Here Be Dragons – La ausencia de la historia | La Cabecita

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Mark Cousins es un reconocido director que se ha encargado de hacer una de las historias del cine más famosas hasta el momento. De una duración considerable, en ella analiza las películas que han conformado al cine como el arte que es, teniendo especial interés cuando pone los ojos sobre películas apartadas de la industria, tanto en el cine marginal de los países donde hay una fuerte industria cinematográfica como en los países donde el séptimo arte no encuentra su lugar y se halla en pequeñas dosis de brillantez.

Aquí hablaré de Here Be Dragons, documental estrenado en el Atlántida Film Fest, una de las tantas películas de este director que hay en la sección oficial. Como pregona su sinopsis, toma prestados conceptos de documentales como Sans Soleil o La Jetee, de Chris Marker, como también del concepto de película-diario abanderado por Jonas Mekas, entre otros. El film de Cousins gira sobre tres “historias” que convergen durante todo el metraje: la dictadura albanesa de Enver Hoxha, el lugar que ocupa el cine en la historia y la actualidad de Albania y la experiencia personal y subjetiva del director durante su viaje a este país.

El director es invitado a un festival de cine en Albania y éste aprovecha para filmar todo lo que sea posible. El propósito de esto reside no solo en aprender sobre la cultura de este país, sino también en formarse un juicio de éste y poder entender y comprender el estado del cine en el país, qué ha llevado a la nación de Albania a estar donde está y absorber de manera más profunda y correcta todo lo que pase por los ojos del director durante su estancia allí.

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Cousins reitera con la propia imagen que lo que vemos es lo que ve él y que la experiencia que estamos observando también nos incluye, también formamos parte de esta vivencia y también esta absorción de imágenes y palabras puede llevarnos a ejecutar, de igual manera que lo hace el director, un juicio falto de prejuicios. Su premisa queda clara: no juzgar la historia de un país sin conocer qué sucede y qué sucedió en él. ¿Esta premisa se concreta? Según las bases que Cousins impone a su propio documental, sí. El viaje a través de la ciudad de Tirana resulta no solo educativo por sus datos objetivos, sino que satisfactorio tanto estéticamente como intelectualmente gracias a las reflexiones de Cousins. El estudio interno, casi espiritual y puramente experimental de Cousins, que se beneficia de la mezcla que se produce entre sus sensaciones propias y los datos históricos que va aprendiendo a través de amigos, fluye de manera para nada tediosa durante los 79 minutos que dura.

No obstante, su problema reside en la pequeña línea que divide las enseñanzas morales de las propias opiniones del director. Una tendencia política, o más bien una posición moral, tinta todo lo que Cousins ve, dice y hace, y eso puede alejar no solo a quien no comparta las ideas de Cousins referentes a la política o a la moral, sino a quien espera en él un documental más cercano al espíritu interno, a la pasión por el cine, al amor por el arte, al saber desinteresado. Aún así, Cousins se encarga de mantener ese fino equilibrio, dando momentos de gran cine documental. Lo importante de todo esto, creo yo, es que cuando acabamos de ver la película, hemos visto la lucha furiosa y pasional de una persona entre tantas que lucha por la conservación del cine como monumento histórico que sigue vivo y que define la esencia de todo tiempo posible, pasado, presente y futuro. Y de estos hay muchos, y cada uno a su manera. Pensemos en Godard y sus historias del cine, pensemos en Langlois, pensemos en el mismo Marker, pensemos en Cousins. Ninguno sobra. Nadie que enfrente esta lucha aguerrida en defensa de la preservación y proliferación del cine podría sobrar.

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