La escena indiscreta – Una noche en la ópera | La Cabecita

 

Dicen que fueron un par de franceses, Auguste y Louis Lumière, los que inventaron el cinematógrafo y Edwin S. Porter el pionero en impulsar el concepto de montaje. Casi veinte años más tarde, Eisenstein experimentaba con el nuevo término en su Acorazado Potemkin hasta dar con una nueva manera de narrar llamada “montaje intelectual, mientras Vertov hacía lo propio a través de la “experimentación de las emociones” a través de la cámara, buscando impactar al espectador. Nacían géneros como el Western, el drama o el musical, y Jean Luc Godard iniciaba la corriente alternativa de un grupo de franceses llamada Nouvelle Vague. Por ahí en medio, en los tempranos años 20, nacía y moría la comedia de la mano de Los Hermanos Marx. El cuarteto de cómicos neoyorquinos fueron una de las figuras capitales del llamado cine de vaudeville de la década de los 30 y películas como Sopa de Ganso, Los Hermanos Marx en el Oeste o Una noche en la Ópera, son consideradas hoy en día cintas de culto. Precisamente de ésta última es de donde extraigo una de mis escenas favoritas de la historia del cine: la escena del camarote.

Asombra su frescura, precocidad (hay que tener en cuenta que su humor no se ajustaba del todo a los cánones de la época) y buen gusto a la hora de narrar algo tan simple y mundano como un viaje en barco. “Y también dos huevos duros”, esa célebre frase con la que Groucho termina todos sus pedidos al camarero sirve como pistoletazo de salida para un gag hilarante y que se articula sobre un crescendo cómico que no parece tener fin. Cuando parece que no cabe nadie más en el cuarto, el grupo de cómicos se las ingenian para vapulear al espectador y rizar más el rizo, hasta terminar carcajeándose de algunos de los clichés más petulantes y absurdos de la época. En todas y cada una de sus cintas hay una ácida sátira hacia un aspecto de la sociedad que parecían odiar. En Una noche en la Ópera, es la alta burguesía, las relaciones diplomáticas y las apariencias las están en el punto de mira. Algo que ya se repitió dos años antes en Sopa de Ganso.

Es difícil, por no decir imposible, decidirse por una única escena de este film. De principio fin su concepción es fascinante y su ejecución, magistral. Al guión picante y de ritmo vertiginoso, se suman unas interpretaciones sólidas y por qué no decir, contenidas, dosificando de manera inteligente el humor de cada gag. Lo de menos es si Groucho va a apretarse a la señora Claypool o si Tomasso logrará despertar a tiempo para la cena, eso, después del primer golpe de puerta, se te olvida. Todavía