La escena indiscreta – El sexto sentido | La Cabecita


Haciendo memoria, me cuesta recordar una película que me traumatizase tanto en su primer visionado como El sexto sentido. Y digo en su primer visionado porque, hasta hace poco, sólo la había visto una vez, allá por el año 2000, aprovechando que mis padres la habían alquilado (si, eso solía hacerse antes). Con la excusa de que todo el mundo hablaba de ella por aquel entonces, y con unos 11 años de edad, cogí la cinta sin que se dieran cuenta mis padres y me fui a verla con un amigo, que estaba sólo en casa. El resultado fue catastrófico: noches sin dormir, temer ir al baño solo (esa maldita escena…), mirar debajo de todas las camas de la casa…

Ahora, unos quince años después, he querido volver a reencontrarme con la ópera prima de M. Night Shyamalan para afrontarla desde un punto de vista más racional y maduro, consciente de que posiblemente me había perdido la gran película que en ella reside para sólo recordar sus traicioneros sustos y su inolvidable final. Y, efectivamente, me he encontrado a mí mismo redescubriendo un thriller prácticamente perfecto, que más allá de su lógica pero tangencial vertiente terrorífica, pone su énfasis en una maravillosa trama de personajes repleta de detalles y de momentos sobrecogedores que elevan la tensión dramática a un ritmo bestial, para finalizar en un catártico clímax a dos bandas que deja absolutamente extasiado al espectador.

Aprovechando esta reveladora revisión, he querido hablar sobre su tremendo final. Pero no, no me refiero al final del personaje de Bruce Willis (eso daría para otro artículo), sino a esa secuencia previa protagonizada por Cole (Haley Joel Osment) y su angustiada madre (Toni Collette) en la que, finalmente, el chico por fin se lanza a “comunicarse con ella”. Sea por las perfectas interpretaciones de ambos (lo de Joel Osment es milagroso), sea por la carga emocional que han soportado durante todo el metraje, sea por lo inesperado de una escena tan emotiva… sea por lo que sea, hacía mucho que una escena no me calaba tan hondo emocionalmente, y he querido reivindicarla sobre esa impresión parcial con la que se queda la mayoría de la gente. Que si, que la película tiene momentos acojonantes, y si, la mancha de sangre en la parte de atrás de la camisa de Willis es ya historia del cine, pero también hay otro final. Y yo, personalmente, me quedo con ese final.

PD: No he querido entrar en muchos detalles por respeto a aquellos insensatos que no hayan visto la película o que, simplemente, no recuerden la escena. En cualquier caso, creo que la secuencia habla por sí sola.