La escena indiscreta – La gran belleza (II) | La Cabecita

George Bernard Shaw escribió: “Hay dos tragedias en la vida: una, no lograr lo que el corazón ansía, la otra es lograrlo”. Y éste es el traje con el que cada noche se viste el inolvidable Jep Gambardella para pasear por una Roma fantasmal en la que intentar orientar una brújula rota por la melancolía de tiempos mejores. Jep es un espectador de una sociedad corrupta, amigo de hombres y mujeres que empapan en alcohol, botox y cocaína las noches de la ciudad eterna, intentando olvidar los motivos que les han hecho llegar a un punto sin retorno. Hablamos de un hombre que, durante una noche, fue absolutamente libre. Una única noche. Pero que vale por toda una vida. Existen momentos en la vida de una persona que nos catapultan a sentir que escapamos del tiempo. Y siempre querremos volver a ellos.

Por todo ello, el hecho de que el desenlace de esta obra maestra se desarrolle con una secuencia en la que viajamos al faro en el que Jep vivió el que, con mucha seguridad, fue el momento más feliz de su vida, debe invitarnos no solo a amar ésta película, si no a descomponer nuestra alma en secuencias fotográficas y emborracharnos de nostalgia recordando todos aquellos momentos en los que la felicidad nos ha abrazado por la espalda. Y quizá, como dice nuestro amigo Gambardella “Solo es un truco”. Y si lo es, qué rabiosamente bello. No podemos volver a vivir todo aquello que siempre recordamos, pero si que podemos darnos cuenta de que, si lo hicimos, fue porque fuimos nosotros mismos. Aunque éste parezca ser un precio muy alto a día de hoy.

La gran belleza nos muestra un mundo en el que la gente deja que los demás decidan por ellos en un bucle infinito de falacias que todos quieren creer aunque saben que no son ciertas. Nos invita a explorar la belleza de la única vida que tenemos. Y quizá esa belleza se encuentra n un faro que alumbra a un horizonte al que nos da temor mirar, pero al que sentimos que queremos amar. La auténtica belleza reside en esas comisuras de unos labios a los que nos querríamos quedar a vivir para siempre. Reside en el viaje astral que realiza nuestro corazón cuando, sin previo aviso, nos grita en forma de recuerdos que quiere seguir viviendo. Y también sintiendo, aunque a nosotros nos de miedo.

Y, al final, cuando todo acaba, Jep se da cuenta de que aquél fue el momento más feliz de su vida. Y de que perdió mucho por creer que solo era un truco. Desde entonces, pasea buscando las respuestas que tanto necesita, pero todas ellas le conducen al único sitio al que siempre supo que llegaría: a aquél faro infinito en el que el lenguaje dejó de tener sentido para poder ponerle palabras al cosmos de emociones que nos puede hacer sentir otra persona. Por todo ello, permítanme decir con la voz bien alta que lo considero uno de los mejores desenlaces de la historia del cine. Y que sí, quizá solo es un truco, pero si no nos atrevemos a averiguarlo, nunca lo sabremos. Y para ello, solo hay que hacer algo bien sencillo: vivir, sentir, saltar y cualquier otro verbo que nos recuerde que la auténtica felicidad puede ocurrir en los lugares más inesperados, pero no por ello menos bellos.