Festival de San Sebastián 2017 – Día 1 | La Cabecita

Comienza, un año más, el festival de cine de San Sebastián. Y las expectativas ante la primera proyección del mismo eran enormes: Wim Wenders tenía el honor de inaugurar la edición número 65 del festival más importante del país con su última obra: Submergence.

Submergence

Tras unos créditos iniciales de gran hipnotismo, cimentados por la espectacular partitura creada por Fernando Velázquez, Wenders nos presenta una historia de amor entre un espía británico que sueña con cambiar el mundo y una biomatemática que ansía conocer el origen del mismo. El director de Paris, Texas plantea dicha premisa como un tablero de juego en el que todo puede valer. Desarrollando un montaje confuso, sin orden aparente y falto de profundidad en el desarrollo de los peronajes, intenta transmitir al espectador la frustración ante la distancia, el olvido o el continuo sufrimiento hacia la tortura de la imaginación. A medida que la cinta avanza, se confunden notablemente los tonos de la misma, confluyendo en un tramo final que deja mucho que desear. De haber puesto mejor en orden sus ideas y elaborado un guion con más profundidad, podríamos haber hablado de una gran película.

Alanis

Tras el agridulce pase de Wenders, nos dispusimos a continuar con la argentina Alanis, de la directora Anahí Berneri, también candidata a la Concha de Oro en la Sección Oficial. Un drama social ambientado en el Buenos Aires actual que sigue a una madre primeriza en un continuo intento de supervivencia humana, con una búsqueda latente del sentido de la vida y de la madurez hacia la etapa adulta. El principal problema es la comodidad que se respira en cuanto a la línea argumental que sostiene la cinta, con una gran linealidad y una atmósfera asfixiante que podría haber sido el pilar principal para haber dado un drama mucho mejor de haber apostado por tejer una mayor profundidad en la historia.

Call me by your name

Hace un par de años Luca Guadagnino sorprendió gratamente con la maravillosa Cegados por el sol, una obra clásica italiana que adaptaba La piscina de Jacques Deray y era capaz de captar con una pasión salvaje un fantástico juego de relaciones a cuatro que llegaba a su punto máximo con un Ralph Fiennes desatado al ritmo de Emotional Rescue de los Rolling Stones. Para su nueva película: Call me by your name, presentada en los festivales de Sundance y Berlín, y recientemente en Toronto, donde quedó finalista del premio del público, Guadagnino ha decidido no moverse de la campiña francesa, aunque en esta ocasión el caótico éxtasis de los Rolling Stones se convierte en la calmada voz de Sufjan Stevens y esa maravillosa Mystery of love compuesta para película, y aquel estrambótico cuadro de relaciones humanas pasa a ser un tierno relato sobre el primer amor.

La película nos transporta a la década de los 80, la homosexualidad es un tabú absoluto, no es que no se hable de ella, es que es algo que directamente no existe. Elio (Timothée Chalamet), un adolescente italiano, verá como su vida da un vuelco por completo cuando llegue a la campiña de sus padres Oliver (Armie Hammer), un joven estudiante americano con cuerpo de escultura griega, directamente hecho para el deseo. Si para Elio, Oliver es la confusión, la pasión ardiente de la adolescencia, el sexo como pura necesidad biológica (llevado al máximo en una divertida e inusitadamente bella escena protagonizada por un melocotón), para Oliver, Elio es la manzana prohibida, la última oportunidad de liberar el pecaminoso deseo homosexual para un joven hace 35 años. Call me by your name es una película del amor a través de miradas y silencios. Como en esa fabulosa secuencia de sexo en off, donde la cámara se aparta hasta la ventana, es una película donde el amor siempre tiene testigo, porque incluso las ramas de los árboles hablan. Es una película de amar a través de escondites, de amar encerrado en las prisiones de lo prohibido, pero tan absolutamente libre como lo es el primer amor, sin las heridas provocadas por todos los amores perecederos. Todos sus silencios se rompen al final a través de un sensacional monólogo de Michel Stuhlbarg, porque la verdad que subraya Call me by your name, es que no existe juicio que nos aleje más del verdadero amor que los que nosotros nos imponemos.

El autor

Tras ganar el premio FIPRESCI en el Festival de Toronto, primera vez que una película española que logra esta hazaña, Manuel Martín Cuenca vuelve al Festival de San Sebastián con El autor, una película basada en el relato El móvil de Javier Cercas. El quinto largometraje de ficción del director vuelve a estar protagonizada por un personaje completamente amoral y egocéntrico, un tipo fracasado que vive como dueño de su propia miseria, pero a la vez se siente capaz de guiar las cuerdas que rigen la vida de los demás a su propio antojo. El protagonista es Álvaro, un notario que sueña con ser escritor pese a su falta de talento y que se pasa la jornada laboral avasallado por la verborrea de su compañero, para volver a casa corroído por la envidia que le produce el éxito literario de su mujer, una mujer de la que pronto descubrirá que además le engaña.

