectamente con la candidez y calidez que despierta Olimpia Melinte, es capaz de atraer al espectador hacia él.
Hay también en Caníbal ciertas connotaciones religiosas, que nos acercan a que el personaje realmente, no sólo está amando de esa manera tan peculiar, comiendo a sus víctimas, si no también tomando el cuerpo de Cristo. No sólo ya en la presencia de esa cofradía para la que trabaja el protagonista, si no desde la composición de muchos de sus planos. La imagen de Carlos transportando cuerpos inertes en sus brazos, me recuerda inevitablemente a la imagen de Gerard Depardieu llevando a Mouchette al altar en Bajo el sol de Satán. En cierta forma también Carlos está llevándolas a su particular altar, esa mesa de corte, por la que la sangre se escurre de manera siniestra en un cubo. Y aunque las intenciones del protagonista de Bajo el Sol de Satán eran revivirlas, y Carlos le quita la vida, también, a su manera, les está dando una nueva vida. Acabando con ellas, para poder vivir junto a él, dentro de su cuerpo, ingeridas por una persona que les ama.
Manuel Martín Cuenca ha vuelto a repasar la primera historia que escribió, para, desde la misma base, contar una historia de características similares. El problema con Caníbal es que mientras que el realizador ha madurado como cineasta, y filma como los ángeles, confirmándose como uno de los mayores talentos tras las cámaras que tenemos en España, sabiendo donde debe poner siempre la cámara, y siendo capaz de revolver el estómago al espectador hasta narrando desde fuera de plano. También se ha olvidado de pulir otras partes importantes para que la película funcione. El Pablo al que interpretaba Luis Tosar en La Flaqueza del Bolchevique era también un monstruo, aunque sus actos no fueran tan terribles como los del Carlos de Caníbal, era un personaje mucho más matizado. Tanto es así que sus actos, aunque casi no pasen de meras travesuras, resultan muchos más terroríficos de los realizados por Carlos. Esto permitía conocerle mejor, entender sus actos, comprenderlos y crear cierta conexión con él, algo que no ocurre con el protagonista de Caníbal, al que si bien, puedes comprender, tan solo parece un esbozo lejano. Un personaje que como decíamos no está al nivel de lo narrado. Y es una pena porque pese a que su final esté algo alargado innecesariamente, Caníbal tenía material más que suficiente para haber resultado una película mucho mejor.
Título Original: Caníbal Director: Manuel Martín Cuenca Guión: Manuel Martín Cuenca, Alejandro Hernández Fotografía: Pau Esteve Birba Intérpretes: Antonio de la Torre, Olimpia Melinte, María Alfonsa Rosso, Joaquín Núñez, Gregory Brossard Distribuidora: Golem Fecha de Estreno: 11/10/2013