La ley del mercado – Prosa | La Cabecita

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Solo una semana después del estreno de Carol, que se llevó en el último festival de Cannes el premio a la mejor actriz, llega a las carteleras españolas La ley del mercado, nuevo largometraje del francés Stéphane Brizé que consiguió idéntico reconocimiento, en el mismo festival y en la categoría masculina. Entre una y otra película no hay ningún otro punto en común, estéticamente hablando: aquí nos sumergimos en las constantes estéticas más conocidas del cine social europeo, con una ausencia total de ornamentos, una apariencia de cámara en mano que merodea nerviosa por el plano aunque sin llegar al exceso, un fondo desenfocado para que quede bien claro la ausencia de perspectiva de un protagonista hundido en su –aparentemente- personal situación y la diáfana intención de levantar acta de la realidad laboral del momento, en la que un empleo, cualquier empleo, se convierte en un bien de lujo ante el cual la única actitud posible es la reverencia, con independencia del contenido moral o fin último que dicho empleo conlleve.

Para ello, Brizé opta por poner todo el peso de su película sobre los hombros de Vincent Lindon, un actor de expresivo y desgastado rostro y una racialidad nada impostada, desprovisto de cualquier tipo de glamour (al contrario que su equivalente femenino en Dos días, una noche de los hermanos Dardenne, Marion Cotillard), aunque paradójicamente durante muchos años fue más conocido por asuntos relacionados con el glamour que con su profesión. La afortunada vinculación de su filmografía última a la de Claire Denis y a la del mismo Brizé, para el que ha protagonizado ya tres largometrajes, ha terminado de dar forma a un estilo de actuación alejado de cualquier tipo de histrionismo o de exceso, y con una contundente presencia física como principal argumento, que se constituye aquí como el principal baluarte de este, en muchos aspectos, convencional film.

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La ley del mercado carece (hasta los minutos finales) de música extradiegética, y su protagonista también parece carecer de estímulo alguno en la gris situación en que se encuentra, más allá de los escasos momentos de relajación que la trama le ofrece: las clases de baile con su mujer, en las que se muestra relajado y espontáneo, y los buenos momentos con su hijo, discapacitado intelectual y que se erige aquí en principal motivador de una difícil existencia en la que las buenas condiciones objetivas derivadas de décadas de trabajo como obrero especializado (un buen piso en la ciudad con sólo cinco años de hipoteca por delante, una caravana a modo de apartamento de vacaciones) se van al traste por los dos años últimos de paro, y la perspectiva de un insuficiente subsidio de 500 euros al mes a pocos meses vista. Para adentrarnos en esta situación, el director opta por iniciar la película con una significativa conversación entre el protagonista, Thierry, y el funcionario de una siempre ineficaz oficina de empleo: los reproches del primero ante un inútil curso de formación que le ha hecho perder cuatro meses a la búsqueda de un empleo imposible y la reacción del segundo, entre esquiva y comprensiva y en cualquier caso sabedora del ingrato papel en que se ha visto colocado por el sistema (al frente de un lugar ineficaz y dando la cara ante quien ha perdido su medio de subsistencia) nos sumergen, sin medias tintas, en un argumento en el cual no hay lugar para poesía alguna, y en el que está vedado el disfrute, siquiera alejado, de cualquier forma de arte: lo que tenemos es un piso en peligro, conversaciones bancarias, ingratos recuerdos de anteriores despidos improcedentes, y una familia en la cuerda floja, con una mujer a la que apenas oímos hablar y un hijo cuyo futuro intuimos muy difícil.

En definitiva, La ley del mercado nos muestra la más árida prosa de la época en que nos ha tocado vivir, con dos secuencias definitorias del estado de cosas que radiografía con fidelidad: en primer lugar, la reunión grupal en la que Thierry ve puesta en la picota su forma enfrentarse a una entrevista laboral, en la que su propia esencia como trabajador es reducida a la muy posmoderna comunicación no verbal, al parecer mucho más decisiva que el propio desempeño, honradez o capacidades efectivas para ejercer un empleo; y en segundo lugar, la  reunión, en su ingrato nuevo trabajo, en la que se comunica a la plantilla el suicidio de una compañera, ante el que el director de recursos humanos les insta a ejercer la indiferencia: nadie sabe los verdaderos motivos, la vida privada es privada y a nadie le importa y en cualquier caso, es un problema individual. La reducción de la miseria social a problema personal es la esencia que Brizé, sin alardes ni afán alguno de acercar esta obra a cualquier tipo de trascendencia, es capaz de transmitirnos con eficacia y sin sobrepasar los mismos límites que marcan la vida de su protagonista.

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Ficha técnica:

Título original: La loi du marché Director: Stéphane Brizé Guión: Stéphane Brizé, Olivier Gorce Fotografía: Eric Dumont Reparto: Vincent Lindon, Yves Ory, Karine De Mirbeck, Matthieu Schaller, Xavier Mathieu,Noël Mairot, Catherine Saint- Bonnet, Roland Thomin Distribuidora: Golem Fecha de estreno: 12/02/16