El autor es una película de corte hitchcockniano, es fácil encontrar similitudes con la reciente En la casa, película que, además, ganó la Concha de Oro hace unos años. Si en aquella Ozon nos mostraba la obsesión del autor por observar la realidad en la búsqueda de una historia, en El Autor Cuenca va un paso más allá, mostrando que la creación del relato llega a partir del trastorno narcisista de la personalidad del propio autor, capaz de modelar la vida de los demás a su antojo con el único propósito de encontrar la historia que quiere narra. El Autor es ante todo una obra sobre el amor a la creación y los peligros de la obsesión por dar con ella, una película que Cuenca lleva bastante bien a su terreno, donde el silencio habitual de sus personajes se lleva al máximo en ese piso prácticamente deshabitado donde vive un Javier Gutiérrez que necesita rellenar los silencios con los sonidos de su cabeza o las conversaciones de los demás.

The Square

Ruben Östlund ganó la Palma de Oro con The Square, una decisión sin duda controvertida, pero sobre todo, acertada. Si algo tiene Östlund es que es un increíble examinador de la sociedad, si en Play el director sueco hablaba de cómo se desprecia a la inmigración, de como se la pone en un sitio que intente no estorbar, pero como nadie busca hacerse responsable de toda esa gente que parece no ser de nadie, al final acaba siendo más sencillo deshacerse de ella y no hacerse responsable de las consecuencias de esto y en Fuerza Mayor hablaba de la posverdad cuando éste era aún término aún desconocido, haciendo que poco importasen los hechos cometidos por el protagonista, aunque el espectador los hubiera presenciado, ya que esa no era su “versión”, en The Square habla de algo tan palpable en el mundo actual como son los límites de la corrección política y en la creación del arte.

Mientras que en la propia San Sebastián la Guardia Civil denuncia un póster de una película de Netflix y gente amenaza con boicotear a la plataforma de pago por hacer comedia de un asunto como ETA (años después del fin de la banda, y olvidándonos de que Chaplin y Lubitsch satirizaron sobre Chaplin cuando la Segunda Guerra Mundial aún no había terminado), Östlund da vueltas sobre este tema a través de un vídeo viral. Pero lo hace a su manera, hablando de la forma de la que la información llega a todos y la toma como un ataque propio, como si cada twit que llegamos, llegase directamente al buzón de los cada uno, con la necesidad de rebuscar en nuestra propia mierda para explicar nuestras acciones. Lo hace a través de dos horas y media inspiradísimas y divertidas, en su tono habitual en el que el ser humano es un ser absolutamente despreciable, que como el arte, sólo busca la provocación y la autorrealización, cada uno es su propio Dios, y lo que hay alrededor sólo nos interesa cuando es en nuestro beneficio o nos encontramos en posición de ventaja. Que la película referencia de este año sea una película tan brillante y arriesgada como The Square es a todas luces una decisión increíble por parte del jurado de Cannes.

The Charmer

Inaugurando la sección de nuevos directores, nos encontramos con una cinta danesa que recoge el drama de la inmigración y de la supervivencia humana. Un telón de fondo magnífico en la teoría pero que hace aguas conforme avanza el metraje. Desconocemos la motivación de su protagonista, las causas que le empujan a emigrar de su país natal y las razones que le hacen estar en conflicto consigo mismo. Al acabar la película se siente una total falta de conexión con la misma y deja con más interrogantes que respuestas.

L´Amant d´un Jour

Si bien las expectativas estaban más que altas ante el último trabajo de Garrel, sin duda alguna no solo las ha cumplido, si no que las ha superado con enormes creces. Ante un exquisito blanco y negro y un dominio técnico magistral (regalando primeros planos dignos de enmarcar) nos presenta un relato breve, conciso y lleno de emociones acerca de las relaciones humanas, de las emociones que nos caracterizan, de los miedos y de las irracionalidades. De lo que somos. Y de lo pretendemos ser. Una obra que se convierte en imprescindible para cualquier amante que observe el cine como un catalizador de inspiración. Sus personajes bailan en una perfecta armonía, obligándose a sí mismos a demostrar que los seres humanos jamás seremos perfectos, por mucho que lo intentemos continuamente. Sorprende como, en solo 76 minutos, se puede hacer tanto con algo tan sencillo. Una auténtica joya que envuelve corazones heridos y esperanzas dormidas. Un retrato tan simple como veraz sobre el amor en todas sus facetas. Y, con mucha probabilidad, una de las mayores delicias que podrán verse en el festival.

Crónicas escritas por Juanma de Miguel y Gonzalo Aupi